Eva sin manzana

M. G. González

15 de enero 2012 - 05:00

José María Eça de Queirós. Periférica, Cáceres, 2011. Traducción de Juan Sebastián Cárdenas. 80 páginas, 11,50 euros

Adán y Eva en el Paraíso se publica en 1897, el mismo año que el Drácula de Stoker, y sólo tres años antes que La interpretación de los sueños. Quiere esto decir que las violentas fuerzas de la naturaleza, benéficas o no, eran ya un lugar común de la literatura bien entrado el XIX, y que gran parte del Romanticismo se adentró en las espesuras naturales, en los precipicios sin nombre, buscando no sólo el terror, sino una libertad primera. Kant llamó a esto, en los amenes del XVIII, "lo sublime terrorífico", y bajo ese hermoso rubro se conciben tanto el Caín de Byron como la pintura toda de Kaspar Friedrich. Queirós, sin embargo, es más moderno: ha prescindido ya del halo trágico de sus mayores y acude al humor para revisitar los viejos mitos judeo-cristianos. De resultas de ese espíritu burlesco nace la singular obra que hoy comentamos. Una obra donde Adán y Eva, trémulos y exhaustos, atraviesan, no el Paraíso prometido en el drama del Génesis, sino la fronda hostil del Paleolítico.

También Espronceda y Twain navegaron esta agua levítica del imaginario europeo. No obstante, es Spinoza el primero en leer LaBiblia como historiador y no como teólogo. Así pues, podemos datar en Ámsterdam, y en 1670, donde LaBiblia se desliza desde la intemporalidad del mito a la arenosa fugacidad de lo profano. De aquella inaugural lectura científica de los textos sagrados viene toda la tropa subversiva que escandalizó el XIX. También ocurre así en esta esplendida acuarela de Queirós, donde el Paraíso fulgura con sus luces primeras.

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