La erótica de lo castizo
La directora artística del Museo Carmen Thyssen y comisaria de 'Julio Romero de Torres. Entre el mito y la tradición' profundiza sobre la sensualidad en la obra del artista corbobés
PARTIENDO de referencias iconográficas de la tradición, pintores españoles como Zuloaga, Anglada-Camarasa o Julio Romero de Torres recrearon la belleza del cuerpo femenino con una estética marcada por el gusto popular y castizo. Durante el siglo XIX los visitantes extranjeros contribuyeron a crear una imagen donde la mujer española, identificada con la maja, se vinculó a la sensualidad y al erotismo. Era la pervivencia de uno de los mitos románticos femeninos, en su versión castiza de femme fatale. Pronto destacó también la figura de la gitana. Ésta se vinculó a la sensualidad de la danza flamenca. Durante el baile, el cuerpo de la mujer se transformaba y los mantones realzaban la voluptuosidad del cuerpo con el juego de los flecos y el color de los bordados. Al mismo tiempo, las gitanas vivían en un mundo con diferentes valores y presentaban una actitud libre de ciertos prejuicios sociales, muy diferente a lo establecido para las damas de la sociedad.
La inspiración comenzó con el referente de Goya. Su Maja desnuda mira y se enfrenta al espectador descaradamente. Ya no es una diosa. No hay ningún elemento que la vincule con lo popular, pero el título la sitúa certeramente en esa realidad. Este relato sensual de las mujeres de las clases populares y, especialmente de las gitanas, continuó con la obra de Fortuny sobre la descarada Carmen Bastián. Ella aparece tendida en un sofá y muestra abiertamente su sexo levantándose la falda. Pero fue una obra, como el propio pintor explicaría en una carta, pintada para sí mismo. Ni Francisco de Goya ni Mariano Fortuny pensaron en el público, sino en un deleite interno y privado.
Durante las primeras décadas del siglo XX varios autores se sumaron a esta corriente. Zuloaga prestó una decidida atención a esta estética y sus obras son numerosas, desde el Desnudo de la Mantilla y el Clavel de 1915 hasta la Oterito en su camerino de 1936. Hermen Anglada Camarasa realizó Desnudo bajo una parra, c. 1909, una gitana en cuyas caderas se sujeta el mantón bordado y que, semidesnuda, alza los brazos; o la Sibila, c. 1913, una misteriosa mujer vestida con un mantón bordado que, imperturbable, muestra uno de sus pechos. La maja maldita, c. 1917, del cubano Federico Beltrán Massés, es un ejemplo de perversidad sofisticada, en la que el cuerpo tendido aparece envuelto en transparencias de encaje, sin olvidar el aspecto seductor y provocativo del Desnudo de la mantilla, 1933, de José María Rodríguez Acosta, donde la mujer aparece solo ataviada con mantilla, peineta y zapatos.
Julio Romero de Torres utilizó esta iconografía abiertamente. Varias son las obras en que la mantilla y el encaje acarician el cuerpo femenino desnudo. Tradicionalmente la mantilla era un velo que se utilizaba como símbolo de recato y, según la costumbre, servía para cubrirse al entrar en la iglesia. Pero acabó siendo, por la delicadeza de su encaje, un motivo que adornaba la belleza femenina y, por ello, un símbolo de seducción. Como complemento erótico, cargado de fetichismo, también pintó Julio Romero medias y zapatos, en los que daba cuenta de su capacidad para captar la calidad de los materiales, pero supo dotara la mantilla de un valor erótico al crear con ella una sensualidad refinada. De esta manera incidía en una de las características de su obra, la transgresión y la provocación a través del asunto.
Algunas de estas obras pueden contemplarse en la exposición del Museo Carmen Thyssen Málaga. Las dos sendas, c. 1911-12, donde aparecen algunas de las modelos preferidas del pintor, es uno de estos ejemplos. Rafaelita Ruiz Lubián, en su papel más habitual, el de monja excepcionalmente joven, bella y sensual, Carmen Escacena o Casena, mostrando las joyas como celestina, y la figura central de Adela Moyano, desnuda, tendida en un diván, pero en actitud de incorporarse para ofrecer mejor su cuerpo al espectador. Su piel está arropada por los delicados encajes y bordados de la mantilla. Tras ellas, enmarcadas entre una clásica arquería, dos escenas antagónicas, la vida conventual y mística de oración, y la fiesta y el cortejo, lugar donde se ha autorretratado, participando de la escena más lúdica, el propio Julio Romero. La intromisión del pintor como personaje en algunos de sus cuadros es frecuente. Convertido en tipo, vestido con capa española y tocado con sombrero cordobés, deja en ellos retazos de su visión del mundo.
La Venus de la poesía, 1913, es un desnudo inspirado en Tiziano. Lo protagoniza Raquel Meller, la famosa cupletista, acompañada del que fuera su amante, y posteriormente marido, Enrique Gómez Carrillo. Ella aparece mirando fijamente al espectador. No hay recato ni timidez alguna mientras se exhibe en la plenitud de su belleza. El encaje negro acentúa su desnudez y separa el cuerpo de la amplia perspectiva renacentista del fondo. Es otro claro ejemplo de imagen sensual en el que aparece este delicado complemento de la tradición popular. En esta ocasión, la sustitución de la diosa del amor por una insinuante mujer nos devuelve la imagen de la sensualidad vinculada a los elementos castizos y vernaculares. Junto a ello, una característica muy usual en la obra de Julio Romero de Torres, la utilización de la ambigüedad del significado de los símbolos.
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