Tribuna Económica
Carmen Pérez
Un bitcoin institucionalizado
Decía Alejandro López Andrada tras la proyección de la adaptación cinematográfica de su novela El libro de las aguas que "resulta difícil llevar al cine una obra de contenido tan poético como ésta". Y tiene razón. La película se muestra sobresaliente en lo lírico, retrata a la perfección la comarca de Los Pedroches. Crea la atmósfera rural y melancólica de esta tierra que aparece en la obra de López Andrada, quien retrata la comarca con una marcada personalidad. Pero la cinta flojea en guión y argumento, por eso ha sido difícil, como señalaba el propio autor, realizar la versión cinematográfica.
Más allá de la calidad de los actores o del fondo que pueda tener este largometraje de 90 minutos, cabe destacar que la obra se muestra como una auténtico regalo para la vista. Los escenarios, las localizaciones no pueden estar mejor escogidas con respecto a la historia que se cuenta. Todo ello aparece en la gran pantalla con una fotografía impecable, que realza aún más la presencia de dehesas, de los riscos de las sierras del sur de Los Pedroches y de Santa Eufemia, las ruinas de El Soldado, de los campos sembrados de trigo, que estaban en sazón cuando se rodó la película, de las retamas, de las alamedas... En cuanto a los pueblos, el que mejor parado sale es Pedroche. Nada más comenzar la película se ofrece un plano general del caserío con la esbelta torre como protagonista. La trama urbana del entorno de la iglesia del Salvador y la cuesta que va hacia Santa María del Castillo se ambientan a la perfección, igual que la taberna, aunque aparezcan por ahí algún que otro taco de hormigón y azulejos de nuevo cuño. El componente poético y meláncolico de la obra de López Andrada, como se decía, se hace patente desde este momento. El viento, las nubes, los silencios, el sonido de las campanas. Es como si el director de la cinta, Antonio Giménez-Rico, conociera a la perfección la bibliografía del escritor villaduqueño.
Las ermitas de Dos Torres y de Hinojosa en las que se han rodado escenas de una romería y de un entierro juegan un papel clave en la película, sobre todo porque la ambientación de la fiesta y de la tragedia son notables. Quienes han asesorado al director conocen a la perfección cómo eran estos acontecimientos hace 70 años, y eso se nota. También la cascada del arroyo de La Gargantilla y el bosque galería que rodea este espacio de indudable belleza ubicado entre Pozoblanco y Villaharta propicia algunos de los planos más bellos de El libro de las aguas. Cerca de la Gargantilla, pero en otro sector de la sierra de Pozoblanco, se encuentra El Comandante, una finca de olivar coronada de monte mediterráneo en excelente grado de conservación. Allí, Ángel -Álex González- el protagonista, protagoniza una escena que marca el resto de la película y se deshace de un cadáver entre los riscos desde donde se aprecia la silueta del olivar de la sierra.
Y al norte de la comarca, en la sierra de Santa Eufemia, se localizan coquetos cortijos ambientados a la perfección. Guardan toda la esencia del pasado. La cal, el adobe, la pizarra, el granito, las bestias, el pozo. Los carruajes están clavados, aunque el cortijo del señorito, ubicado en El Palomar de la Morra, podría haber cobrado más protagonismo por su delicada traza y su acertada restauración. Y, cómo no, también aparecen los restos de las minas de El Soldado, lugar clave en el imaginario de Andrada.
Al final aparece una dedicatoria a Los Pedroches. No es para menos, sólo los paisajes y la fotografía de esta tierra justifican el pago de la entrada.
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