Juan Bernier: erudito, maestro y amigo
Aniversario Recuerdos de un autor destacado de la Córdoba del siglo XX
Este año se cumple el centenario del nacimiento del poeta y arqueólogo cordobés, cofundador del Grupo Cántico y gran valedor del patrimonio cultural de la provincia
Humanista, maestro, investigador, arqueólogo, poeta y erudito, pero sobre todo amante de la literatura, del patrimonio y de la vida. Así recuerdan sus amigos a Juan Bernier, el germen de una generación de poetas cordobeses que se unieron en torno a la revista Cántico a finales de los años 40. Bernier nació en concreto hace un siglo, en 1911, en La Carlota y desarrolló su trayectoria en la posguerra, después de luchar en el frente de Teruel durante la contienda. Sin embargo, antes de 1936 había colaborado en la creación de la revista Ardor. Ahora, cuando se cumple un centenario de su nacimiento, sus amigos recuerdan a la persona, al poeta y al maestro, las tertulias en las tabernas o los viajes por la provincia que compartieron. Además el festival Cosmopoética le rendirá homenaje en abril con la presentación de su Poesía Completa y del Diario que el autor dejó al periodista y profesor universitario Antonio Ramos Espejo y que más tarde pasó a manos de su sobrino, Juan Antonio Bernier. "Que alguien como Juan Bernier te confíe su diario, sus memorias sobre los episodios más íntimos de su vida, contados hasta 1945, es como si te diera el corazón", dice el profesor.
Para Pablo García Baena el recuerdo de Juan Bernier es continuo porque va unido a la vida de los poetas de Cántico: "La verdad es que Cántico es un puro recuerdo pero muy vivo en mi imaginación y mi existencia y Juan tiene una importancia capital porque fue el que nos fue uniendo a través de las afinidades literarias, poéticas o artísticas". Fue "indispensable" para la puesta en marcha de esta revista y puso a los más jóvenes del grupo -Ginés Liébana, Julio Aumente y García Baena- en contacto con Ricardo Molina y Mario López, por lo que "quien empieza a soñar con la revista Cántico es indudablemente Juan y el que nos une para plasmar todo lo que tenía organizado en su cabeza". Eran tiempos de coloquios, de enseñanzas y de tabernas, el lugar elegido por los poetas para dialogar, recitar y degustar el vino de la tierra. "Yo era joven y no bebía, pero íbamos de tabernas y le oía como el que oye a un profeta. Su alto magisterio, su conocimiento del mundo y de la vida, las terribles escenas que contaba de la guerra... Lo oíamos como lo que verdaderamente era, un sabio", agrega.
Ramos Espejo explica que su vida, a la que se refería en sus conversaciones y en su Diario, "es una vida tabernaria y nocturna, una vida de sus paseos solitarios o en compañía de amigos conocidos".
La cabeza agachada, su mirada misteriosa, su hermetismo, su discreción, su elegancia al saborear el vino "que nos enseñó a beber", y "siempre con el cigarro en la mano y un ojo medio cerrado para que no le entrara el humo". Así rememora el artista Ginés Liébana a Bernier, un "personaje muy interesante" que continuaba "con esa especie de hedonismo mezclado con lo divino y pagano típico de Andalucía". Conserva "una especie de fuerza mezclada con delicadeza", un carácter "que se aprende en Córdoba y que si te vas fuera se acentúa".
Liébana recuerda que en aquella época había un ambiente especial, "un hálito irrepetible", un poder condensado en el aire, algo "sorprendente" que la gente "que lo vivíamos no lo notábamos". En esa época "la grandeza de Córdoba se veía igual en una taberna que en un convento o en una casa elegante. Por eso salen tipos como Bernier", explica el artista.
Manuel Nieto Cumplido, canónigo archivero de la Catedral, fue amigo y compañero de viajes suyo desde finales de los años 60. Ambos formaban parte, junto a Dionisio Ortiz Juárez y Francisco Lara Arrebola, del equipo de redacción del Catálogo Artístico y Monumental de la Provincia de Córdoba. En la preparación de esta obra "tuve la suerte de poder viajar con él por toda la provincia, me permitió conocer no sólo las imágenes de los pueblos sino también entrar en su interior", apunta Nieto Cumplido. Una de las anécdotas que recuerda con más cariño ocurrió durante un viaje a Zaragoza y Teruel, donde Bernier quiso buscar una cueva en la que estuvo resguardado durante la Guerra Civil. "Subimos montes, aunque él ya no podía y se quedó abajo. Al final, llenos de cansancio -rememora- encontramos un abrigo, una especie de cueva, que era la que él estaba buscando porque allí había dejado sus recuerdos escritos en la piedra". Allí había grabado los nombres de grandes escritores tanto europeos como españoles y "en el frente de la cueva había una lápida que él había labrado escrita en latín que decía: Aquí estuvo el soldado cordobés Juan Bernier en las calendas de agosto de 1937". Entonces sus compañeros de viaje lo avisaron, el poeta subió hasta la cueva y "quedó emocionado al volver a encontrarse en un sitio en el que había dejado, en medio de aquella horrible guerra, un recuerdo literario, personal y de gran cultura".
Bernier era "una persona muy seria, muy culta, muy sensible", manifiesta Liébana, e "indulgente, generoso, abierto a todo el mundo, dispuesto siempre a ayudar a los más jóvenes, verdaderamente un ser difícil de encontrar" añade García Baena. Aunque a veces "era aparentemente de un carácter hosco", en realidad sólo mostraba esa faceta "a los que sabía que no eran amigos, con nosotros era diferente", cuenta Nieto Cumplido.
Pero sobre todo, apunta el autor de Antiguo Muchacho, "lo que lo distinguía era su generosidad, el estar abierto a los problemas de cualquiera". Porque Juan Bernier "fue siempre maestro de todos, nos llevaba, nos hacía conocer rincones de Córdoba. A veces le llamábamos el profesor porque nos parecía un poco divertido pero siempre le respetábamos mucho", añade.
Por su parte, Ramos Espejo asegura que "sólo con estar a su lado aprendías; en una sola frase, a veces en la forma de reírse, de referirse a alguien con ternura o desprecio… O sentado en la taberna".
El de maestro y amigo son los aspectos más recordados de Bernier, un hombre que "agradecía la amistad y la compartía y que, a pesar de la imagen que hubiera dado de hombre descreído, no era así". A la mente de Nieto Cumplido viene el recuerdo de cuando él mismo celebraba la misa para ellos dos solos. Además "le encantaba el canto gregoriano, por eso en su funeral, en la parroquia de la Compañía, la Schola Gregoriana Cordubensis acompañó el acto con una misa totalmente gregoriana", agrega.
Autor de Aquí en la tierra, Una voz cualquiera, Poesía en seis tiempos, En el pozo del yo y Los muertos, la poesía de Juan Bernier se distingue de la del resto de sus compañeros del Grupo Cántico por su carácter social. El poeta Manuel Gahete, que lo conoció en los últimos años de su vida, piensa "que era el menos alambicado en el sentido de que los poetas de Cántico van buscando la estética de la palabra". En aquel momento en el que en España había una poesía poco adicta al arte por el arte, "el reducto de Cántico sí que hacía una poesía realmente sustanciosa, con musicalidad, emoción, belleza..." y quizás el que más se aleje de esta concepción sea Juan Bernier, que "lanza su palabra a la calle" y era el que tenía "más sentido del mensaje porque sabía que a través de la palabra poética podía acercarse al público".
Gahete conoció al maestro de Cántico gracias a Carlos Clementson. De sus encuentros recuerda que era un hombre "más bien retraído, tímido, de una gran vida interior; en general tenía una actitud irónica ante la vida en el sentido de que quizás no vivió como le habría gustado vivir" por eso "tenía un cierto dolor interior, resquemor, que plasma en su poesía, la poesía del hombre que está en la tierra obligado a vivir".
Sus experiencias durante la Guerra Civil hicieron, según Ramos Espejo, "que Juan fuera una persona con una fuerte carga interior y se le viera siempre como un hombre en huida". Por eso, parte de su poesía "nace de ese horror que le dejó la huella de la guerra, del dolor por sus amigos muertos, y de su propia condición humana", manifiesta el periodista. En este contexto intimista, "de historias que transcurrían en la ribera", el periodista recuerda unos versos del poema Mañana: "Había entre la escarcha un adolescente muerto/a quien los vivos habían desnudado y convertido en estatua".
"Él es más social, más terrible, más existencialista, mientras nosotros somos más gongorinos", declara García Baena, que reivindica el valor de la obra de Bernier, una poesía a la que no se le ha dado el mérito que tiene: "Es un poeta desconocido y es un poeta vivo porque todo lo que dice tiene una actualidad tremenda".
Según su sobrino, Juan Antonio Bernier, su obra tiene varias facetas; por un lado la hedonista y celebratoria de la vida y por otro la poesía social y de protesta contra la realidad y en defensa de los oprimidos. "Su poesía -explica- evoluciona desde el verso libre de sus dos primeros libros hasta la brevedad conceptual de sus últimos poemas, sobre todo en su último libro".
En Córdoba la céntrica galería Studio 52 Juan Bernier, de la familia Jiménez, rinde homenaje al escritor. "La amistad de mi padre (Pepe Jiménez) con él empezó porque hacían juntos el Catálogo Monumental de Córdoba, Juan lo documentaba y mi padre hacía las fotografías", explica José María Jiménez. Ambos iban a muchos sitios juntos, compartían inquietudes culturales y "tenían una unión muy fuerte a la hora de establecer el trabajo". "Era una persona ideal que no daba importancia a nada de lo que hacía pero era un personaje muy reconocido", añade.
Como arqueólogo Juan Bernier dejó un gran legado que plasmó en el Catálogo artístico y monumental de la provincia de Córdoba. Hizo importantes investigaciones y siguió las huellas documentales y bibliográficas de arqueólogos del siglo XIX. Elevó el nivel y entró el contacto con profesores de varias universidades como Sevilla, Salamanca u Oviedo. "Puso en valor muchos yacimientos que posteriormente han sido estudiados, consiguió que se valoraran muchas obras de arte que estaban perdidas o en malas condiciones en la posguerra y se encargó de catalogarlas", manifiesta el sobrino del autor.
Pero sobre todo, como dice Antonio Ramos Espejo, "por encima de su actividad arqueológica, por encima de sus aportaciones como crítico literario y como gran poeta, Juan Bernier era un hombre de la calle. Vivía en la soledad de su casa, en la taberna o deambulando por donde pudiera ahogar su soledad".
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