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Libros, versos y amor. Una mezcla que seduce a todo poeta, tres elementos esenciales, arrebatadores, pilares que sostienen a la Literatura y alimento espiritual para las personas. Un triángulo pasional imposible de romper porque la poesía y el amor se complementan y el libro los sostiene y los distancia del olvido, porque "a los libros, a la poesía se va por el amor", como aseguró ayer Pablo García Baena en su discurso inaugural de la Feria del Libro.
El poeta cordobés no dejó indiferente al público que atentamente escuchaba su pregón en la Sala Victoria mientras su voz, tranquila, moderada, tan grata a los sentidos, interpretaba palabra tras palabra su Vestíbulo del libro. Aunque según el propio escritor "para pregonar hay que tener la voz catedralicia de los púlpitos y yo no tengo esa voz", los asistentes permanecieron atentos e inmóviles en la Sala Victoria, aun cuando un penetrante viento atravesaba el lugar.
García Baena trazó a grandes rasgos en su discurso la historia del libro, una crónica que dibujó desde que los primeros hombres dejaron "signos sobre las rocas" que serán "un mensaje angustioso de comunicación" hasta llegar a la imprenta, que se encarga de "sembrar por toda Europa la semilla de la buena nueva", pasando por la tradición hablada porque "el libro es oral y anónimo", los juglares, los escribas sentados y el Apocalipsis, que abrirá "su misterioso libro de los siete sellos sobre los que reposa el Cordero de sangre".
El poeta hizo algunos guiños religiosos en un discurso plagado de referencias a grandes escritores que han marcado la Historia de la Literatura, desde el Arcipreste de Hita, Gonzalo de Berceo, Valle-Inclán y Lorca hasta su gran amigo Vicente Núñez. También apareció la censura y los libros prohibidos: "A veces arden juntos, consumidos en la misma brasa el creador y su obra. Siempre fue arriesgado oficio el escribir". Y recordó al Románico con los amanuenses, y al Siglo de Oro con Góngora y Quevedo.
García Baena no olvidó a Córdoba, la tierra que lo vio nacer, recordando a los guadarmecileros, artesanos del cuero y encuadernadores; y a Juan de Mena, que intentó "dignificar el lenguaje con giros latinizantes o toscanos como lo haría luego el otro cordobés Góngora". También pasó por la primera gramática en lengua romance escrita por Nebrija, las prensas, y por fin, la impresión mecánica y los sellos que caracterizaron a cada imprenta: el Ave Fénix de Pedro Destar o el tirso y la antorcha de Antonio de Sancha.
Tras este largo pero a la vez conciso resumen de la historia del libro, García Baena resaltó la importancia del amor en la literatura, "el amor que inflama y ordena y gobierna", y que lo llevó a trazar una tipología: el profano de La Celestina; el divino de San Juan de la Cruz; y el carnal de La lozana andaluza de Francisco Delicado. Un sentimiento que desde el principio de los tiempos ha atraído a poetas y lectores, ha movido los hilos de la literatura y ha ejercido importantes influencias en las relaciones humanas porque "ambos, poesía, amor, están o son la vida, ese arrebato fogoso", reiteró García Baena. Los dos elementos pueden subsistir individualmente, "pero sólo el libro los salvará del olvido y su sudario, es decir, la muerte".
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