Caras ocultas del arte
El Reina Sofía dedica una muestra al alemán Hans Haacke que combina obras anteriores del autor con proyectos recientes


Quizá quiso contar con la novedad del momento, el arte conceptual, o tal vez vincular el museo con la ciudad. Fuera o no por esas razones, lo cierto es que el Guggenheim de Nueva York encargó en 1971 a Hans Haacke una exposición individual, en la que ciudad y arte confluyeran.
Haacke (entonces contaba 35 años, y hacía seis que vivía en Nueva York) trabajó sobre la degradación de ciertas zonas de la ciudad, el Lower East Side (Wyler mostró su vitalidad en 1937: Calle sin salida) y Harlem. El resultado de su indagación fue claro: la decadencia de las zonas no obedecía a la fatalidad ni al paso del tiempo. Era simple efecto de la especulación. Un consorcio de empresas inmobiliarias había ido comprando edificios y presionando a los inquilinos para que los abandonaran. Las viviendas se agrietaban, fallaban acometidas, reventaban los alcantarillados, pero las reparaciones eran imposibles porque la nueva propiedad las impedía. En el horizonte, abundantes plusvalías del suelo. Haacke fotografió los edificios, informó de su estado y trazó un mapa de las relaciones familiares y comerciales que alentaban la operación. Ésa era la exposición. El Guggenheim no la aceptó. Entre los nombres del consorcio inmobiliario abundaban los relacionados con patronos y consejeros del museo. Pero que nadie piense que ésta fue la razón del rechazo, no. El museo la rehusó porque los expertos dictaminaron que la muestra no era propiamente artística.
La obra de Haacke no tardó en exponerse: en 1972, en la Universidad de Rochester, y en la Bienal de Venecia de 1978. Después lo compró el Centro Pompidou. Hoy puede verse, en estilizada réplica, en el Museo Reina Sofía, en una exposición titulada Castillos en el aire que permanece abierta hasta el 23 de julio. Es obligada referencia del arte del siglo XX.
Haacke (nacido en Colonia en 1936) ha dedicado gran parte de su trabajo a mostrar las caras ocultas del arte. El arte puede emplearse para dar respetable rostro público a iniciativas privadas poseídas por insaciable afán de lucro. Tampoco falta quien hace del arte plataforma de poder y prestigio social. Así, Peter Ludwig, el maestro chocolatero, cuya historia narra la muestra. Este industrial, promotor del célebre museo de Colonia, se jactaba de determinar con su dinero los precios del mercado del arte pop, pero cuando ciertas operaciones millonarias lo acercaron a la ruina, redujo el salario a sus trabajadores y les exigió hacer horas extras sin retribución. Quizá invocara la necesidad de salvar a la firma maltratada por los mercados. Ya se sabe que la mano oculta que los rige es caprichosa aunque sus golpes siempre van a los más débiles. Una pieza de Haacke ironiza sobre este dios de la fe neoliberal.
Helmsboro Country narra otra edificante historia, la alianza entre Marlboro y el senador republicano, Helms. La marca, que centra su publicidad en paisajes del Viejo Oeste, quiso emplear también la Declaración de Derechos de Estados Unidos (pagó 600.000 dólares para reproducir el original, en una campaña que costó unos 60 millones) para desautorizar, en nombre de la libertad, la prohibición de fumar en lugares públicos. Marlboro (desde 2003, Altria) comparte tan peculiar defensa del derecho con la financiación de la campaña de Helms, conocido por sus ataques a la homosexualidad y su amparo a la extrema derecha latinoamericana. Haacke reunió amplia documentación sobre el caso y construyó grandes cajetillas de tabaco en cuyos cigarrillos imprimió la Declaración de Derechos, que así sería irremisiblemente achicharrada.
Completa la muestra una obra realizada este año en España en torno a una reciente operación inmobiliaria, el Ensanche de Vallecas. El proyecto reúne las arbitrariedades y abusos propios de la burbuja. Cooperativas que no son tales, financiaciones en cadena cuyos débitos recaen sobre un comprador que, tras haber pagado tiene aún deudas y no vivienda. A esto se unen las ruinas: esqueletos de hormigón, solares abandonados, locales aún en venta pero ya deteriorados. Las fotos del desastre alternan con fotocopias de documentos engañosos o de quejas sin respuesta. Todo ello frente a un vídeo que ofrece el panorama del desastre. En él se ven los nombres de las calles y ¡aquí aparece el arte!: calle del minimalismo, del arte pop, del conceptual. Todo muy moderno.
Haacke es un activista. A sus setenta y tantos no parece tirar la toalla. Siempre cáustico, cuando Alemania lo eligió para representarla en la Bienal de Venecia de 1993, construyó una réplica del pabellón que diseñaron los nazis para otra bienal, la de 1934, que debía recibir a Hitler en su primer viaje a Italia como canciller. En la réplica que construyó, Haacke no colocó la esvástica. En el círculo destinado a la cruz gamada puso otra cosa: la reproducción reluciente de una moneda, el marco alemán.
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