Ritmos del siglo XXI

La pianista Jeong-Won Suh, el pasado jueves.
Antonio Torralba

15 de noviembre 2008 - 05:00

Como el maestro Hernández Silva preguntó a cuantos llenábamos el jueves el Gran Teatro si nos parecía adecuado para la gira europea el bis preparado (simpático gesto), vamos a comenzar respondiendo. Sí, nos parece muy bien elegido el divertido preludio de El Bateo (simbólico título además: el bautizo) de Federico Chueca (1846-1908). Aunque la obra casi escapa al siglo XX (marco cronológico del resto del programa), pone una guinda de desenfadado y talento musical a la exhibición de ritmos del pasado siglo con que la Orquesta de Córdoba deleitará a partir del jueves a checos y austriacos.

Como no podía ser de otra manera en un programa siglo XX, en el ofrecido había algo de cine y bastante ballet. Con música cinematográfica arrancó la primera parte. La partitura que el mexicano Silvestre Revueltas (1899-1940) compuso para la película de tema social Redes (1934-35) fue convertida en suite por el director Erich Kleiber y ahora se entiende como una especie de poema sinfónico. Se estructura en dos partes a través de las que discurren las principales peripecias narradas por la película: la vida de los pobres pescadores, el funeral del niño, salida a la pesca, lucha, regreso de los pescadores con su compañero muerto. Especialmente conmovedor, y muy logrado en la interpretación, es el crescendo final que culmina en una especie de grito de toda la orquesta.

La segunda parte llevó a cotas aún más altas la apoteosis del ritmo en que consistió esencialmente la velada. Hernández Silva suplió la falta de bailarines bailando él mismo, con la misma solvencia con que las dirigía, las obras de Manuel de Falla (1876-1946) y de Alberto Ginastera (1916-1983). La suite primera de El sombrero de tres picos sonó magníficamente: la orquesta y su director derrocharon talento musical, teatralidad y humor.

En la misma línea sonaron las cuatro danzas de la suite sobre el ballet Estancia de Alberto Ginastera, autor fuertemente influido por los dos grandes innovadores del ritmo musical del XX: Stravinsky y Béla-Bartók. Las cuatro estampas de la vida de un rancho argentino, en especial el malambo final, hicieron las delicias del público cordobés.

En este contexto, la actuación en la primera parte de la pianista Jeong-Won Suh, con el primero de los conciertos (en re bemol mayor) de Prokofiev (1891-1953), supuso una especie de contrapunto algo menos apasionado y vigoroso, aunque ciertamente elegante. Fue muy aplaudida por el público, lo que la coreana agradeció interpretando la única obra no siglo XX de la noche: el precioso Preludio op. 28 n. 15 en re bemol mayor de Chopin. Cambio fuerte, aunque no de tonalidad, sí obviamente de tono.

En la película Vámonos con Pancho Villa, Silvestre Revueltas, el primer autor de la noche, es el pianista que toca La Cucaracha en una cantina de Torrejón. Cuando los desbordados revolucionarios comienzan a disparar, el músico, sin dejar de tocar, levanta un letrero que tiene sobre el piano y en el que se lee: "Se suplica no tirarle al pianista". Es tanta la pasión con la que la Orquesta de Córdoba y su director titular afrontan la gira europea que Jeong-Won Suh habrá de añadir a su elegancia oriental un poquito de pasión latina. Lo haga o no, el éxito está asegurado.

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