En el corazón de la epidemia

La editorial Impedimenta recupera el 'Diario del año de la peste' de Daniel Defoe

Pablo Bujalance

19 de julio 2010 - 05:00

Las epidemias de peste bubónica acabaron con el 60% de la población de Europa durante el siglo XIV, pero sus estragos fueron bastante más allá. En 1665 se declaró en Londres otra epidemia del mismo mal, procedente de Holanda. Los efectos fueron devastadores y más de 100.000 personas perdieron la vida en el envite (a principios del siglo XVII la población de la ciudad se estimaba en 200.000), una catástrofe de la que la urbe sólo pudo reponerse con el advenimiento de la Revolución Industrial. Por entonces, Daniel Defoe era un niño de 5 años que vivió la tragedia en directo. Mucho después, en 1722, nuestro hombre era un sesentón que se había retirado tanto del oficio de periodista (en 1704 fundó The review, lo que le convirtió en padre del periodismo británico moderno) como de otras ocupaciones dudosas, de las que había obtenido notables réditos económicos, y que disfrutaba del éxito de sus novelas, especialmente Robinson Crusoe (1719). Aquel año, Defoe decidió recuperar su filón periodístico y contar lo que podía ser contado sobre aquel espanto que vivió de niño, tanto a partir de su experiencia como de la consignación de las más diversas fuentes. El resultado fue el Diario del año de la peste, una de las cimas indiscutibles de la literatura inglesa, que cuenta entre sus rendidos admiradores con García Márquez y Samuel Beckett y que acaba de publicar la editorial Impedimenta.

El lanzamiento constituye un verdadero hito editorial, dada la dificultad para encontrar la obra en castellano. Ahora, Impedimenta pone en circulación, al fin, una nueva traducción con una distribución amplia y una cuidada puesta en página que resulta una delicia tanto para quienes conocen la obra y desean volver a sumergirse en ella como para quienes se enfrentan por primera vez a sus páginas.

En buena medida, el Diario del año de la peste representa como pocos libros la transición del Barroco a la Ilustración. Con escrupulosa vocación de cirujano, Defoe se limita a narrar lo que ocurrió sin más, acudiendo a las cifras para ilustrar de manera vehemente sus terribles (por realistas) descripciones. Si en el Barroco la muerte era un suceso enigmático, misterioso, propicio para las lecciones morales, macabro y dado a la fusión con el humor y lo popular mediante danzas, aquelarres y mojigangas, en el Siglo de las Luces se va a convertir en un objeto de estudio científico, sobre el que arrojar luz para la dilucidación de las más diversas claves. El autor de Moll Flanders desarrolla la técnica del diario para narrar los hechos con una magistral distancia, pero quizá precisamente por ese tono documental lo que cuenta mueve a las emociones más directas. Abundan en el libro padres que abandonan a sus hijos infectados, ricos y nobles que se instalan en sus casas de campo contraviniendo las órdenes municipales y extendiendo la epidemia fuera de la ciudad, casas tapiadas a cal y canto con los dolientes abandonados en el interior, ladrones y malhechores que interpretan el contagio como un castigo divino por sus delitos, predicadores que sacan provecho de la epidemia y cuadros de diagnóstico detallados con información precisa. Las escenas sobre amontonamiento de cuerpos y atención a los enfermos en las parroquias resultan desoladoras. Si Defoe inventó el periodismo moderno, también cabe decir lo propio sobre la literatura, en la medida en que demostró que la expresión más radical de la realidad puede superar los alcances estéticos de la ficción. Y tuvo razón.

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