La estela del poeta

recuerdo Amigos del escritor rememoran sus vivencias junto a él

El 22 de junio se cumple el décimo aniversario de la muerte de Vicente Núñez, autor aguilarense que sedujo a personalidades de la literatura y la sociedad española tanto por su importante obra como por su atrayente personalidad

Ángela Alba / Córdoba

10 de junio 2012 - 05:00

Acercarse a él era como una peregrinación. La devoción o simplemente la curiosidad por su obra, por su carácter, por su sabiduría, llevó a decenas de personalidades de la literatura y la sociedad española a viajar hasta Aguilar de la Frontera, ese Poley donde el poeta Vicente Núñez decidió exiliarse a comienzos de los años 60 y donde vivió hasta su muerte, el 22 de junio de 2002. Una década después de su fallecimiento, la marca que dejó en sus amigos continúa viva porque, a pesar del tiempo, es "muy difícil imaginarle en la muerte".

Vicente Núñez (Aguilar de la Frontera 1926-2002), vinculado al grupo Cántico, está considerado uno de los principales poetas andaluces de la segunda mitad del siglo XX gracias a una obra que abarca poesía, textos en prosa y aforismos, que se ha reunido en dos volúmenes de cuya edición para el sello Visor se ha encargado el poeta y crítico literario Miguel Casado.

"Era una persona por un lado muy entrañable pero por otro lado alguien que de alguna manera convertía su forma de ser en una parte de su obra, y que a todo lo que hacía le daba un sentido, un humor y una vitalidad llenas de matices, de sugerencias, originalidad, sorpresa", recuerda Casado.

La vida de Vicente Núñez en Aguilar discurría con tranquilidad, entre casa de su hermana Mari, la biblioteca y el bar El Tuta, donde recibía a sus visitas y hablaba con los vecinos que entraban a la taberna. Tenía "una vida muy metódica y armoniosa, era bibliotecario, hacía su trabajo allí y después iba al Tuta a beberse sus medios de vino, y luego recibía allí mismo a gente", explica Carmen Calvo, presidenta de la Fundación Vicente Núñez y exministra de Cultura. A los más íntimos los llevaba a su casa -pero era "sólo la gente más íntima y que a él le gustaba mucho"- y los recibía en "la Saleta Gasparini, como él la llamaba al igual que una de las salas del Palacio Real". Allí no entraba todo el mundo, sino la gente en la que él confiaba, y "no tenía por qué ser importante, sino elegida con el corazón". "Gente muy importante de este país ha pasado por El Tuta", apunta Calvo. Una de sus mejores amigas y valedoras fue Carmen Romero, por aquel entonces mujer del presidente del Gobierno Felipe González.

Pero a pesar de tener esta vida sedentaria, él "no era pueblerino, sino que elige su pueblo en el camino de vuelta de la vida, pero no porque tuviera una vida pequeña ni localista. Fue muy moderno al tomar la decisión de quedarse en Poley, en su Aguilar", añade Calvo.

Era un hombre muy coherente consigo mismo, muy reservado, discreto y "enormemente alegre, que hacía la vida que deseaba hacer, era muy independiente al mismo tiempo que una persona muy leal con los amigos aunque mantenía sus momentos de soledad, sus espacios íntimos", según manifiesta Celia Fernández Prieto, profesora de Teoría de la Literatura de la Universidad de Córdoba y viuda del psiquiatra Carlos Castilla del Pino, íntimo amigo de Vicente Núñez. Para ella "pertenecía a esa clase de personas que son excepcionales y que se han construido una vida tan única que son irrepetibles".

Fernández Prieto lo conoció a través de Castilla del Pino, que puso en sus manos por primera vez una obra de Vicente Núñez. Luego se encontraron en persona y desde el primer momento tuvieron "un contacto muy natural y fluido, nos caímos bien".

A su vez, el psiquiatra y el escritor se conocieron cuando eran jóvenes, en el entorno del grupo Cántico. Se produjo entre ellos un vínculo de amistad y admiración recíproca y un gran afecto que se mantuvo hasta la muerte de Núñez, "que para Carlos fue un impacto emocional".

Aunque en principio podían parecer dos personas muy distintas porque "Vicente era muy teatral, era un hombre que actuaba, interpretaba en público, y Carlos era casi lo contrario, más reservado y a veces incluso un poco distante, ambos conectaron en la manera de entender el mundo y la vida como algo que uno tiene que hacer por sí mismo", reflexiona la profesora.

A su parecer, su personalidad "fascinadora", su forma de vida "extraterritorial y algo excéntrica", además de sus cualidades como poeta, hicieron de él una persona única.

Se corrió la voz de que era un hombre interesante y llamativo e iba mucha gente a verlo, aunque "no todos cuajaban en relaciones más estables", dice Casado, que asegura que en Madrid había mucha gente que lo tenía como referencia. También tenía amigos de toda la vida, entre ellos poetas del grupo Cántico como Pablo García Baena o Ricardo Molina, el también escritor Rafael Pérez Estrada o el psiquiatra Castilla del Pino. Pero la gente más joven y con ideas muy variadas como Juan Carlos Mestre, Paco Bejarano, Olvido García Valdés y el propio Casado también se interesó por él. "Sus relaciones eran infinitas" y gracias a esas visitas y a las cartas que recibía "sin moverse de allí", estaba "al tanto de todo, interesado siempre por todo, leyendo cosas que acababan de aparecer", aclara el crítico literario.

La relación de Casado con Vicente Núñez comenzó a raíz de que el primero ganara el premio Arcipreste de Hita de Alcalá la Real, sobre el año 1983, de cuyo jurado el poeta aguilarense formó parte. "Me interesé por él, lo leí, lo conocí pronto y desde ese momento hubo mucha comunicación, desde edades distintas, desde maneras muy distintas de ser, pero mucha comunicación en la manera de entender la poesía", y así "se fue desarrollando en paralelo la amistad con el trabajo". Fueron muchos años y muchos encuentros.

Por otra parte, la historia del autor de Ocaso en Poley con Carmen Calvo comenzó cuando ella tenía 24 años. La presidenta de su fundación recuerda que el día que lo conoció "terminamos a las tres de la mañana, leyéndome él las cartas personales que le había enviado Luis Cernuda, y yo me quedé a cuadros al pensar que delante tenía esos manuscritos enviados desde México contándole cosas". A Calvo le pareció "un ser cultísimo, profundo, impactante", y a los pocos días fue otra vez a verlo "y me dijo: me gustas". Así empezó una relación de amistad que duraría hasta su muerte. Incluso horas antes de su fallecimiento ella lo visitó en su casa para comunicarle, "al oído", que le habían otorgado el premio Luis de Góngora.

Vicente Núñez era sencillo en sus relaciones: "Los grandes tienen una dimensión bastante sencilla -asegura la ex ministra-, ellos pueden tener su cabeza compleja y su carácter complicado, pero suele ser gente que se habla de tú a tú con la vida". Era un hombre muy culto pero al mismo tiempo tenía una faceta muy popular, jugaba con los dos registros. Calvo rememora cuando un día ambos iban a hablar en público en la plaza de Aguilar y tenían que subir por unas escaleras muy inestables "y me dijo en lenguaje popular: 'Verás como vamos a roar los dos".

"Vicente era un hombre de profundidades inmensas" y prueba de ello son los últimos sofismas que escribió, propios de alguien "que ha taladrado directamente el misterio de la vida, de alguien que ha abierto agujeros a la vida para saber de qué iba", añade Calvo.

Un rasgo muy característico de Vicente Núñez era su caligrafía, "que era ya como una firma, como una obra de arte", recuerda Casado. En esto coincide la escritora Matilde Cabello, que aclara que "escribía a mano, tenía una letra preciosa, y llevaba papeles encima para apuntar sus aforismos".

La escritora lo conoció cuando ganó el premio Ciudad de Baena a finales de los años 80, el que fue su primer galardón. Ella leyó un poema y él, que estaba en el jurado, "tuvo la delicadeza de acercarse a mí para decirme que le había encantado mi voz y cómo había leído. Hubo algo especial desde el primer momento".

La conexión con Matilde Cabello fue de mucha complicidad, al igual que la que mantenía con la también poeta Juana Castro y "esa relación que tenía con Juana se hizo extrapolable a mí porque yo lo conocí a través de ella". En aquel momento, añade la autora de Wallada, la última luna, "de los poetas de Córdoba él era mi referente y antes de conocerlo personalmente ya lo conocía por su poesía".

Por su parte, Juana Castro tuvo sus primeros contactos con él a comienzos de los años 80. Ella iba a verlo a Aguilar y lo seguía a todas las actividades en las que participaba. De esos encuentros recuerda "momentos con él riéndonos mirando un cuadro en Diputación, en El Tuta, en una huerta..., son muchas cosas las que compartimos". De su obra le atraía "sobre todo aquel libro, Ocaso en Poley, que fue deslumbrante para tanta gente". Tanto que con él consiguió el Premio Nacional de la Crítica de Poesía en 1982.

El autor de Himnos a los árboles comía poco, era exquisito, le gustaban las joyas, era un gran lector, genial hablando y componiendo, un hombre extraordinario y un excelente poeta. "Era un genio y además cuando alguien se lo decía se lo tomaba a broma", expone Matilde Cabello.

Cuando el escritor aguilarense asistía a un acto "no existía nadie más, era un hombre que sin pretenderlo, porque no era un ególatra, era como un imán", puntualiza la escritora, que además destaca el ingenio y la simpatía del poeta.

En su biografía también destaca su labor como socio fundador del Ateneo de Córdoba, con el que colaboró activamente. "Fue uno de los puntales de la poesía del Ateneo", manifiesta Antonio Varo Baena, presidente de la institución y amigo del poeta. Ambos se conocieron a comienzos de los años 80 a través de la poesía y por las raíces familiares aguilarenses de Varo Baena, que resalta el vitalismo, la inteligencia extraordinaria y el gran ingenio de Vicente Núñez. "Son muchos los recuerdos de los ratos que hemos echado leyendo poesía y con una copa de vino", agrega. En reconocimiento a su labor como ateneísta se le concedió la primera medalla de oro de esta institución poco antes de su muerte.

Vicente Núñez pasó periodos de su vida en Málaga y en Madrid. Su marcha de la capital, donde hubiera tenido más oportunidades para difundir su obra, fue "una decisión personal". El motivo de su exilio en Aguilar ha sido muy discutido, aunque Casado expone que casi coincide con la muerte de su madre. El crítico lo explica como "una especie de ruptura personal interior, una especie de choque con la vida, con el destino, y un rechazo grande a esa vida de la fama, el prestigio, las cortesías sociales que veía en Madrid". El resultado fue que "estuvo 20 años sin escribir y cuando volvió ya era un raro, una persona descolgada, lo que se llama un outsider, un independiente total".

Él estaba fuera de la "oficialidad, era el antiescritor y nunca presumía ni utilizaba sus relaciones", a pesar de que con ellas podría haber conseguido más premios y fama, reflexiona Matilde Cabello. Sin embargo "era muy independiente y estaba muy rebotado porque vivió muy de cerca el ambiente literario en Madrid y no le gustaron las concesiones que había que hacer, por eso decidió alejarse".

El atractivo del poeta es evidente y a la vez casi un misterio, al igual que la estabilidad de su vida frente a la búsqueda continua en su literatura. Casado destaca que hay una contradicción en cómo "esa persona, que en realidad estaba sentada siempre en la misma mesa, viviendo siempre en el mismo pueblo, podía ser un ser tan dinámico, completamente cambiante, resistente a la costumbre". Mientras vivía en "el máximo sedentarismo", en la literatura mantenía "una búsqueda continua del riesgo y del cambio".

El crítico literario explica que su poesía por un lado reúne "todo el saber de la tradición, el saber léxico, rítmico y retórico, pero por otro lado todo el riesgo y el deseo de cambio de la modernidad". A su parecer su pensamiento poético "está impregnado de lo moderno, de la búsqueda de lo nuevo, de la sensación de que cada poeta tiene que ser una isla y no puede de ninguna manera resignarse a repetir cosas que sean previsibles".

Esa síntesis de tradición y vanguardia y esa búsqueda continua de renovación son los elementos que definen su poesía y que dieron como fruto libros "inolvidables" como Poemas ancestrales, Ocaso en Poley, Epístolas a los ipagrenses, Elegía a un amigo muerto, Los días terrestres o Himnos a los árboles.

Al respecto, Fernández Prieto apunta que "su poesía tiene un componente filosófico, casi metafísico en ocasiones, que no es muy frecuente en los autores españoles". Además es creador "de un lenguaje, de un modo de hablar poético, y eso lo hacen muy pocos"; por eso "nunca defrauda, porque uno lo lee y siempre tiene la sensación de que no lo acaba de leer".

En opinión de Matilde Cabello, "la poesía de Vicente es de una profundidad apabullante, tremendamente desgarradora y valiente, espontánea pero a la vez técnicamente impecable porque él conocía todos los trucos de la literatura".

Su aportación a la literatura española se centra en su manera de mirar y en su "profundo análisis de la contradicción que hay en la lengua entre la forma y el sentido, es decir, la imposibilidad final de decir lo que queremos decir". Se trataba de "una lucha a brazo partido con esa imposibilidad radical de la lengua, él que sin embargo la dominaba hasta tal punto", según Miguel Casado.

A pesar de la importancia que Vicente Núñez tiene en la literatura española, el experto advierte que "no hay un consenso académico en torno a él" y confía en que "el trabajo que hemos hecho de publicar su obra reunida vaya sirviendo y abra esa posibilidad". Cuando salieron los dos volúmenes recopilatorios "fue maravilloso ver cómo había lectores nuevos, había críticos que se hacían eco y confesaban que antes no lo habían leído. Es un proceso que todavía está en marcha aunque hayan pasado ya diez años desde su muerte".

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Así canta nuestra tierra en navidad | Crítica

El villancico flamenco

Lo último