"Hamlet' es un mensaje a un hijo que está en otro reino"

maggie o'farrell

La autora irlandesa publica 'Hamnet', una novela en la que vindica las figuras (reales) de la mujer y del hijo muerto de William Shakespeare

La escritora irlandesa Maggie O'Farrell. / Murdo Macleod
Pilar Vera

07 de abril 2021 - 11:03

Ni siquiera podemos dar por cierto su nombre. Ha pasado a la historia como Anne Hathaway pero su padre, Richard, se refiere a ella como Agnes en su testamento. "Eso lo ilustra prácticamente todo", comenta Maggie O'Farrell.

De la que fuera esposa de Shakespeare, apenas quedan registradas un par de líneas. Sabemos que era mayor que el poeta, que le dio tres hijos, que quedó atrás en su biografía (y en Stratford-upon-Avon) cuando el autor partió a Londres. Analfabeta, pueblerina: ante la falta de datos, era fácil suponer que formaba parte de una vida lejos de la sofisticación, no apta para el Bardo.

Anne Hathaway ha sido peor que ignorada: ni siquiera sabemos a ciencia cierta cuál era su nombre"El simple hecho de titular su mayor obra con el nombre del hijo que falleció es una enorme señal de duelo"Me costó tanto escribir las escenas de duelo que las terminé haciendo por partes, en el cobertizo"

O 'Farrell (Colaraine, Irlanda, 1972) se propone en Hamnet (Libros del Asteroide) vindicar su figura: "Anne Hathaway ha sido peor que ignorada. Se ha dicho desde que Shakespeare la odiaba porque era campesina, hasta que ella intentó enredarlo o que era fea o de moral ligera. Sin embargo -explica-, en toda la documentación que he visto no hay ninguna evidencia real de todo esto, algo que me ponía furiosa. Es cierto que en su testamento, por ejemplo, Shakespeare es muy seco: pero es abrupto el documento en general. En la época era más o menos común que los hombres fueran a Londres a buscarse la vida. Y todo lo que ganó, lo mandó a su casa: él vivía en habitaciones muy modestas en Londres, pero invertía en Stratford. Tras la muerte de su hijo, le compró a su mujer una mansión, una casa en la que podía poner en marcha hasta una cervecería. Siempre he pensado que alguien que lamenta su matrimonio no hace esto: así que he pretendido que mis lectores olviden lo que saben sobre Anne y piensen en Agnes".

No tiene nada que ver ser analfabeto "con ser imbécil", especialmente, en el siglo XVI. La Agnes de Hamnet tiene un enorme conocimiento del mundo, con un linaje de criatura del bosque que la hace medio (o totalmente) bruja. Conoce las propiedades de las plantas, tiene una viva intuición, maneja aves de presa: "Su matrimonio es como una asociación", continúa O'Farrell.

Para poner en pie esta novela, que ha querido ser "sobre gente real", la investigación ha ido más allá de lo académico. Para ello, O'Farrell hizo cosas como plantar su propio huerto medicinal isabelino, "porque normalmente era la mujer de la casa la que lo hacía"; o practicar el mudlarking: la búsqueda de objetos del pasado por la orilla del Támesis, donde encontró piezas como monedas o pipas de la época. También dio clases de cetrería, para aprender a hacer volar a halcones y cernícalos: "Necesitas saber tantas cosas para hacer una novela histórica, para que hablen con el lenguaje necesario, para saber de qué se han hecho sus zapatos, cómo mantienen el pelo... No puedes quedarte sólo en lo teórico. Las novelas históricas que me gustan son las que me hacen sentir como si estuvieras en ese tiempo".

La fragilidad de la vida, el tabú -lo inasumible, en forma de la muerte de un hijo- o el destino como hecho inevitable son los temas comunes en Hamlet y en los dramas griegos: "Y eso sí traté de incluirlo, escribir con esa sensibilidad isabelina sobre el libre albedrío y el destino".

Su fascinación por Hamlet (Hamnet) se remonta a la época en la que era una "adolescente introspectiva". "Ponía el dedo sobre la l, en esa aula tan fría, y me decía: pero si es el mismo nombre que el del hijo muerto, ese que en los libros también despachan enseguida. A pesar de los esfuerzos de los mejores académicos, existe un abismo entre lo que sabemos de la obra de Shakespeare y su persona, pero siempre me pareció que el hecho simple de haber titulado su mayor obra con el nombre de su hijo era muy significativo, era una expresión de duelo".

De Hamnet sólo tenemos dos registros: su nacimiento, junto a una melliza, y su muerte, el 11 de agosto de 1696. "Mucha de la documentación que leí habla de la proporción espantosa de mortalidad infantil, tan tremenda que hace pensar a muchos autores que, bueno, lo mismo que se te muriera un hijo entonces no sería algo tan terrible -explica-. Yo no lo creo, me niego a pensar que la muerte de cualquier hijo en ningún momento de la historia te deje indiferente. No creo que la muerte de Hamnet fuera otra cosa que devastadora: basta con leer las primeras escenas de Hamlet para entender la enormidad del duelo por el hijo. Si lees la obra en esa clave es un mensaje de un padre a un hijo que está en otro reino".

El tema le resultaba tan terrible que, antes de este Hamnet que mereció el Women's Prize for Fiction, vieron la luz tres intentos: "Era una idea que llevaba pensando, y rechazando, desde hace tiempo -cuenta-. No soy muy supersticiosa, pero también tengo un hijo y dos hijas, y no quería abordar el ponerme en la piel de una mujer que está en el lecho de muerte de su hijo hasta que el mío cumpliera 11 años. Quería que los lectores sintieran el duelo pero era muy duro tratar de escribir la escena de la muerte y el entierro. De hecho, me iba a escribirla al cobertizo del jardín, que no es en absoluto un lugar bonito, y escribía allí, por partes, las escenas de enfermedad y muerte. No puedes evitar ponerte en el lugar, imaginarte cómo te sentirías tú".

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