El maestro Juan Martínez que estaba allí
Juan Martínez existió
Fundación Cajasol
Castro del Río/El Teatro Cervantes de Castro del Río volvió a llenarse este sábado para seguir adentrándose en el universo de Miguel de Cervantes y, específicamente, en las diferentes aristas que pueden analizarse de su obra magna, El Quijote. Si Arturo Pérez Reverte y Juan Eslava durante la tarde del viernes pusieron el listón muy alto ofreciendo unas conferencias muy enriquecedoras y lúcidas, la mañana del sábado continuó con ese mismo espíritu con las intervenciones de Andrés Trapiello y Espido Freire.
Trapiello, autor de la adaptación del Quijote al lenguaje contemporáneo, inició su relato en un escenario casi en penumbra –sufre fotofobia–, con un auditorio en silencio y con una voz agradable y pausada. Como cervantista incansable y apasionado, explicó cómo se gestó un trabajo al que ha dedicado más de 15 años de estudio, lo que se refleja en las más de 5.500 referencias a pie de página que componen Don Quijote de la Mancha: Puesto en castellano actual íntegra y fielmente por Andrés Trapiello. Gracias a Joaquín Leguina, expresidente de la Comunidad de Madrid, pudo conocer al director del CIS, a quien le trasladó el interés por conocer cuántos españoles habían leído El Quijote. Según contó, esto era muy importante porque se trata de “un texto sagrado que nadie toca” y un canon de la lengua.
Los resultados se publicaron casi diez años después y ofrecían un dato muy relevador: solo dos de cada diez españoles habían leído El Quijote. Sin embargo, ahondando más en los resultados, se pudo comprobar que la mayoría de ese 20% había entrado en contacto con la obra de Cervantes porque era lectura obligatoria en los centros educativos. Otra de las conclusiones de esa encuesta hacía referencia a que la mayoría abandonaba la lectura porque le resultaba ardua y poco fácil de entender. En este sentido, Trapiello aclaró que El Quijote es una novela que pone en papel la manera en la que se hablaba en aquella época. Escrita en el siglo XVI pero leída en el XVII, es una novela dialogada;en aquel momento, la gente no sabía leer, pero percibía todos y cada uno de los matices que Miguel de Cervantes reflejaba cuando la escuchaba.
Hace 20 años las librerías acogieron la novela de Trapiello Al morir don Quijote. Se trataba de una obra pensada y construida para añorar al hidalgo Alonso Quijano a través de los personajes de El Quijote y cuál fue la trayectoria de cada uno de ellos tras su muerte. A raíz de ahí, el autor tomó conciencia de que los lectores veían la necesidad de leer El Quijote pero que el lenguaje utilizado era el mayor escollo. Ahí se inició un trabajo de investigación que le llevaría 15 años y algún que otro cambio de rumbo, como fue el caso de “lanza en astillero”.
Al inicio, y basándose en el diccionario de Covarrubias, se mantuvo esta expresión, entendiendo que el astillero era un armario en el que guardaban las armas. Sin embargo, confundía el hecho de que el protagonista era un pobre hidalgo que combatía con lanzas enmohecidas que fabricaba él mismo. Una conversación con José Cabello, archivista de Sevilla, ofreció una nueva acepción facilitada por expresiones como “harina en astillero” y que hacía referencia a mercancía dispuesta a ser utilizada. Este giro hizo que la expresión “lanza en ristre” conservara el mismo sentido que la original “lanza en astillero”. Para Trapiello, el hecho de que la editorial tomara la decisión de hacer una edición doble, que incluye El Quijote y la traducción, ha facilitado que los lectores más “estudiosos” pudieran comparar e ir de uno a otro; y que, en caso de los más inexpertos, accedieran a una “novela inagotable”, “divertida y llena de matices” que merece ser leída. Finalizó Trapiello haciendo un paralelismo entre Miguel de Cervantes y Charles Chaplin en el sentido de que los dos lograban, a través de mostrar escenas dramáticas y duras, sacar una sonrisa.
Espido Freire, filóloga inglesa y una de las voces femeninas más importantes del panorama literario actual, se centró en la figura de las mujeres en el mundo de Cervantes y, más específicamente, en El Quijote. Aclaró la ganadora de un premio Planeta que su intervención no versaba sobre la vida amorosa de Cervantes, cómo amó, cómo le amaron, qué ocurrió con la mujer con la que tuvo una hija o con la que nunca la llegó a tener; sino en cómo veía Miguel de Cervantes a las mujeres y cómo reflejaba en ellas algunas de sus vivencias.
Antes de desgranar algunos de esos personajes femeninos, y tras advertir “que ninguna de ellas son lo que parecen ser”, aclaró que aquellas mujeres vivieron en una sociedad y en un contexto nada fácil, donde el mundo femenino es considerado como algo misterioso y oculto. El personaje de Marcela, por ejemplo, sobre la que recae la culpa por la muerte de Grisóstomo en extrañas circunstancias y objeto de críticas y acusaciones veladas, se enfrenta a quienes la critican mostrando firmemente su derecho a ser libre y que nadie manda sobre ella.
Para Espido Freire, esta defensa a ultranza de la dignidad y contra el sometimiento es “una apuesta del autor por la libertad”, esa que Miguel de Cervantes nunca tuvo. La forma en la que se entendían los matrimonios antes del Concilio de Trento en 1563 volvió a la sala del Teatro Cervantes para explicar que muchos de esos matrimonios secretos y su relación con los personajes femeninos de El Quijote tenían que ver con la rebeldía de las mujeres, que tomaban la decisión de unirse con quien querían y no con quien se les había impuesto.
El recorrido propuesto por Espido Freire se detuvo en aspectos como la belleza estereotipada basada en pieles blancas como el mármol, dientes como perlas o cabellos como el oro, cuya excepción tiene un nombre: Zoraida, una mora con piel mendrina y ojos oscuros, pero con un corazón nada opaco. Protagonistas también fueron la Tolosa y la Molinera, prostitutas a las que don Quijote acoge y las convierte en damas merecedoras de respeto, transforman al hidalgo caballero “en un héroe” que cumple su misión de proteger a huérfanos, viudas y a quienes se encuentran desvalidos.
El caso de Dorotea, que se muestra como hombre al inicio, se ve en la tesitura de “soltarse el pelo” para mostrar su feminidad, volver a ser la dama comedida y discreta para así restituir su posición respecto a don Fernando con la ayuda del Quijote. Dorotea, Mari Tormes o Altisidora fueron otras de las figuras en las que se detuvo la autora sin dejar de lado a Dulcinea, “que surge para completar todo lo que el Quijote no encuentra en el mundo, como belleza y pureza”, y que viene “a darle ese premio que él cree merecer”.
La catedrática Lola Pons inició la jornada de la tarde poniendo el foco en la lengua de don Quijote y descubriendo al auditorio algunas claves como el empleo de términos netamente de carácter conversacional. Un ejemplo de ello es “loíslo”, que significando “¿me oyes?” se convierte en un sustantivo referido a la esposa. Gracias a eso, es posible “saber muchísimo de cómo se habla en el siglo XVII”. Además, según esta historiadora especializada en el paisaje lingüístico y el castellano antiguo, Cervantes incluye en El Quijote una caracterización de dialectos en formación. Además, algo que le debemos a Cervantes es la conservación de algunos términos como soez, talante y corbacho, palabra que Cervantes aprendió en las galeras argelinas.
El inicio de la intervención de Alfonso Guerra vino precedido por un sentido recuerdo al castreño Juan Viudes, creador de una distribución de libros con el que Guerra se relacionaba en la época en la que era librero. Tras este emotivo comienzo, el objetivo de Alfonso Guerra se resumió en trasladar su pasión por esta novela “divertidísima”, pero sobre todo “enigmática”. Más allá de todas las preguntas que pueden surgir a lo largo de una lectura crítica, para Alfonso Guerra esta obra presenta unas innovaciones que serán el origen de todos los géneros artísticos posteriores. Así, en palabras de Alfonso Guerra, “Cervantes rasga el telón haciéndonos viajar con el hidalgo y su prosa”.
Para finalizar, los actores Lucía Quintana y Juan Echanove tomaron la palabra para leer algunas piezas del Quijote y dar así por clausuradas unas jornadas cervantinas que han descubierto otras aristas de Miguel de Cervantes y su obra.
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