Sabor a oxímoron

Ismael Serrano, el pasado viernes durante su concierto en el Teatro de la Axerquía.
Ismael Serrano, el pasado viernes durante su concierto en el Teatro de la Axerquía.
Ángel Vázquez

11 de julio 2010 - 05:00

Voz: Ismael Serrano. Guitarras: Fredi Marugán. Percusión: Javier Bergia. Teclados: Jacob Surreda. Bajo: José Miguel Garzón. Coros: Melina Liberati. Fecha: Viernes 9 de julio. Lugar: Teatro de la Axerquía.

Si fuera cierto que las palabras se las lleva el viento, las avenidas deberían haber amanecido ayer cubierta de sílabas formando remolinos en cada semáforo. Ismael Serrano aireó el viernes estrofas y relatos mil para repetir éxito en esta ciudad con la que tiene una evidente empatía, en una noche en la que el viento jugó a robarle letras de canciones mientras presentaba su nuevo disco Acuérdate de vivir. Ya perdí la cuenta de las veces que escribí sobre sus conciertos, y no crean que es fácil volver a hacerlo sin temor a repetirme. Pero Ismael colabora sobradamente ofreciendo argumentos diversos con los que hilar estos párrafos. El que más me gusta es el del oxímoron, misteriosa figura literaria basada en la conjunción de términos opuestos, que parecen abrazar al oyente para obligarle a digerir cada párrafo como si fuera el último.

Hubo mucho de oxímoron en su concierto. Su forma de gritar susurrando. Su manera de cantar hablando. Su calmada protesta contra lo injusto. El humor permanente que hace más llevaderas las reflexiones. O ese cruel alejamiento de la cálida cercanía humana del teatro para abrirse a La Axerquía, un lugar que imprime sin duda un carácter distinto a su presencia, enfrentando lo íntimo con lo público, porque un teatro al aire libre es un lugar que el músico está obligado a humanizar, a convertir en acogedor, y eso a base de canciones.

Desparramado en ese inmenso escenario aparecen trastos de un viejo apartamento que en un rol muy sabinesco incluye sofá y lámpara. Allí en medio el autor se prodigua confabulado con un cuarteto en el que campa a sus anchas el inefable Javier Bergia, ya indispensable tertuliano con el que Ismael juguetea dialécticamente durante todo el concierto. Pero esa escenografía hogareña no es gratuita ya que Ismael va narrando a lo largo de su concierto una trama teatral ad hoc que compatibiliza con sus canciones para conseguir un resultado cuando menos personal.

Se conjugan a lo largo de un repertorio extenso, muy extenso, los alicientes con los que Serrano envuelve al público y que en absoluto están basados en una voz deslumbrante. Aquí la palabra es la que soporta todo el peso de la apuesta. Son los versos, las frases, los acertijos, las hileras de letras recompuestas, las respuestas a preguntas y los pensamientos los que habitan todo el escenario, los que le dan vida, los que lo hacen desprenderse de su frialdad rocosa.

Cantadas o contadas, las historias se suceden sin tregua en una densa batalla de inciertos escondrijos literarios, a la que el público atiende con la convicción de que la lluvia de mensajes dejará su poso tras cada aplauso. Ismael va engarzando todo en un paisaje bohemio que habla de cosas cercanas, a veces dolorosas, en un itinerario lleno de apuntes cotidianos, que convierte al público en un cómplice perfecto.

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