Una fantasía posmoderna
firmado: mister j.
Llega a las librerías 'Joe el Bárbaro', en el que el irlandés Grant Morrison se introduce en el género fantástico a través de la aventura de un niño con un ataque hipoglucémico
Como ya sabe todo el mundo, Grant Morrison (Glasgow, 1960) es uno de los nombres propios del tebeo comercial estadounidense de las últimas décadas. De hecho, su escritura tiene tanta personalidad y tal grado de extravagancia que atrae la atención de lectores y críticos de todo tipo, no sólo de los habituales del género favorito del escocés, el de superhéroes. Personalmente lo considero un guionista de feliz prosa y estructuras fascinantes, obsesionado como está con el caos, la deconstrucción y la deglución de referentes culturales pop, y por eso lo sigo desde que cayera en mis manos un ejemplar en inglés de aquel divertido Zenith que inauguraba su narrativa de largo aliento. No está de más apuntar que la bibliografía de Morrison alterna trabajos complejos e influyentes con otros más sencillos, menos pretenciosos; claro está que unos y otros no siempre resultan afortunados, pero, en mi opinión, la proporción de éxitos creativos del escritor de Los invisibles es apabullante. De modo que siempre que llega una novedad con su firma procuro echarle un vistazo.
Hablando de lo cual, acaba de aparecer por librerías Joe el bárbaro, uno de los últimos trabajos de Morrison, publicado bajo el sello Vertigo de DC Comics entre marzo de 2010 y marzo de 2011. Los ocho números de la miniserie que aquí se compilan en un solo volumen, cuentan con dibujos de Sean Murphy y colores del multipremiado Dave Stewart, y suponen la incursión de Morrison en el campo de lo que tradicionalmente se conoce como fantasía. Siempre que hago mención al género me gusta traer a colación el término que acuñara para él David Pringle: la ciénaga. Pues es cierto que el género fantástico es una especie de totum revolutum, un cajón de sastre en el que, siguiendo a Pringle, se incluye "lo sobrenatural, lo misterioso, lo quimérico y lo repelente", y en el que todo vale, menos la conciencia materialista del mundo. Y bueno, lo de Morrison, entretenido y solvente como es, participa de la colección de tópicos habituales de la fantasía, aunque también tiene un curioso puntito posmoderno tanto en la justificación de la entrada de Joe al mundo onírico (un ataque hipoglucémico) como en los extraños compañeros de aventuras que allí encontrará (sus propios juguetes, sus allegados). No es, ya ven, un dechado de originalidad, pero tampoco es que la originalidad sea el punto fuerte de la poética de Morrison, que gusta de basarse habitualmente en la reinterpretación de modelos existentes.
El viaje de Joe, el moribundo, desde la buhardilla de su casa hasta el sótano, y las mil peripecias que conllevará en el territorio de la fantasía tienen varios puntos álgidos, de los que me gustaría destacar el excelente ritmo argumental, la emocionante y bien hilada conclusión y, sobre todo, el aspecto gráfico, que vuelve consistente la sencilla premisa de Morrison, y lo mantiene a uno leyendo de principio a fin. Stewart utiliza una paleta sombría para acentuar los peligros de la fantasía doméstica y de la ensoñación; y si bien Murphy, notable en todo lo demás, no logra una caracterización realmente variada de ambientes, dota en cambio al conjunto de la coherencia de una sola mirada, la del propio Joe, y exhibe un total dominio de la planificación. En resumen, un tebeo de lo más recomendable.
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