Atentamente, Luis Buñuel

La editorial Cátedra publica un volumen de interés excepcional: la correspondencia escogida del inmortal cineasta español en el que aparecen misivas con grandes mentes de su época

Atentamente, Luis Buñuel
Atentamente, Luis Buñuel
José Abad

25 de julio 2018 - 02:37

La nota más antigua incluida en el volumen Correspondencia escogida (Cátedra) está fechada en 1909. Luis Buñuel tiene nueve años de edad y se dirige a unos compañeros de colegio: "Mañana, a las tres de la tarde, os espero a los dos solos en el callejón que hay en la facultad. Si no podéis ir al colegio, me la pagaréis los dos juntos", dice. (Imaginemos a aquel niño con la mandíbula prieta y el lápiz -yo lo imagino escribiendo a lápiz- también prieto entre los dedos). La última carta escrita por el cineasta tiene fecha del 10 de abril de 1983 y está dirigida a Jean-Claude Carrière; Buñuel es un hombre enfermo y cansado: "Yo ya no salgo de casa", comenta. Entre una y otra misiva hay más de siete décadas y más de setecientas páginas de un valor incalculable; los profesores Jo Evans y Breixo Viejo han reunido casi un millar de cartas o bien escritas por Buñuel o bien dirigidas a él. Podrían haber sido muchísimas más, pero la selección basta para hacer un retrato cabal del hombre oculto tras las cortinas de humo que él mismo aventaba; en 1952, escribía a José Rubia Barcia: "Mi silencio como respuesta a sus tres o cuatro últimas cartas merece toda clase de reproches e incluso de insultos. Pero si usted supiera el trabajo que a mí me cuesta escribir…".

En su introducción, Jo Evans y Breixo Viejo llaman la atención sobre la falta de epistolarios de grandes cineastas como Charles Chaplin, Fritz Lang, Serguei Eisenstein, Alfred Hitchcock, Akira Kurosawa, etc. La lista podría haber sido asimismo más larga, por descontado. No obstante, lo que deberíamos preguntarnos es si nuestros cineastas predilectos se prodigaron en este ámbito o si lo que escribieron sería de alguna utilidad para el lector. (Yo imagino a John Ford garabateando cuatro líneas en un papel y santas pascuas). La publicación de un epistolario está justificada únicamente si, como ocurre con éste, ilumina la obra del susodicho o sus métodos de trabajo o sus interioridades como persona, y no otras cuestiones de alcoba o trastero, claramente secundarias.

Las cartas tienen el atractivo potencial de una mayor cercanía y espontaneidad. En estos momentos, al menos en teoría, los interlocutores bajan la guardia y se presentan y expresan tal cual son. O no. Que algunos se llevan la pose a la intimidad e interpretan su papel las veinticuatro horas del día. (Yo no daría la menor credibilidad al epistolario de Raoul Walsh, por ejemplo).

Todo epistolario esboza una autobiografía oblicua e imperfecta del interesado. Sabemos con quién nos encontraremos, aunque sorprende la escasa persistencia de ciertas figuras en el retablo. Es el caso de Federico García Lorca. En febrero de 1926, Buñuel le escribía al poeta andaluz: "¡Querido Federico, ¡Qué vergüenza dejar que nuestra amistad se apolille por completo! En parte es tuya la culpa porque he visto que no tienes ningún interés en saber de mí". Unos años después, en 1930, Buñuel confiesa a José Bello: "De Federico, casi no sé quién es". Y de ahí a poco Lorca desaparece de los comentarios para convertirse en una sombra circunstancial: a lo largo de los años, a Buñuel le propusieron realizar la adaptación de La casa de Bernarda Alba, un interesante proyecto que no terminó de cuajar. Otro caso paradigmático sería el de Salvador Dalí, inevitable tercer vértice en este triángulo equilátero. En 1926, en una carta dirigida a Lorca, Buñuel escribía: "He pasado en París unos días con Dalí, muy pocos para lo que los dos hubiéramos deseado"; pocos años después, Buñuel rehuirá al pintor catalán con discreción. En 1982 todavía recibe órdagos del catalán para hacer otro film conjunto, que él rehúsa educadamente.

Buñuel se presentó como cineasta con unas imágenes que todavía hoy siguen sobresaltando al espectador, las de ese globo ocular rasgado por una navaja de afeitar mientras un tajo de nube rasga el círculo perfecto de la luna llena. En 1929, el director ponderaba el carácter liberador y transgresor del surrealismo en una misiva a José Bello, un interlocutor siempre agradecido: "El surrealismo no hace más que animar la realidad cotidiana con toda clase de símbolos ocultos, la vida extraña yacente en el fondo de nuestra subconsciencia, y que la inteligencia, el buen gusto, la mierda poética tradicional habían llegado a suprimir por completo". Buñuel era un tipo inquieto, un culo de mal asiento; las circunstancias lo convirtieron en un cineasta errante. El aragonés arrastró su talento en un itinerario vital desde España a Francia -sólo allí habría podido rodar Un perro andaluz (1929)-, y de ahí a Hollywood, y luego de vuelta a España, y Hollywood, y México, y España, y Francia, mientras iba ensartando cuentas en una filmografía gratificante como pocas y dejando un reguero de cartas bastante nutrido. Esta Correspondencia escogida pone encima de la mesa un precioso material para la reflexión, aunque deja sin responder algún que otro interrogante. Me hubiera gustado saber si los compañeros interpelados por Buñuel en 1909 acudieron a la cita; nada se nos dice de ello.

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