Yerbabuena en la cima del baile
Ballet Flamenco Eva Yerbabuena. Fecha: lunes 12 de julio. Lugar: Gran Teatro. Lleno.
Pocos artistas pueden obrar el prodigio de exteriorizar con sencillez y supremacía artística punzantes e íntimas inquietudes vitales. Entre esos pocos privilegiados artistas se encuentra Eva Yerbabuena, que una vez más ha logrado tocar las fibras más sensibles de quienes la han visto bailar. Fue el pasado lunes, en un abarrotado Gran Teatro, presentando su espectáculo Lluvia. El atrezo preciso y un acertado diseño de iluminación: puesta en escena minimalista, sólo un portón a manera de línea divisoria en el devenir del argumento. También una mesa a la que se le dotó de un extraordinario simbolismo según las situaciones dramáticas que se iban sucediendo.
Al principio la verticalidad y el perfil de unos figurantes, imagen sobria y distante. Y Yerbabuena dirigiéndose hacia ellos, desde el patio de butacas al escenario. Verticalidad de cuerpos inanimados en contraposición con la horizontalidad terrena y balbuciente adoptada por la bailaora. El trémolo de Paco Jarana -artífice del entramado musical- fue red sonora desplegada para atrapar sensaciones, El sinfín de la vida. En la transición Peldaño el cuerpo de baile con Mercedes de Córdoba, Lorena Franco, Eduardo Guerrero y Fernando Jiménez junto a Yerbabuena, manifestando en sincopados movimientos e impactantes poses una íntima introspección, en el claroscuro dominado por la soledad. Detalles flamencos en concordancia rítmica con actitudes contemporáneas; lenguaje del cuerpo sin prejuicios.
Barro, los cantes mineros tomaron forma y Yerbabuena los hizo suyos, modelándolos en figura concentrada, ensimismada en el gesto, agónico sentir martilleado por el zapateado; contusión expresiva. Yerbabuena y Eduardo Guerro en un diálogo sin destino, sensualidad encallada. De nuevo una muestra de imaginación y magisterio en un mismo ámbito: baile y coreografía.
Soledades, la milonga como bálsamo redentor, la persona frente a sí, y el cuerpo de nuevo adquiriendo sinuosas formas, en compleja anatomía flamenca que Yerbabuena delineó absorta. Las percusiones en Palabras rotas, y el baile en tictac enfático e irrebatible. El mensaje ya había quedado explícito con el poema El silencio hace daño cuando es puro, de Horacio García, en las voces en off de Isabel Lozano y Alejandro Peña.
La tensión dramática dio paso a unos relampagueantes tanguillos La querendona, en los que la gracia y los guiños humorísticos trasladaron al espectador a un plano flamenco ágil y dicharachero. El cuerpo de baile volvió a reforzar el argumento en una dinámica y desenfadada coreografía. La galanura de las cantiñas Lluvia de sal fue el preámbulo de Llanto, último capítulo. Yerbabuena sacudiendo los cimientos del arcaico flamenco; enlutado baile por soleá de una insospechable carga expresiva, epicentro de la estética flamenca de raíz; vigor expresivo que nutrió a la bailaora y que ésta compartió con el público. La soleá conformando un espacio para el temple emocional y el relampagueante vértigo corporal en armoniosa imagen. Los cantes por soleá fueron sucediéndose hasta desembocar en los cuplés por bulerías. La Yerbabuena en pleno éxtasis flamenco trazando ondulantes figuras con su mantón rojo. El Extremeño, Pepe de Pura, Jeromo Segura y José Valencia callaron tras dejar la palpitación sonora de sus cantes adherida a nuestros oídos, marchando todos del escenario que volvieron a ocupar los hieráticos figurantes; Yerbabuena abrió la puerta, bajó del escenario, marchándose tal y como apareció. No fue un sueño.
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