Escuchando a Brahms

Volondat, en primer término, el pasado jueves.
Antonio Torralba

26 de marzo 2011 - 05:00

Séptimo concierto de la temporada de abono. Programa: 'Concierto para piano y orquesta n. 1 en re menor, op. 15' y 'Sinfonía n. 1 en do mayor, op. 68' de Johannes Brahms. Solista: Pierre-Alain Volondat (piano). Dirección: Álvaro Albiach. Fecha: jueves 24 de marzo. Lugar: Gran Teatro. Lleno.

Casi como ocurre con el de Beethoven, el ciclo sinfónico de Johannes Brahms (1833-1897) ha sido objeto de numerosas grabaciones y es de los más brillantemente representados en el mundo de la fonografía. El primer movimiento de la Sinfonía n. 1, el segundo de la segunda, el tercero de la tercera y el cuarto de la cuarta (no hago juegos de palabras: es la verdad) forman parte de las músicas que todo aficionado al repertorio culto tiene en mente cuando piensa en las maravillas que dejó el género sinfónico. Y suenan a menudo (o sonaban, porque quizás esa afición a la escucha doméstica de obras largas viva horas bajas) en los aparatos de música de los aficionados de todo el mundo. ¿Qué puede aportar a éstos la escucha en vivo de estas músicas archiconocidas? Varias cosas, desde luego, pero una muy especial (enseguida veremos otra) es la posibilidad de disfrutar de la dinámica. En música, llamamos dinámica a las gradaciones de intensidad, a los planos de volumen en movimiento que tanto tienen que ver con el disfrute sensual del arte de los sonidos y que a menudo nos escamotean los medios de grabación y reproducción cotidianos. Pues bien, este aspecto con que siempre nos sorprende la escucha en directo y que tan esencial es en la música de Brahms, me pareció brillar especialmente en la dirección de Albiach. Magistralmente medidos desde el angustioso inicio de la sinfonía bajo la rítmica de los timbales, los matices dinámicos puestos al servicio de las sutiles texturas orquestales brahmsianas, tuvieron quizás momentos todavía más espectaculares en la primera parte de la velada, durante la interpretación del concierto.

En ello, desde luego, tuvo un protagonismo esencial el solista invitado; el magnífico pianista y compositor Pierre-Alain Volondat, comprendiendo a la perfección el carácter peculiarmente sinfónico del primero de los conciertos de Brahms, supo unirse a ese empeño por jugar sutilmente con las texturas y las intensidades, sin descuidar las medias tintas, en que basó el director valenciano su acercamiento a estas obras. Además, el solista francés añadió (y me refiero ahora a la otra grandeza de la revisita continua al gran repertorio) una concepción heterodoxa de su lectura, sobre todo en la elección de los tempi. Estas sorpresas añadieron un plus de frescura a una interpretación técnicamente impecable que fue ampliamente aplaudida por el público del Gran Teatro. Volondat respondió con una propina inesperada: la Danza Andaluza (op. 37, n. 5) de Granados. Como le gritó un entusiasmado oyente, Merci Monsieur.

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