"El artista es un niño que se niega a crecer y quiere seguir jugando"

Luis Eduardo Aute. Cantautor, poeta y artista plástico

El autor de 'Al alba' afronta una semana de actividades en Córdoba que culminará el viernes en el Gran Teatro con el concierto de presentación de su disco 'El niño que miraba el mar'

Luis Eduardo Aute, en los mares de la infancia.
Alfredo Asensi / Córdoba

19 de enero 2014 - 05:00

Luis Eduardo Aute (Manila, 1943) vuelve a Córdoba para presentar su último disco, El niño que miraba el mar, el próximo viernes en el Gran Teatro, y vivir, dos días antes, una jornada de homenajes que incluirá la inauguración en la Casa Góngora de una exposición de artistas cordobeses que se inspiran en la imagen de la portada de este álbum y un encuentro en el café Málaga con cantautores. Con su poesía, su música, su memoria y sus dudas regresa un artista que quisiera saber "qué sentido tiene esta broma llamada existencia".

-¿Qué queda en usted de ese niño que miraba el mar?

-Me alegra que me haga esa pregunta [risas]… Yo espero no haber matado del todo al niño, porque eso de crecer trata entre otras cosas de ir matando al niño que fuimos para poder sobrellevar los avatares de la selva de la vida. Haber hecho esta película [la que acompaña el CD, que podrá verse en el concierto] o escribir canciones o poemas o pintar es un intento de no dejar la infancia, de seguir jugando. El artista, en términos generales, es un niño que se niega a crecer y que quiere seguir jugando, dibujando, haciendo imágenes, desatando su imaginación.

-En el disco hay muchas correspondencias entre pasado y presente. ¿Esperaba que el futuro fuera de otra manera?

-Cuando era niño, el futuro era algo muy lejano que no iba conmigo, era una cosa de los demás. Y a medida que vas creciendo, el futuro se va acercando, y en mi caso este futuro no se parece en nada al que yo imaginaba, de hecho es radicalmente lo contrario de lo que yo pensaba que podía ser.

-Hay también en el disco, como en otros suyos, un combate entre la esperanza y el desengaño. ¿Cuál es su receta para mantenerse en pie en estos tiempos?

-Recetas no hay…, cada uno tendrá que inventar la suya para navegar en estos terribles mares. Lo que yo hago es encerrarme en mi isla, crearme mi propio mundo, seguir jugando y no perder de vista a los tiburones que cercan la isla. Vivir lo más de acuerdo posible con mi manera de entender la vida, hacer lo que me gusta hacer y no contaminarme demasiado del ambiente exterior, porque si te dejas contaminar pierdes esa batalla y esa guerra.

-¿Qué representa en su imaginario la figura del basilisco, tan presente en este proyecto?

-De alguna forma, es el monstruo ese que todos llevamos dentro, la bestia interna. Pero no es un animal. Hay una contradicción en lo de llamar irracionales a los animales: creo que son mucho más racionales que nosotros. Y, frente a la Iglesia, que decía que los animales no tienen alma, hay que recordar que la palabra animal viene del latín anima. Sí la tienen. Otra cosa es la bestia, el monstruo, el basilisco. Es el monstruo que define a lo exterior y lo interior: no sólo es un adefesio sino que además tiene la salvaje capacidad de matar con la mirada, y esa es la violencia perfecta: matar sin arma alguna más allá de la mirada.

-¿Sacaremos alguna enseñanza de esta crisis?

-Supongo que empezar a valorar lo que realmente tiene valor en la vida, que tiene muy poco que ver con todo el escaparate que nos venden para encontrar la felicidad. Todo es un andamiaje, un espejismo que opaca un abismo en el que estamos cayendo todos. Creo que la vida tiene muy poco que ver con eso. Lo fundamental es apreciar el valor de las cosas y no su precio.

-¿Cómo es su relación actualmente con las musas y cómo ha evolucionado a lo largo del tiempo?

-Cada vez son más exigentes y más insolidarias y se hacen más de rogar, pero haberlas, haylas, y sin ellas yo personalmente tengo muy poco que hacer. No sé hacer nada sin su presencia. La llamada musa pueden ser muchas cosas; desde mi experiencia es más un estado de ánimo, y también el azar, que de repente viene con un regalito y te dice que aquí hay algo que te puede interesar y que puede despertar tu curiosidad, algo sobre lo que puedes reflexionar.

-Después de una trayectoria tan dilatada, ¿qué estímulos sigue encontrando en el escenario?

-El escenario no me gusta demasiado. Nunca me he sentido muy identificado con el concepto de exponerme, de que la gente me escuche, me mire… Pero una vez ahí intento llegar lo más virgen posible, como si fuera la primera vez, para dar a conocer emociones y reflexiones personales, dialogar con la gente y ver si hay reciprocidad. De alguna manera, es un poco también huir de la soledad, al comprobar que hay otros que en mayor o menor escala se sienten cómplices de lo que dices.

-¿Tiene la sensación de que por muy buenos discos que haga, la prioridad de la gente que va a los conciertos es escuchar los clásicos?

-Sí, pero es normal, a mí también me pasa cuando voy a los conciertos, aunque cada vez voy a menos. Me apetece escuchar las canciones que ya conozco y que ya son un poco mías, las nuevas siempre cuestan más. Eso que me pasa a mí es normal que les pase a los que vienen a escuchar mis canciones, que agradecen más las canciones que conocen que las nuevas. Pero lo que intento es que se vayan haciendo con éstas de igual manera que yo me he ido haciendo al trabajo nuevo de músicos que me han interesado.

-Con el paso del tiempo, ¿se ha vuelto más exigente o más flexible con su labor creativa?

-Radicalmente más exigente. No me perdono una.

-¿Qué podemos esperar de Aute a corto y medio plazo?

-Hay varias cosas. Estoy con canciones para un nuevo disco y casi he terminado un nuevo libro de esos textos breves que llamo poemigas. He empezado a hacer otra película dibujada que irá seguramente con el próximo disco. He terminado también una serie de pinturas que empecé hace años y tenía aparcada. Y lo más inminente es estos días que voy a pasar con vosotros en Córdoba, con cuatro propuestas.

-Entre ellas figura un encuentro con cantautores cordobeses, que van a interpretar sus temas. ¿Cómo se siente cuando escucha sus canciones en la voz de otros?

-Me encanta, es como soporto mis canciones, la única manera de escucharlas. Yo no me escucho a mí mismo. Cuando termino un disco lo escucho para ver cómo ha quedado y si hay un error de bulto, y ya nunca más… Y como luego las canto constantemente en los conciertos… no me soporto. Cuanto más distinta hagan la versión, mejor, porque así tengo la impresión de que no es mía.

-¿Su visión sobre el ser humano y sobre el mundo en general se ha ido oscureciendo con el paso del tiempo?

-Yo nunca he sido realmente la alegría de la huerta, mis canciones más bien han adolecido de lo contrario. Pero nunca me he considerado un pesimista. El pesimista saca la bandera blanca y dice que no hay nada que hacer. Me ubico en todo caso en el ámbito del escepticismo. El escepticismo no es rendición sino una visión más amplia de la realidad y de la posibilidad de que sea transformada.

-Compatible con la búsqueda de cierta salvación a través de la poesía y la belleza...

-No sé si la salvación o la perdición… No encuentro diferencia entre trabajo y vida. La vida para mí es hacer las cosas que hago: escribir, ponerme a dibujar o a pintar, componer canciones… No establezco fronteras entre esas actividades y lo que considero que debe ser vivir. Es lo mismo.

-¿Qué lleva a un creador que domina tantos lenguajes y géneros artísticos a decantarse en cada momento por uno u otro?

-No tengo ningún problema en ese sentido porque cada musa viene con su formato. Una viene diciendo claramente que quiere ser canción, la otra quiere ser poema… No tengo dificultad en darles forma.

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