Santiago Báez, músico

La Orquesta, en el concierto del pasado jueves.
Antonio Torralba

02 de marzo 2013 - 05:00

Concierto del Día de Andalucía. Programa: 'La oración del torero, op. 34' y 'Rapsodia sinfónica para piano y cuerdas, op. 66' de Joaquín Turina, 'Concierto para piano y orquesta n. 1' de Santiago Báez y 'Sinfonía n. 41 Júpiter en do mayor, K. 551' de Wolfgang Amadeus Mozart. Solista: Santiago Báez (piano). Director: Lorenzo Ramos. Fecha: jueves 28 de febrero. Lugar: Gran Teatro. Casi lleno.

Digámoslo de entrada: el concierto del pasado jueves fue una maravilla. La orquesta tocó estupendamente, la dirección fue magnífica, la selección de las obras ideal y el solista de primera.

La orquesta brilló como en sus mejores momentos: conjunción, afinación, capacidad de matiz y entusiasmo en las cuatro obras que componían el programa. Su flamante director da la impresión de saber trabajar muy bien la preparación previa de las piezas, lo que se traduce en una seguridad y una contundencia expresiva que hace escuchar la música de forma placentera, sin las distracciones que a veces pueden producir las imprecisiones. Sobre esa base solida, que a veces se ha podido echar de menos en otros momentos de la excelente formación cordobesa, van brotando aquí y allá hallazgos expresivos que cautivan al oyente: las dinámicas sutiles en las obras de Turina, las efectistas en la de Báez, los fraseos en la genial creación de Mozart.

Muy acertada nos pareció, por cierto, la programación de la velada: una primera parte de autores andaluces y una obra cumbre de la historia de la música en la segunda. Recuerdo que esa misma fórmula se utilizó en otro memorable concierto del Día de Andalucía: el de 2009. Como entonces, tras la impecable y solemne interpretación del Himno de Andalucía, comenzó la fiesta. Dos alicientes fuertes eran la interpretación, por primera vez a cargo de la Orquesta de Córdoba, de la Rapsodia sinfónica para piano y cuerdas op. 66 (1931) y el estreno de Báez. La Rapsodia es una obra interesantísima que nos muestra a un Turina quizás menos conocido: el que quería alejarse, como dijo, "de las castañuelas tradicionales" insertándose en las grandes corrientes universales de su tiempo.

El Concierto para piano y orquesta n. 1 (2010) de Santiago Báez (1982) es una obra sorprendente. Un virtuosismo pianístico (¡y orquestal!) apabullante, lleno de inteligentes golpes de efecto, se conjuga con una solidez compositiva de altura. Hay un manejo sabio de los materiales musicales puestos en juego, alguno tomado de su obra Mosaik, que pudimos escuchar en el concierto de 2009 a que aludía antes. Como en aquel momento, pero esta vez aún en mayor grado, uno siente estar escuchando algo realmente creativo, a la vez profundo y fácil; nuevo, pero también arraigado en la tradición. Sumando a ello la soberbia interpretación que nos ofreció su autor, uno piensa que pocos merecen hoy como él la unión a su nombre de la palabra músico.

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