De la vida y sus dos direcciones

La actriz fue una apasionada de la poesía que exploró sus contradicciones y miedos a través de sus versos

Braulio Ortiz

05 de agosto 2012 - 05:00

"¿Cómo habría sido la historia si Marilyn, en lugar de poseer esa extraordinaria belleza que la hizo famosa para el cine, hubiese sido una mujer de aspecto corriente?", se preguntaba el recientemente desaparecido Antonio Tabucchi cuando, hace un par de años, aparecían algunos de los escritos más íntimos y descarnados de la actriz. El autor de Sostiene Pereira concebía para la estrella, en esa biografía alternativa, un destino paralelo al de una poeta a la que también la muerte erigió en un símbolo. "Habría publicado en vida lo que leemos ahora y probablemente se habría suicidado como se suicidó Sylvia Plath. Y de ella se habría podido decir que, como Sylvia Plath, se había suicidado porque era demasiado sensible y demasiado inteligente, y las personas demasiado sensibles y demasiado inteligentes sufren más que las personas poco sensibles y poco inteligentes, y tienden a suicidarse". Fragmentos, volumen editado por Seix Barral, mostraba para Tabucchi un alma "que la psicología barata calificaría de neurótica, como se puede calificar de neurótico a todo el que piensa demasiado, a todo el que ama demasiado, a todo el que siente demasiado".

Marilyn, como apuntan los editores del libro, Stanley Buchtal y Bernard Comment, nació bajo el signo de Géminis, y ella misma plasma esa dualidad en sus poemas: Vida - soy de tus dos direcciones, señalaría alguien que se resistía a mostrar de la complejidad humana uno solo de sus lados y buscaría, desesperadamente, una verdad detrás de su apariencia. Aquella rubia que en el imaginario de Hollywood paseaba por los espectros de la inconsciencia y la alegría -una condena contra la que se rebeló tantas veces, con su formación en el Actors Studio, su proyecto de una productora independiente en Nueva York, su aspiración incumplida de encarnar todos los personajes femeninos de Shakespeare- expresa su atracción hacia el abismo, hacia la posibilidad de desaparecer (Ay maldita sea me gustaría estar muerta - absolutamente no existente - ausente de aquí - de todas partes), asume que toda convivencia exige su impostura (Sólo podemos compartir / la parte que dentro del conocimiento del otro es aceptable / por consiguiente / estamos más bien solos) y lanza, como en aquella estremecedora escena de Vidas rebeldes, un grito desesperado que se pierde en el aire: Verdaderamente no soporto a los seres / humanos a veces. (...) Estoy demasiado cansada para eso. Tratar de comprender, / hacer concesiones, ver ciertas cosas / que sólo me fatigan".

Los Fragmentos de Marilyn Monroe exhiben a la actriz en una desnudez conmovedora. La vemos lidiar con aquella tía Ida Martin cuya religiosidad le transmitió el sentimiento de culpa (Ida - otra vez he estado obedeciéndola - no sólo es malo para mí hacerlo [inhibe mi ser / inhibe mi trabajo / inhibe mis pensamientos] sino contra la realidad porque la vida empieza ahora), en sus cartas confiesa su terror por heredar la locura que sufrieron sus parientes ("Creo que tal vez esté loca como lo estuvieron todos los demás miembros de su familia"), en sus versos deja constancia de que la felicidad, en ella, parece una quimera. Busco la alegría pero está vestida / de dolor, concluye con desesperanza. Una amargura que hace de otros poemas suyos verdaderas llamadas de auxilio: Socorro, socorro. / Socorro. / Siento que la vida se me acerca / cuando lo único que quiero es morir.

Esa tremenda inseguridad que la llevaba a olvidar los diálogos y a exasperar a los directores y al equipo con el que trabajara, su temor a no poseer talento, protagoniza un sueño que ella describió en unas hojas con membrete del Waldorf-Astoria: Lee Strasberg, su maestro, es en la pesadilla un cirujano que abre el cuerpo de la joven y tras la disección se lleva una sorpresa. "Creyó que iba a haber tantísimo - más de lo que nunca creyó posible en casi nadie pero no había absolutamente nada - ni la menor cosa sensible humana y viva".

A veces, Marilyn alberga ánimos para no ser "nunca más una niñita sola y asustada". Pero los otros no le proporcionarán el auxilio, ni siquiera su idolatrado Arthur Miller. Incluso con él comprenderá que en el amor no existen garantías. Creo que siempre me ha / aterrorizado profundamente ser realmente la esposa / de alguien / pues sé por la vida / que no se puede amar a otra persona, / nunca, realmente.

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