Liberación de Córdoba
El 23 de junio de 1808 Castaños convierte la ciudad, que ha sufrido nueve días de saqueo, en su cuartel
Una ciudad exhausta, abatida y desolada. Éste fue el panorama que se encontró el 23 de junio de 1808 el general Castaños cuando entró en Córdoba para convertirla en sede del cuartel general del ejército español en Andalucía. Una semana antes, la ciudad había sido abandonada por las tropas francesas del general Dupont y poco a poco se intentaba recuperar de los horrores a los que fue sometida y de los que "difícilmente se encontraría un ejemplo igual en la historia" durante el terrible saqueo del ejército napoleónico, según relata un correo enviado a Sevilla por la Junta de Córdoba.
Los vecinos andaban todavía enterrando muertos y reparando casas, y los taberneros reponiendo el vino que se habían bebido los descontrolados soldados franceses cuando llegó el general Javier Castaños, que todavía estaba fraguando un ejército -que contaba con el vital apoyo de Inglaterra- y con el que buscaba liberar Andalucía.
Durante esos días de junio de hace dos siglos en Córdoba no se respiraba otro clima que el de la venganza y el odio a todo lo francés. Tanto odio que dos piconeros no dudaron en matar con sus propias manos a cuatro soldados del ejército de Napoleón que se habían quedado rezagados durante la atropellada huida de Dupont. El horror, el horror de la guerra y el olor de la sangre, volvió a levantar a la ciudad en armas.
Regresaron los veteranos de la batalla del Puente de Alcolea, que en el acto se pusieron a las órdenes de Castaños. Volvieron los voluntarios del conde de Valdecañas, sus garrochistas, que acabarían inmortalizados para siempre por su actuación en la batalla de Bailén. El Cabildo de la Catedral aprobó un préstamo de 121.000 reales -poco menos de lo que habían dejado los franceses- para costear este improvisado ejército. Córdoba se la jugó a doble o nada. O Castaños vencía a Dupont y la ciudad quedaba liberada para siempre, o Dupont volvería a Córdoba a saquearla una vez más.
El 6 de julio de 1808, Castaños y su -esta vez sí- preparado ejército dejaron atrás las murallas de Córdoba y surcaban el Guadalquivir para buscar Bailén. Dupont, y el enorme botín arrancado de Córdoba, permanecía en Andújar. Mientras la ciudad esperaba noticias de la batalla, los munícipes de Córdoba buscaban soluciones para aliviar la extenuante situación de las arcas locales. Se inicia un proceso recaudatorio por los pueblos de la provincia (Baena, Espejo, Castro, La Rambla, Montalbán, Santaella, Fernán Núñez, Montemayor y Montilla) para sacar a la ciudad de su apurada situación económica y aliviar los principios de hambruna que comenzaba a padecer la población.
La vida seguía así, entre miseria, principio de hambre, epidemias y escasez hasta que en la madrugada del 19 de julio llegó un mensaje urgente desde Bailén. Castaños había vencido. Por primera vez en la historia, un ejército de Napoleón mordía el polvo y era derrotado. Más de 9.000 franceses habían sido hechos prisioneros y el hermano de Bonaparte y a la sazón rey de España como José I huía hacia el Ebro, donde establecería su defensa.
200 años después, la historia destacaría la importancia, triste importancia, que tuvo el saqueo de Córdoba en el desenlace de Bailén. Según relata el periodista y escritor Francisco Bocero en La derrota, Dupont se preocupó más por proteger los carros del botín que por el desenlace de la batalla. El peso de los objetos saqueados en Córdoba le impidió maniobrar correctamente ante la sorprendente estrategia de Castaños.
Tras conocer la noticia de la victoria en Bailén, Córdoba estalló de alegría. Un repique ensordecedor de campanas inundó la ciudad, que durante tres días se entregó con delirio a la celebración de la derrota de los que un mes antes los habían saqueado, violado y vejado.
El 29 de julio regresó el victorioso Castaños a Córdoba, con el botín recuperado a los franceses. Sin embargo, el general se reservaba una amarga sorpresa. Sólo devolvería lo necesario para el culto de la Iglesia, el resto seguiría confiscado hasta nueva orden. Pese a ello, el héroe de Bailén fue conducido al Ayuntamiento, donde recibió el homenaje oficial.
Los cordobeses se sentían vengados. Los padres restablecidos el honor de sus hijas y los maridos el de sus mujeres. Las viudas, menos desconsoladas. Pero aún quedaba mucha guerra y mucho dolor por delante. El mismo Napoleón en persona entraría en España. Se prometió no perdonar la afrenta de Bailén. Y lo consiguió.
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