Apareciste y no reconocimos la palabra 'música' en la RAE


Fecha: lunes 30 de junio. Lugar: Teatro de la Axerquía. Media entrada.
Ver aparecer en el escenario a esa indomable melena rizada unida legendariamente al jersey a rayas blanquiazules es ya por sí motivo de éxtasis. Esperábamos un monstruo voraz que devorara nuestras ansias de jazz. Encontramos a una hidra de cuatro cabezas que nos engullía sin la más mínima piedad. Pat Metheny abría la puerta grande de un 34º Festival de la Guitarra que se debate entre la renovación y la especialidad, entre la apertura y el continuismo, entre los tótem y los renacuajos, en una encrucijada dura de afrontar pero necesaria en su reflexión, en la que el equilibrio sensato debe ser sin duda la salida. En sus manos estamos.
Chris, Ben, Antonio y Pat hicieron de las suyas. Vaya que sí. Pero no una ni dos. Muchas. Más de cinco. De todo lo que puedan imaginar. Orgía, vamos. De todo los que se les pudo ocurrir, en un concierto que invitaba a escuchar, pero también a compartir, a volar, a olvidar. Su compenetración quedaba fuera de duda alguna y la belleza del resultado basaba cada nota en algo realmente verdadero y personal que los cuatro músicos expusieron en un excepcional nudismo sonoro. Pat no aparece en el plato como ingrediente dominante, aunque tenga sus momentos de gloria individual, en que su don y su impronta brillan, como ya pudimos saborear antes. Ahora comparte, reencuentra, asume, corretea… Esta gira está marcada por la homogeneidad de la Unity Band, que atiende a su nombre y esparce responsabilidades de forma democrática, aunque pueda parecer anárquica, convirtiendo el resultado en un destilado de alta graduación jazzística en el que nadie es imprescindible y todos son insustituibles. Es la magna revelación de una leyenda que es capaz de menguar, volverse bajito y dejar hacer, mientras hila como gran sabio las apetencias que dan decenas de años sobre el escenario. Pura contradicción, pero... ¿qué es el jazz sino eso? Juntos pero no revueltos, al unísono pero peleando, entremezclados pero sobresaliendo por turnos. Un milagro del lenguaje musical. Más aún cuando en medio se despereza un monstruo.
Como siempre, dejaré las explicaciones técnicas para los eruditos, porque aquí solo caben las emociones. Que es lo que mola. Pat subió al trastero su sobresaliente individualidad para echarse en brazos de una colectivización mágica que se le cuela por los poros y a nosotros por los oídos, y le inspira mientras destroza al público, que se recuesta en las gradas o se acuesta, literalmente, en la pista y flipa. Es su segundo nivel con Unity Band y eso se nota. En el grado de cohesión, en la viveza de sus conjunciones y, sobre todo, en la capacidad de dejar fluir la medicina para que atenúe las penas. Y la medicina se llama música. La máxima acepción de la palabra música. Tal vez un paso más allá que habría que ir inventado para distinguirla de tantas otras lindezas inocuas. ¡Oído RAE!
Fuera de lo correcto también hay emoción. En la aventura, en el riesgo, en la salida de tono, en las ideas llevadas al extremo, en perpetuar cualquier ocurrencia por extravagante que sea…, pero siempre desde el respeto y la honestidad, desde una ética sonora que Metheny lleva a rajatabla en su concierto, largo, intenso, apetecible…, como visto desde un caleidoscopio al que un niño curioso se asoma y queda admirado. Ha desaparecido la visión orquestal para dar paso a una intención grupal mucho más constreñida pero igualmente interesante. Es la cara oculta de Metheny. La cara humilde y sabia, la que comparte en vez de reparte, y por tanto ya no se lleva la mejor parte, solo una más de un todo que resulta apabullante, nos traspasa, supera lo que comprendemos, y finalmente nos envida a aceptar su nuevo yo como una reconstruida máquina de sus miles de otras personalidades, pero esta vez abrazado a algo más que su guitarra.
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