El maestro Juan Martínez que estaba allí
Juan Martínez existió
La afición de Bilbao recibió con una fuerte ovación a Manuel Jesús El Cid por su grandioso triunfo del año pasado cuando se encerró en esta plaza de Vista Alegre con seis toros de Victorino Martín. Una ovación que compartió con sus compañeros José Antonio Morante de la Puebla y Miguel Ángel Perera. La terna se enfrentó a una corrida de Jandilla muy desigual en hechuras y juego.
Morante, con un lote deslucido, apuntó algunos detalles de su singular tauromaquia. El colorao que abrió plaza, que punteaba de salida, acusó defectos en la muleta, como quedarse corto y no entregarse. El de La Puebla, en su intento de agradar, sacó una estimable serie con la diestra, además de algunos apuntes de calidad como una preciosa media con el capote. Con el parado cuarto, algunos destellos de torería.
El Cid cumplió y gustó en su primer acto con el mejor toro del encierro, segundo de la tarde, de nombre Travieso, que hizo poca o ninguna travesura. Todo lo contrario. Toro serio y encastado, que embistió con celo tras la muleta, haciendo el avión por el pitón derecho. El diestro de Salteras lo entendió muy bien. El toreo con la diestra, con las zapatillas asentadas y arrastrando la muleta, fue de alto voltaje. Esperó y tiró muy bien del animal y lo fundamental es que hubo rima: ligó hasta cinco muletazos en cada tanda, que remató con pases de pecho muy forzados. Por el pitón izquierdo, por el que el animal no iba, no pudo lucirse; salvo en una preciosa trincherilla. Tras una media estocada eficaz, le premiaron con una merecida oreja.
El quinto, cinqueño, se lesionó de salida y fue sustituido por un sobrero de Vegahermosa. El Cid no llegó a estar a gusto ni a entenderse con un basto, incierto y complicado animal.
Miguel Ángel Perera, con el peor lote, dio una lección de seguridad y buen toreo. El tercer toro, que hizo una mala pelea en varas, calamocheaba en la muleta. El extremeño, desde que abrió faena con estatuarios hasta que mató de una gran estocada, se mostró muy firme. Tragó sin pestañear en las embestidas inciertas y se impuso con una asombrosa facilidad al astado, al que toreó con muletazos de trazo firme con la diestra. Con la izquierda arriesgó enormemente y estuvo a punto de ser cogido en una colada, en la que con el pitón izquierdo le rozó la banda de la taleguilla. En el epílogo, con la derecha, perdió pie y si no anda listo y se hace él mismo el quite con la muleta hubiera acabado en el hule. Estocada con guapeza para ganar un trofeo muy merecido.
En el sexto, el susto de la tarde. El musculado colorao que cerró plaza derribó con estrépito y corneó en el peto de la cabalgadura, que pasó por encima del picador Francisco Doblado, tendido en la arena. Afortunadamente ni la cabalgadura aplastó al varilarguero ni el toro se fijó en el hombre, que salió indemne. Perera volvió a demostrar que atraviesa un momento espléndido. Sin probaturas ni otras zarandajas se impuso a lo largo de la faena al manejable, aunque molesto animal, que tenía como defectos el puntear constantemente y el no humillar. Hubo temple y dominio en la mayoría de los muletazos y acabó en cercanías robando también meritorios pases, que fueron muy ovacionados. Nuevamente mató de estocada, en un volapié bien ejecutado, en el que la espada cayó desprendida. Los pañuelos blancos volaron en una petición mayoritaria que le valió otro trofeo. No salió en hombros, porque en Bilbao es preciso al menos, cortar dos orejas de un mismo toro. Pero demostró que asciende peldaños hacia la cumbre con una firmeza asombrosa.
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