La escritura como el imperativo de exponerse

Literatura

Ernesto Calabuig debuta en la novela con 'Expuestos'

Ernesto Calabuig.
Ernesto Calabuig.

04 de julio 2010 - 05:00

El debut como novelista de Ernesto Calabuig resulta estimulante y prometedor, sorprendentemente maduro, a pesar de que hable, precisamente, de la angustia del novelista que aún no ha se ha estrenado como tal. De hecho, el autor parece estar hablando de sí mismo en la figura del protagonista -un escritor maduro, crítico literario y traductor del alemán, que ha visto publicado su primer libro de cuentos y está en trance de escribir su primera novela-, lo cual no interesa tanto para tasar el valor de la ficción que es Expuestos, como para considerar el hondo conocimiento de cuanto se dice en sus páginas. Esto le otorga las calidades de un testimonio subjetivo de la necesidad humana de ser de otro modo distinto a través de la comunicación por medio de la escritura literaria.

El escritor, de nombre Jaume Climent, ha sido abandonado hace ya algún tiempo por su amor, una traductora alemana con quien compartió una vida en Madrid y también una sucesión de enfrentamientos que fueron arruinando la relación. La perspectiva y la experiencia de Jaume son una buena radiografía del campo literario español y europeo, no sólo en lo que atañe a la posición de sus actores dentro de él, sino sobre todo a sus prácticas comerciales y a la extraña procedimiento que debe seguir un autor novel que desea insertarse en él. Después de publicar un libro de cuentos y de pasar por el prescriptiva firma de ejemplares en la feria del libro de Madrid -de la cual hace un esclarecedor retrato-, es enviado por su editor a la feria del libro de Frankfurt, donde conoce a Rüdiger, un anciano a quien enseguida le une una relación especialmente humana y que le pide que escriba la historia de su padre, muerto en el frente ruso de la pasada guerra mundial.

Exponerse es, en esta novela, atreverse a cumplir el imperativo de la escritura para hacer pervivir su propia historia y la de aquellos que la necesitan porque han quedado vinculados a ella: Anna, su antigua pareja, ahora desaparecida de su vida; Rüdiger y la historia de su padre, un pintor de valía malogrado por la guerra; y del propio Jaume. Las últimas páginas del libro son muy esclarecedoras en este sentido, aunque nunca demasiado explícitas: se refieren al momento en el que Jaume comprende por qué y cómo ha de salir de su relativa agrafia que condena al olvido todas aquellas historias del pasado y darles así un ser perdurable. Reflexiones tal vez no nuevas pero sí dichas de un modo eminentemente literario porque nada es superfluo en la escritura de Calabuig, sino que cualquier elemento del discurso halla su justificación en el tono y en el carácter del personaje principal, cuya vida es expuesta sin ocultaciones ni máscaras retóricas ante el lector. Por todo ello, en la última línea de la novela se nos cuenta la resolución del protagonista: exponerse en la escritura como único modo de ser auténtico y de guarecer la propia historia del ruinoso efecto del tiempo. Una historia humana, sincera, recitada en una primera persona absoluta, a modo de confesión, de comunicación de un retal de sabiduría arrancado a la experiencia.

Todo ello expresado por Calabuig con el buen gusto propio de un lector avezado, que escoge un lenguaje pulcro sin ser relamido; con metáforas efectivas, pero no efectistas; con artesanía discursiva pero evitando retoricismos e imaginerías superfluas. Habrá novelista, no tengo duda, si, una vez que ha expuesto su vocación de escritor en esta primera entrega, es capaz, en las próximas, de ingeniar historias que merezcan la pena ser narradas -como los autores a los que demuestra admiración en las páginas del libro, Döblin, Landero, McEwan-, porque Calabuig sabe contar bien y encontrar destellos de la sabiduría de la novela en lo que cuenta.

Ernesto Calabuig. Menoscuarto, Palencia, 2010. 166 páginas, 14,50 euros.

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