Roberto Scholtes
¿Podrán las bolsas europeas batir a EEUU en 2025?
Como suele suceder en estos tiempos de globalización, los objetos culturales considerados minoritarios, y entiéndase con ello una infinita galaxia de discursos regionales y propuestas que no participan de la inelasticidad de lo dominante (esto es, que tienen un sabor distinto) permanecen mayormente ocultos por la imparable y severa poda del mercado, siempre empeñado en la confluencia y absorción de las miradas. Con todo, son precisamente los medios globales los que nos permiten el acceso a las realidades lejanas, vean si no: escribo desde el otro lado del Atlántico de uno de los hitos de la historieta mexicana que, a Dios gracias, puede adquirise hoy, vía internet, en cualquier parte del mundo. Sí, mucho se ha escrito sobre esta ambivalencia. ¿Por qué comenzar citándola? Quién sabe, debe ser que estoy aburrido de tanta y tanta gruesa basura. Discúlpenme ustedes.
El caso es que se ha muerto Gabriel Vargas, que para el ciento de los nacidos en la piel de toro suena a intérprete de rancheras, pero no. Vargas se cuenta entre los cronistas mayores de Ciudad de México, chilangolandia, el DF, defecal o defectuoso, como dicen aquí en Jalisco, esa megaurbe pasmosa y electrizante, poderosa y atrayente como ninguna otra polis del planeta. El sujeto en cuestión nació en provincias, en Tulacingo, en 1915, y fue uno de la turba que, contraveniendo los propósitos de la revolución, se encontró muy pronto emigrado en la capital de la república. Millón y medio habitaba los alrededores del Zócalo a principios de la década de 1940; veinti-¿cuántos? millones conforman su enjambre actual. Ésta es la locura de la ciudad-nación.
Pero ¿quién es, quién fue Gabriel Vargas, muerto el pasado 25 de mayo de complicaciones cardiovasculares, poco antes de alcanzar su propio siglo? Pregúntenle a sus estudiosos: "El Cervantes de la historieta mexicana", "un caricaturista chipocludo" (no, la palabra no está en el DRAE, pero eso no implica que no signifique). Pregúntenle, por ejemplo a Carlos Monsiváis: "Al irse extinguiendo la dimensión social de la revolución mexicana y fortalecerse el capitalismo salvaje, Vargas es uno de los forjadores del espíritu que, a distancia crítica, observa las celebraciones de la corrupción, el ascenso de las clases medias y la modernidad selectiva". Yo, por mi parte, les diré que Vargas es el artífice de La familia Burrón, un largo relato de 1.616 capítulos comenzado a dibujarse en 1948 y terminado, que no acabado, el 26 de agosto de 2009. Si busco un equivalente se me viene a la cabeza la escuela Bruguera, el Carpanta de Escobar, pero a qué engañarnos, no hay símil que valga la historieta española, por lo largo, por lo coral, por lo consciente. Parece y es un tebeo para niños, pero no es menos la crónica social, la reflexión en voz común y la composición de un imaginario popular. Lo he dicho, de la ciudad de ciudades, de uno de los logros y las bestias del ser humano. Esa que tanto asusta de Tijuana para arriba.
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