Sigue siendo aquel
Gira '50 años después'. Voz: Raphael. Piano: Juan Esteban Cuacci. Fecha: sábado 22 de mayo. Lugar: Gran Teatro. Lleno.
"Me llamo John Ford y hago westerns" era famosamente el saludo breve y rotundo del gran cineasta. "Me llamo Raphael y canto canciones" debería ser el de este hombre que en tiempos musicales más dados a la suma o combinación de habilidades sigue reivindicando como arte pleno y único el viejo oficio de la interpretación. Tiene todos los recursos del intérprete y los administra con solvencia. Es un estratega sobre el escenario: mide tiempos, calcula gestos, programa reacciones, provoca el aplauso cada vez que quiere. Con su superávit de energía intenta compensar los desgastes de la voz. Pero canta con el viento a favor y con un talento incomparable para lograr la máxima proyección emocional de cada canción. Raphael es clásico, barroco, teatral, pasional, irritante y listo. No compone, no toca instrumentos. Su creación es él: un personaje central en la historia de la canción española. Un gran intérprete que no ha tenido mal ojo ni mala suerte a la hora de rodearse de surtidores de material: Manuel Alejandro y demás.
Se dio el tono con el diapasón y empezó el concierto con Cantares de Serrat/Machado. La usurpación inicial dio paso a una larga travesía por su repertorio. Sólo un piano arropó a la voz algo calcinada y las canciones surgieron con una temperatura de intimidad rota a veces por la visceralidad del artista, que ensancha el impacto de algunos temas pero resta a otros la posibilidad de la elevación a través de la sutileza. Aplausos al final de los estribillos, continuos encendidos de luces y los habituales coros populares otorgaron al concierto una caudalosa dimensión festiva. La noche tenía un aire entre de feria y de Nochebuena.
El paseo por América Latina evidenció la capacidad de Raphael para hacer suya cada canción sin necesidad de abandonar su territorio. Para incorporar capitales afectivos foráneos a la esfera de sus registros y que la fórmula funcione. Los acercamientos de los cantantes españoles al cancionero latinoamericano son constantes y a veces desafortunados, con un punto de desequilibrio que procede de cierta falta de aptitud o de paciencia para armonizar sensibilidades. No basta con decir cantando un texto: hay que entender la cultura que lo produce.
La velada no prometía un desenlace fútil y Raphael se apoyó en Joaquín Sabina y Alejandro Sanz para iniciar una kilométrica tanda de bises en la que compareció la emblemática y fea Escándalo, que, según audaz comentario de una asistente, parecía dedicada a Cajasur. Fue el tramo más teatral de la noche, con un guiño a Bob Fosse, un desastre de cristales como colofón de Frente al espejo y la concesión final de Yo soy aquel a un público que no concibe que alguna vez deje de serlo.
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