Estremecedora denuncia, conmovedor canto
China, 2009. Drama bélico, 135 min. Director: Lu Chuan. Guión: Lu Chuan. Intérpretes: Liu Ye, Hideo Nakaizumi, Gao Yuanyuan, Yuko Miyamoto, Fan Wei, John Paisley. Producción: Han Sanping. Fotografía: Yu Cao. Música: Tong Liu.
200.000 asesinatos y 20.000 violaciones, según la estimación de las autoridades internacionales, se cometieron tras la toma japonesa de Nanking entre finales de diciembre de 1937 y principios de febrero de 1938, durante las seis semanas conocidas como "la violación de Nanking". Abandonada por los mandos de las tropas chinas y los observadores internacionales, la población civil y los soldados prisioneros quedaron a merced del ejército imperial japonés al mando del general Iwane Matsui. Los primeros, junto a muchos civiles, fueron exterminados en el fusilamiento en masa de la orilla del Yang-Tsé, la llamada Fosa de los Diez Mil Cadáveres o las ejecuciones masivas con morteros de la puerta de Taiping. La mayor parte de los hombres civiles, mujeres y niños, junto a unos pocos europeos, quedaron confinados en la llamada Zona de Seguridad. Allí, bromas de historia, su única posibilidad de salvación era un nazi, John Rabe, delegado alemán de Siemens en China, que fue nombrado presidente de un exiguo Comité Internacional -sólo quedaron 22 occidentales, entre comerciantes y misioneros- que logró salvar miles de vidas. Pese a ello las matanzas de civiles refugiados en la Zona de Seguridad y la violación de mujeres, o la exigencia de que se prostituyeran para recreo de los soldados japoneses, fueron constantes. Llamado a Berlín en febrero de 1938, Rabe denunció ante el Gobierno nazi los crímenes de sus aliados japoneses. A buena parte fue. Detenido por la Gestapo, las pruebas de las matanzas que había llevado con él fueron destruidas. Murió pobre y olvidado en 1950, dejando tras sí un diario que fue publicado en 1996. Hoy está considerado el Schindler de China.
Esta necesariamente dura película narra la masacre de Nanking a través de John Rabe (John Paisley) y de su secretario chino Tang (Wei Fan), de una parte, y de Kadokawa (Hideo Nakaizumi), un soldado japonés que asiste con horror creciente al infierno desatado por los suyos. Así se entrecruzan los puntos de vista de las víctimas y de uno de sus verdugos progresivamente angustiado ante el horror. Es una opción inteligente. Los verdugos sin conciencia no tienen punto de vista: son máquinas de asesinar, torturar y violar sin que una chispa de conciencia se estremezca en ellos. No son representados en la película como monstruos, sino como algo peor: hombres de los que ha desaparecido toda humanidad. El soldado Kadokawa, en cambio, conserva la humanidad suficiente, aunque esté embotada por los horrores de la guerra, como para que la conciencia se vaya abriendo paso en él. Por eso sirve como testigo.
Se ha dicho que Lu Chuan, joven realizador chino autor de dos premiadas películas que ha dedicado cuatro años a la preparación, escritura y realización de esta obra colosal, ha trabajado con un ojo puesto en La lista de Schindler y otro en Salvar al soldado Ryan. No es del todo incierto -la historia de John Rabe y la utilización del blanco y negro pueden recordar a la primera, y ninguna película de guerra puede ignorar a la segunda- pero al mismo tiempo es injusto. La dureza de Ciudad de vida y muerte, su atmósfera, el tratamiento de los personajes y su sentido cinematográfico son otros. Mucho más cerca del cine oriental que del euro-norteamericano, recordaría en mayor medida al Kobayashi de La condición humana o al Ichikawa de El arpa birmana, en el caso de que nos empeñáramos en buscarle padrinos; aunque sin alcanzar la monumentalidad de la primera y el lirismo de la segunda (tiempo al tiempo: Lu Chuan está en sus comienzos).
Porque Ciudad de vida y muerte es una obra pacifista en la que la dura representación de la violencia se hace para su denuncia, en la que el trío protagonista representa actitudes éticas positivas y en cuyo tramo final se hace un conmovedor canto al sacrificio, la paz y la continuidad de una vida que pueda llamarse humana. Sobre todo se trata de la obra personal de un realizador con un intenso sentido de la imagen, capaz de estrujarnos el corazón durante más de dos horas, dotado de la maestría que permite insertar el detalle -humano o visual- en un fresco colosal con decenas de personajes principales y miles de figurantes, integrando las historias personales en el marco histórico con una habilidad que podría recordar a David Lean. Extraordinaria la fotografía en blanco y negro de Yu Cao y demasiado bella la música de Tong Liu, porque sentimentaliza excesivamente algunos pasajes de esta estremecedora denuncia de la maldad humana a la vez que conmovedor canto a la dignidad y el valor.
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