Apuntes de San Petersburgo
Tras la toma de Budapest, Sándor Márai creyó ver en la llegada de los soviéticos, no la invasión de un ejército regular, sino el misterioso advenimiento, entre caótico y elemental, de todo el Oriente. A este cliché contribuyeron involuntariamente los escritores rusos del XIX que, como Tolstói, Pushkin y Chejov, relataron un mundo en buena parte incompresible: la Rusia agrícola, feudal, de siervos y terratenientes, que todavía perdura, misteriosa y nevada, en la insólita pintura de Chagall. Así ocurre también al comienzo de estas Memorias literarias de Grigoróvich, donde aún aparecen bufones (la bufona Agashka, irascible y temida pirómana) en alguna fiesta del señorío autóctono.
No obstante lo dicho, y a pesar de la vaga satrapía que intuyera Márai, lo que Grigoróvich evoca en sus memorias no es otra cosa que el vértigo y el esplendor de una gran capital europea. Por estas páginas asoman Dostoievski, Tolstói, Chejov, Turguéniev, Alejandro Dumas, Pushkin, Lermontov, más el influjo de la literatura británica y francesa. De igual modo, el Petersburgo de Grigoróvich es ese mundo suntuoso y bohemio de Academias, publicaciones y ballets nocturnos que podemos suponer en el París de Balzac o el Londres de Dickens. Así pues, el alma rusa, aquel tropo del paneslavismo, no aparece aquí por ningún lado, y sí la profusa actividad periodística y literaria que caracterizó a toda Europa desde el primer tercio del siglo XIX.
Hay que decir que Grigoróvich no había sido traducido al español hasta el momento. Y es mérito de Nevsky Prospects la recuperación, el descubrimiento en suma, de este escritor inteligente y bienhumorado, cuya generosa insistencia empujó a Chejov a la carrera literaria. Las cartas que se incluyen como apéndice en este volumen así lo atestiguan: sobre el juicio crítico y la sagacidad lectora, triunfa la bondad humana. Lo mismo puede aplicarse a la mirada, entre benévola y compasiva, que Grigoróvich dirige a los formidables egos de su tiempo. Al genio esquivo de Dostoievski, al severo polemista que hubo en Tolstói, Grigoróvich le contrapone la humanidad cordial, casi beatífica, de Ivan Turguéniev.
Sobre Turguéniev, sobre la extraña naturaleza de la literatura, sobre los lejanos hechos de la infancia, versan las mejores páginas de estas Memorias literarias.
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