"Todos tenemos que asumir algunas patologías como si fueran normales"
Felipe Benítez Reyes. Escritor
El roteño regresa con 'Cada cual y lo extraño', un libro de relatos sobre los malentendidos de las relaciones humanas. La obra se estructura como un calendario donde cada mes es un cuento .
Cada cual y lo extraño, el nuevo libro de relatos de Felipe Benítez Reyes, se plantea como un calendario que cada mes recoge una peripecia distinta de ese cruel, bello y desconcertante ejercicio llamado vida. Enero, descrito en el cuento El mago y los ojos, ya anticipa la posición única que elige el autor roteño para ahondar en las vicisitudes de lo humano. Un niño descubre que su padre saldrá como rey mago en la cabalgata, una noticia que le produce alivio, lejos de ese recelo que experimentaba en otras noches de Reyes "al pensar que tres viejos entrarían en casa, con tufo a sudor de camello y con el polvo de los desiertos de Oriente impregnados en las vestiduras (...), inmortales y ubicuos, sagrados, en fin, y tétricos". Pero el humor de aquella inocencia profanada se quebrará en un giro amargo: el relato es, en realidad, una reflexión sobre el rencor y el desengaño, sobre el terror y la imposibilidad de redención. La obra, publicada por Destino, se revela como una galería de escenas envenenadas: unos meses después de presentar Las identidades, en el que Benítez Reyes conmovía con la hondura y honestidad de sus poemas, el roteño regresa a las librerías en su faceta de narrador, retomando ese humor brillante y socarrón que siempre ha compaginado con una extraña piedad hacia sus personajes.
-En sus relatos vuelven a convivir la crueldad y la compasión, el humor y la añoranza.
-Son como la vida misma. Creo que el hilo que pueden tener los relatos es la conmiseración por la condición humana, un afán por interpretarla. No somos héroes, no somos villanos, hacemos lo que podemos, y cada uno se entiende con su pensamiento de la mejor manera posible.
-Aquí la mayoría de las relaciones de pareja se enfrentan a una crisis o a la ruptura, los vínculos familiares están marcados por la traición o el resentimiento.
-Yo creo que las relaciones humanas, la mayoría al menos, se basan en malentendidos. Nunca se sabe qué esperan los demás de nosotros, y tampoco sabemos muy bien qué esperamos de los demás. Vivimos en micromundos, y esos micromundos acaban colisionando. Hay puntos en común, pero también muchos puntos de fricción.
-En el episodio de la cabalgata de Reyes habla de "esa tristeza de fondo de las celebraciones pueblerinas". ¿Es una impresión que usted ha tenido? ¿Hay en Cada cual y lo extraño ajustes de cuentas con el pasado?
-Yo no hago nunca autobiografía en sentido estricto. No porque me parezca mal, porque es un recurso como cualquier otro, pero la autobiografía en la ficción me provoca un conflicto. Prefiero irme más hacia el lado de la ficción. Por supuesto que uno juega con percepciones que ha experimentado, con algunas anécdotas, que son las que suelen generar las historias, pero siempre, digamos, la realidad en lo que yo escribo de ficción es un punto de partida, no un punto de llegada. Además, el mérito de la ficción es, a fin de cuentas, darle la verosimilitud de algo que has vivido. Ése es el desafío de escribir, que las situaciones imaginarias, ficticias, que uno pone en juego acaben pareciendo reales.
-Incluso cuando son disparatadas: ese homenaje que se monta en el jaleo del Carnaval, con la colocación de un busto y la suplantación de las autoridades, para cumplir el sueño de una anciana, es desternillante.
-Todos tenemos que acabar asumiendo una serie de patologías como si fueran normales. Vivimos en un parámetro de realidad que no siempre se corresponde con lo real. Lo que a nosotros nos parece lo correcto, visto desde fuera, puede parecer anómalo. El trastornado no tiene conciencia de su trastorno. A mí me gusta jugar con esos personajes que se mueven en ese límite de la realidad, hasta el punto de que si dan un paso más caen en un abismo. Me atrae ese estar con un pie en el abismo y el otro en tierra firme.
-No termina de explicar del todo las actitudes de algunos personajes, como si no le interesara atar todos los cabos. Nunca se sabe, por ejemplo, por qué se fugaba a la capital ese viejo en el capítulo de octubre.
-Me gusta no explicar mucho. Pienso que ésa es la característica del cuento, que tan importante es lo que se cuenta como lo que no se cuenta, lo que se deja a la imaginación del lector. Para ser un buen cuento, éste tiene que provocar un efecto de reverberación en la conciencia del lector. Si el cuento muere en sí mismo, mala cosa. Debe tener al menos dos vidas.
-Ese escenario de la Rota trastocada por la base norteamericana está muy poco explotado en la literatura, pero es un mundo que da mucho juego.
-Curiosamente, a mí me cuesta más trabajo: son tantos los datos que tengo... Alguien de Sevilla puede escribir una novela sobre Florencia, pero le cuesta luego describir Sevilla en un libro. Con la Rota de esos años me ocurre eso. Por una parte, no tengo conciencia de exotismo, para mí ese paisaje era normal. De niño, cuando iba a algún pueblo vecino, me extrañaba que los coches fueran tan pequeños, porque dos coches americanos aparcados ocupaban una calle. Y también me parecía raro que no hubiese pandillas de moteros, o rótulos en inglés. Para mí la vida era aquello, y transformar eso en ficción me exigía un esfuerzo para no contarlo desde el pintoresquismo, sino desde la realidad. Siempre tengo el pudor, el prejuicio, de que voy a hacer un relato costumbrista aunque sea con elementos cosmopolitas.
-Los meses de verano no le han salido muy festivos. Ese retrato del crucero es para pensarse lo de embarcarse en alguno.
-Solamente fui una vez a un crucero. El detonante fue un detalle mínimo: vi a una pareja joven que se había enfadado y que no se hablaba. Pensé que era un mal sitio, un barco, para una disputa de pareja. A partir de ahí surgió el cuento. Y luego estaba ese mundo laberíntico de bares y restaurantes, en el que subes y bajas y nunca sabes muy bien dónde estás. Te sitúas el quinto día, cuando ya te tienes que ir. Ya ve, siempre parto de una anécdota mínima: veo algo y lo interpreto. Lo que inspira mis ficciones son detalles muy pequeños, si me cuentan una gran historia soy incapaz de aprovecharla como material de ficción. Pero luego un simple gesto puede activar toda la maquinaria de mi imaginación.
-Noviembre le ha quedado entrañable, con ese Don Juan Tenorio representado por los internos de un asilo.
-Es el relato bonito del libro en el que, sí, hay mucha ternura. Un amigo daba clases de teatro para mayores, y me comentaba algunas cosas, que paraban para merendar y que las mujeres llevaban bizcochos. Yo quería hacer un relato sobre la representación del Tenorio y ahí di con la clave, lo situé en un centro de mayores.
-¿Su servicio militar fue parecido al que narra?
-Ese relato sí es autobiográfico. El brigada era un amante de las enciclopedias y me preguntaba cosas como los metros cuadrados de una isla que ni siquiera conocía. Lo que no es real es ese reencuentro que se da luego, pero me interesaba la contraposición de los dos mundos: un mundo de guiñol, el mundo del uniforme, donde él puede dar órdenes, y luego sale a la calle y es un pobre hombre que está arrastrando dos chiquillos que lloran...
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