Antonio Machado en la RAE: poesía, paisaje, sentimiento

Literatura

José Sacristán recita el discurso que el autor sevillano escribió para su ingreso en la institución y que nunca leyó, un texto en el que el poeta, fiel a sí mismo, se muestra humilde y sabio.

El veterano José Sacristán, en un momento de la lectura del discurso que escribió Antonio Machado para su ingreso en la RAE.
El veterano José Sacristán, en un momento de la lectura del discurso que escribió Antonio Machado para su ingreso en la RAE. / José Ramón Ladra

La Real Academia Española de la Lengua (RAE) desafió ayer la lógica del tiempo y trajo la palabra honda y eterna de Antonio Machado al presente. En la voz del actor José Sacristán, sonó el discurso que el poeta escribió para la silla “V”, una plaza que nunca ocupó pero para la que fue componiendo durante años un texto en el que brillaba su carácter reflexivo y humilde, su visión austera y lúcida de la escritura. El pensamiento de Azorín, principal impulsor de la candidatura del sevillano, cobró vida en la garganta del dramaturgo y académico Juan Mayorga.

No era el único reencuentro de una jornada destinada a ser histórica y emocionante: en la mañana había abierto sus puertas la exposición Los Machado. Retrato de familia, que tras su paso por Sevilla y Burgos llegaba a la entidad a la que habían estado vinculado los hermanos, elegidos para formar parte de su prestigiosa nómina: Antonio, a pesar de no materializar nunca ese ingreso, en 1927; Manuel, una década más tarde y con el trasfondo amargo de la Guerra Civil, en 1938. Una velada que se completó tras los discursos con la intervención de Alfonso Guerra, comisario de la muestra, y el recital de Joan Manuel Serrat, un creador que alcanzó una belleza sublime inspirado en los versos de Antonio Machado.

Como recuerda Santiago Muñoz Machado, el director de la RAE, en el catálogo de Los Machado. Retrato de familia, han sido mucho los académicos que expresaron su gratitud al autor de Campos de Castilla en sus discursos: Emilio García Gómez, que ocuparía el sillón que dejaba vacante el sevillano con su muerte; Pedro Laín Entralgo, Ángel González y Antonio Muñoz Molina.

En las reflexiones que hilvanó para ese ingreso en la Academia que nunca se produjo, un texto titulado ¿Qué es la poesía? que puede contemplarse mecanografiado en una máquina de escribir entre los atractivos de la exposición, Antonio Machado acepta con modestia el honor que le supone entrar en la RAE. “Habéis de perdonarme, señores, este rubor y esta timidez con que llego ante vosotros y el que yo, académico electo desde el día, ya lejano, en que vertisteis sobre mí la cornucopia de vuestras bondades, me haya preguntado muchas veces y me pregunte todavía, si merezco serlo, si, en realidad, lo soy”, admite con su característica prudencia.

Uno de los poetas capitales del siglo XX asegura que sus “letras” son “pobres”

Uno de los poetas capitales del siglo XX se define como un hombre curioso, siempre en búsqueda, pero que no consigue amarrar en su recuerdo aquello que aprende, más dotado quizás en los terrenos del pensamiento que en el cultivo de la escritura. “No creo poseer las dotes específicas del académico”, reconoce Machado, esquivo a legitimarse tras una etiqueta. “No soy humanista, ni filólogo, ni erudito. Ando muy flojo de latín, porque me lo hizo aborrecer un mal maestro. Estudié el griego con amor, por ansia de leer a Platón, pero tardíamente y, tal vez por ello, con escaso aprovechamiento. Pobres son mis letras en suma, pues aunque he leído mucho, mi memoria es débil y he retenido muy poco. Si algo estudié con ahínco fue más de filosofía que de amena literatura”.

Su elección como académico , de hecho, empuja al poeta a interrogarse sobre el sentido de su vocación. “¿Qué es la poesía? Pregunta es esta que yo muy rara vez me he formulado. Sin el examen de conciencia a que el acto de presentarme ante vosotros me obliga, la poesía no hubiera sido nunca para mí un tema de reflexión”, confiesa.

Entre sus cavilaciones, el andaluz apunta cómo sentimientos que creemos eternos e inamovibles cambian a lo largo de los siglos. “En cuanto resonancias cordiales de los valores en boga, los sentimientos varían cuando estos valores se desdoran, enmohecen o son sustituidos por otros. ¿Cuántos siglos durará el sentimiento de la patria? Y aun dentro de un mismo ambiente sentimental, ¡qué variedad de grados y de matices! Hay quien llora al paso de una bandera; quien se descubre con respeto; quien la mira pasar indiferente; quien siente hacia ella antipatía, aversión. Nada tan voluble y tan vario como el sentimiento. Esto debieran aprender los poetas, que piensan que les basta sentir para ser eternos”, recomienda Machado, “algunos sentimientos perduran a través de los siglos, mas no por eso han de ser eternos”.

José Sacristán y Juan Mayorga.
José Sacristán y Juan Mayorga. / José Ramón Ladra

En su discurso, Machado elogia las “obras inmortales” y la “escuela perfectamente lograda” del simbolismo francés, y presta atención a dos escritores que no “pueden llamarse poetas, en el sentido restricto de la palabra”, Proust y Joyce. Del artífice de esa catedral llamada En busca del tiempo perdido, opina: “Proust es el autor de un monumento literario que es, a su vez, un punto final; Proust acaba literariamente un siglo y se aleja de nosotros luciendo, como los gentileshombres palatinos, una llave dorada en el trasero”. El Ulises le genera admiración y extrañeza: “¿Es la obra de un loco? La locura es una enfermedad de la razón y este monólogo de Joyce está fría, sabia y sistemáticamente desracionalizado”.

Machado vaticina un mañana en que el poeta no da la espalda a la naturaleza y a la vida, en el que “comienza el hombre nuevo a desconfiar de aquella soledad que fue causa de su desesperanza y motivo de su orgullo”. “El yo egolátrico del ayer”, concluye, “aparece hoy más humilde ante las cosas”.

En la mirada de Azorín, recuperada en la voz del académico Juan Mayorga, Machado personifica “la evolución del paisaje en la poesía castellana”, en sus versos “paisaje y sentimiento son una misma cosa”. Los chopos del río, las colinas plateadas se acompasan al ánimo del autor: Campos de Castilla concentra, para Azorín, “todo el espíritu de Machado”.

Un espíritu que pareció materializarse, más tarde, en la conmovida interpretación de Serrat, en su vuelta a un repertorio que nunca se agota y que todo un país escucha con un nudo en la garganta. Un sentimiento, este sí, eterno.

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