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Las grandes películas de catástrofes, que tratan ahora de despertar con el estreno de la inquietante 2012, empezaron a rodarse en realidad entrados en la década de los 30

Javier Miranda

22 de noviembre 2009 - 05:00

El estreno reciente de la aparatosa 2012, de Roland Emmerich, ha vuelto a poner sobre el tapete el viejo género de películas de catástrofes, que de vez en cuando surge a la superficie de los cines como expulsado por alguno de los cataclismos que tanto le gustan. Siempre ha estado latente, pero algunas épocas históricas han visto como abundaban. La explicación clásica es que en tiempos difíciles parece que al público le gusta ver cómo congéneres suyos se enfrentan a todo tipo de desastres, entre la metáfora social y la simple descarga de adrenalina. Así, la Guerra Fría con la paranoia nuclear y anticomunista o los primeros 70, con Estados Unidos en crisis de identidad tras los asesinatos de los Kennedy, Vietnam y el Watergate fueron terrenos abonados para las catástrofes.

Aunque ¿qué se entiende por una película de catástrofes? El concepto puede ser muy amplio o muy restringido. En el primer caso, si hablamos de un grupo de gente enfrentándose a la muerte de forma masiva, podrían entrar bastantes películas. ¿O no es una catástrofe la guerra o el holocausto judío a manos de los nazis? Pero el género no va por la historia, aunque algunos filmes, como los basados en las tragedias de Pompeya o el Titanic, tienen su punto de catástrofe. Es curioso ver cómo en grandes períodos bélicos, como la Segunda Guerra Mundial, cuando se supone que la gente está más estresada y sería más propicio aplicar la teoría sociológica del éxito de estas películas, no se producen. Seguro que los gerifaltes de los estudios pensaban que bastante había con las cartas del frente anunciando las bajas para tensionar más la retaguardia.

Así, podemos concluir que las películas de catástrofes enfrentan a un grupo de personas contra un desastre natural o tecnológico, al que tienen que intentar sobrevivir o pararlo. Terremotos, incendios, huracanes, virus desencadenados o meteoritos son el ingrediente básico. Son buenas oportunidades para mostrar solvencia industrial: filmes largos, concentración de estrellas -en cócteles donde convergen las ascendentes, las consolidadas y las decadentes-, y efectos especiales por un tubo. En esto se ha visto la evolución tecnológica, de pasar de las entrañables maquetas y de las retroproyecciones a los efectos digitales, que permiten las virguerías destructivas de 2012. En realidad, las grandes películas de catástrofes empiezan en los años 30. En el mudo hubo alguna tentativa pero siempre amparada en la literatura o en la religión. Así, Michael Curtiz aprovecha la historia bíblica del Arca de Noé para hacer un filme homónimo y recrearse en el diluvio, verdadera estrella de la función. Se cuenta que lo hizo con tanto realismo que hubo extras que murieron. Es la época también que se adapta por primera vez la novela de Bulwer-Lytton Los últimos días de Pompeya, con su recreación de la erupción del Vesubio. Como en Titanic muchos años más tarde, las historias de amor eran excusas para cebarse en lo que realmente el público pagaba por ver, el desastre. Entrados los años 30, se observa el éxito en 1936 de San Francisco, que recreaba el terremoto sufrido por la ciudad californiana en 1906, motivo al año siguiente de dos réplicas.Luefo llegó Huracán sobre la isla, filme de ventarrones tropicales dirigido por el gran John Ford nada menos, y Chicago, sobre el pavoroso incendio de 1871.

Pero como ya se apuntó, la guerra aparcó el género que volvió en los 50 en unas circunstancias más propicias, con el miedo nuclear. Además de invasiones alienígenas de todo pelaje fueron los años de Una grieta en el mundo y Cuando los mundos chocan. Filmes apocalípticos que abrían la variante tecnológica del género, pues ya se apuntaba la responsabilidad humana en los tiempos del átomo desencadenado. La grieta que rompía el planeta en la primera de estas películas se derivaba de pruebas nucleares subterráneas, por ejemplo. Aún así, para no aterrorizar del todo, los guionistas siempre se sacaban de la manga un final esperanzado con variantes del Arca de Noé que salvaba a algunos humanos.

Sin embargo, fueron los 70 los que vieron las películas de catástrofes más recordadas, hechas por una industria que vio en ellas un filón en tiempos de crisis antes de que los Spielberg y compañía tomaran el mando en Hollywood. Son los años de El coloso en llamas, La aventura del Poseidón, Meteoro, Terremoto, El enjambre y otras obras menores, como la desastrosa El día del fin del mundo, que cerró este ciclo y a la que no salvaba ni la presencia del gran Paul Newman. Tras esto, los jóvenes turcos de los 70 no consideraron pertinente seguir con el género y lo arrinconaron, pero a fines de los 90 resucitó de forma curiosa, pues hubo varios proyectos similares, como las erupciones de Volcano o Un pueblo llamado Dante's Peak. También resucitaron los meteoritos en Armageddon y los huracanes en Twister. Parecía que la revolución de los efectos especiales abría buenas perspectivas para el género, pero curiosamente la tragedia de las Torres Gemelas, una auténtica catástrofe inesperada, derivó las angustias del Tercer Milenio hacía la paranoia antiterrorista. Sin embargo, las tensiones vividas por EEUU estos años poco a poco ha hecho emerger filmes de desastres. El propio Emmerich rodó en 2004 El día de mañana sobre el cambio climático, Will Smith recuperó la pandemia vírica en Soy leyenda y Nicolas Cage la catástrofe estelar en Señales del futuro, junto con la recuperación de la destrucción vía bestia gigantesca de Monstruoso. Ahora habrá que ver si la esquiva taquilla de los tiempos de internet respalda en 2012 una nueva apertura del género, en esta época de concienciación de los temas medioambientales y de los peligros que encierra su excesiva explotación. Puede que la naturaleza se subleve contra nosotros, como contaba Shyamalan en El incidente, película de catástrofes de arte y ensayo, que también las hay.

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