Winnie The Pooh: El bosque sangriento | CRÍTICA
Terror cutre para apóstatas de su infancia
Letras Homenaje al autor de 'Gramática de la fantasía'
Gianni Rodari, que se pasó la vida entera enseñando a los niños, aprendió de ellos que jugar con las cosas sirve para comprenderlas mejor. Quizás por eso, y porque concebía la creatividad como la capacidad para romper los esquemas de la experiencia, sus cuentos siguen hoy haciendo cosquillas en la mente. Muchos de ellos aparecen ahora en el Libro de la fantasía, un volumen que reúne cinco de las obras más emblemáticas de este periodista, maestro, teórico de la pedagogía y la literatura infantil y practicante de "la ligereza más feliz", como señaló Italo Calvino.
Rodari fue un comunista extraño. Y no precisamente por su condición de "exseminarista convertido en diabólico", como lo llamó el Vaticano en el auto de su excomunión. Lo fue más bien porque en una época de ortodoxias cerriles y opacas en su bando amigo, su verdadera fe, su militancia probada consistió en defender el sentido del humor, la ironía y las propiedades liberadoras y transformadoras de la imaginación. "Si dispusiéramos de una Fantástica, como disponemos de una Lógica, se habría descubierto el arte de inventar", rezaba la cita de Novalis que servía de pórtico a su Gramática de la fantasía, un ensayo inclasificable donde el escritor incitaba a pequeños y mayores a dejarse llevar por la alegría de contar historias bajo la premisa de que la realidad es maleable; negociable.
Cuentos por teléfono, El Planeta de los árboles de Navidad, Cuentos escritos a máquina, Érase dos veces el barón Lamperto y El juego de las cuatro esquinas son los libros incluidos en estas casi 800 páginas editadas por Blackie Books con el exquisito mimo marca de la casa a finales de 2010, cuando se cumplieron 30 años de la muerte y 80 del nacimiento del autor. La colección, con aires de definitiva, ofrece al lector más pequeño una fiesta organizada en homenaje a su inteligencia y al adulto, una oportunidad para quitarse durante un rato las gafas de vista cansada -con sus tramposas lentes de rutina y trivialidad- que la vida va imponiendo.
Cuentos por teléfono, libro publicado por primera vez en 1962, narra la historia de un padre de familia, el señor Bianchi, que debido a su profesión de comercial se ve obligado a pasar todo el tiempo viajando por media Italia, pero que, esté donde esté, a las nueve en punto de la noche llama todos los días a su casa para contarle un relato a su hija. Y el hombre se toma tan serio su compromiso que las telefonistas de Varese dejan de atender las demás llamadas para escucharlo. El Planeta de los árboles de Navidad vio la luz el mismo año y está protagonizado por Marco, un niño al que le regalan un caballito balancín que cobra vida y lo lleva volando a otro planeta. Allí conocerá historias a veces duras -Rodari hablaba con tacto pero sin miedo de la guerra, la explotación infantil o el desprecio de la sociedad por sus ancianos-, y de allí volverá sabiendo que también será suya la responsabilidad de pedirle al mundo unos estatutos más amables.
Escritos en 1973, los Cuentos escritos a máquina presentan una menor unidad temática, a pesar de estar ambientados recurrentemente en dos hermosos escenarios, el Coliseo romano y una Venecia a punto de ser tragada definitivamente por las aguas. De las estúpidas servidumbres de la fama y la vanidad, de la vida y la muerte a secas trata por lo general Érase dos veces el barón Lamberto, una serie de historias creadas por Rodari en 1978 y en las que cuenta la curiosa historia del riquísimo barón que aparece en el título, un nonagenario que vive permanentemente necesitado de la compañía de su mayordomo Anselmo, que va apuntando en una libreta sus 24 enfermedades en orden alfabético, y de seis personas a las que paga religiosamente para que pronuncien por turnos su nombre y éste reverbere en todas las esquinas de su palacio gracias a un sistema de micrófonos. Por último, El juego de las cuatro esquinas, de 1980, surgió de un divertimento que el autor siguió hasta sus últimas consecuencias: comenzaba nombrando una ciudad cualquiera, seguía con alguna rima que el nombre de aquélla le sugiriese, y echaba a volar -ya sin reglas, si alguna vez las hubo realmente- desarrollando una situación paradójica contenida en la rima.
Esta última obra ilustra de manera particularmente elocuente la pasión con la que Rodari creía en la seducción de las palabras y en la literatura -ahora en palabras de Alberto Olmos- como "campo de pruebas de mundos por llegar", como "alteración del orden conocido para recapacitar sobre otros órdenes probables y volver al conocido con sentido crítico", como una inutilidad, quizás, pero una "inutilidad necesaria". En la puerta de entrada a sus mundos inútiles y necesarios, el escritor italiano colocaba, más que títulos, letreros de neón: Es fácil convertirse en pez o Hay que salvar Venecia, Miss Universo de ojos de color verde-venus, La palabra "llorar" o Alicia se cae al mar son algunos de ellos. Una vez dentro, la realidad estalla como una bolsa de confeti: un cangrejo insumiso a su propio ser decide caminar hacia adelante; un barbero compra con las monedas que le bailan en el bolsillo la ciudad de Estocolmo; un robot se empeña en aprender a hacer punto; un cocodrilo va a la televisión para concursar en el famoso programa Doble o nada; un tal doctor Bergman, de la Universidad de Upsala, explica por 27.000 dólares en una entrevista por qué quiso ser etólogo pero acabó observando campanarios... Y así, más o menos, hasta 170 cuentos.
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