Flaubert y el escribidor
Muere Vargas Llosa
El autor de 'La guerra del fin del mundo' resolvió la que venía siendo la mayor anomalía de nuestra literatura desde Cervantes: la activación de una estirpe propia para la novela en lengua española
Mario Vargas Llosa, entre la obra y la vida propia

En sus últimas intervenciones públicas a las que asistí (en el festival literario Escribidores, que se celebra cada año en Málaga y organiza la Cátedra Mario Vargas Llosa), el autor de La guerra del fin del mundo solo parecía interesado en hablar sobre Flaubert. De alguna forma, parecía cumplirse la premisa circular por la que toda intuición del final se resuelve con una atención renovada al principio. Vargas Llosa se había cobijado ya en sus primeras tentativas al abrigo de Flaubert, el verdadero artífice de la novela moderna, para afirmar su propia tradición del género, consolidar su intuición para construir personajes complejos y, de manera indirecta, pero no por ello menos definitiva, ajustar el molde novelístico que ya había alumbrado su siglo a la lengua española. Vargas Llosa replicó el ímpetu transformador de Flaubert con un preclaro don de la oportunidad, sencillamente porque tal tarea todavía estaba por hacer cuando su voz comenzó a destacar entre los apóstoles del Boom. El empeño y, sobre todo, las consecuencias convierten al escritor peruano, por mucho que cultivara también el teatro, el ensayo y el articulismo, en el novelista más importante en lengua española desde Cervantes.
Vargas Llosa resolvió así la que quizá fuese la mayor anomalía de nuestra literatura: la invención de la novela como género autónomo a todos sus efectos, capaz ya no solo de contar historias sino de contar el mundo, se dio en lengua española; sin embargo, la misma, quizá con cierta altanería, se mantuvo refractaria a la posibilidad de generar después una estirpe propia para la novela. Mientras en la poesía y el teatro ha prendido la lengua de Cervantes un foco de admiración universal, cada novelista adscrito a la misma ha estado obligado siempre a partir de cero. En el siglo XX, muy a pesar de Valle-Inclán y Pío Baroja, la orfandad mantuvo su constante: mientras Kafka encarrilaba la lengua alemana en los raíles narrativos más urgentes, por donde de inmediato pudieron transitar Musil, Broch y Döblin; y mientras Joyce terminaba de romper las costuras con tal de que de todo fuese posible en lengua inglesa, parecía, incluso ya en el Boom, que a la novela en lengua española (tan afín al cuento, sometida la novela al prisma de la sospecha) solo le quedaba el as de imitar a Faulkner con más o menos acierto. Vargas Llosa abrazó a Flaubert y comprendió que para inventarse la novela en su lengua debía inventarse la lengua misma. Así lo hizo. Así lo leeremos.
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