Luminosidad y sensibilidad

David Peña Dorantes, el miércoles durante su actuación en el Gran Teatro.
David Peña Dorantes, el miércoles durante su actuación en el Gran Teatro.
Francisco Martínez

06 de marzo 2009 - 05:00

Buena música, buenas vibraciones y flamenco bien destilado en el Gran Teatro, el responsable: David Peña Dorantes. El pianista logró plenamente el objetivo que buscaba en su espectáculo Flamenco session, que no era otro que el de compartir con el público música de manera clara y directa, avivando sensibilidades. Dorantes sintetizó en poco más de una hora lo que hasta el momento es su obra, con la flexibilidad que le permitió el formato usado para desarrollar y recrear sus composiciones. Alternancia de música estrictamente flamenca con la de otras influencias, como la del jazz latino, sin que faltase tampoco el debido aporte contemporáneo.

La soleá fue la pieza más diáfana para el aficionado flamenco junto a las guajiras, acompañando Dorantes al cantaor Juan San Juan, que estuvo correcto en la dicción, manteniendo un clásico formalismo en los estilos.

Nada de huero virtuosismo en Dorantes, lo suyo fue pulsación y tacto preciso para hacer emerger del piano un corolario de sonidos perfectamente engarzados y, lo más significativo, con textura propia. El pianista fue desglosando con intensidad su concierto acompañado oportunamente al bajo por Manolo Nieto, curtido en estas lides, y de Tete Peña a las percusiones.

En la Danza de las sombras el baile de Pastora Galván llegó a ser vertiginoso, encadenando sin interrupción movimientos y poses del baile flamenco más tradicional; trepidar en imagen gozosa de bailaora infundiendo igualmente vanguardismo. El acento de los crótalos de Pastora dio paso a la efervescente cascada de notas del piano, elipsis de imagen y sonido al unísono explicitando un mensaje de libertad artística.

Un momento culminante en el concierto llegó cuando comenzó a sonar el popular tema Orobroy. En esta composición se concentró la luminosidad que emana la obra de Dorantes; una armonía de conjunto que le confiere a sus creaciones solidez musical, recorriendo múltiples escalas sensitivas.

Vestida de azahar, Pastora Galván encarnó la elegancia que emana la composición Semblanza de un río. De nuevo pianista y bailaora haciendo realidad la interrelación que existen entre prácticas artísticas diferentes, una simbiosis necesaria y que, en este caso, se retroalimenta generando una sintonía de la que todos sacamos provecho para nuestro particular disfrute estético.

Con el público aplaudiendo en pie y a punto de solicitar el primer bis, Dorantes pidió a El Pele, que se encontraba de espectador en el patio de butacas, a que se sumara a la fiesta final. No se hubiera podido planificar un mejor cierre de espectáculo porque Dorantes y El Pele improvisaron y conmovieron, los oles surgieron espontáneos desde la primera nota dada por el pianista, desde el primer ay del cantaor; la estremecedora seguiriya hizo acto de presencia por la puerta grande. El pianista y el cantaor obrando un momento único e irrepetible, para el disfrute de todos los asistentes y de los protagonistas. De la seguiriya a la zambra y Pastora Galván de nuevo sugerente y hermoseando el baile. Dorantes se despedía visiblemente emocionado del público en una noche repleta de satisfacciones.

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