Una flor para Mark Twain
Se cumplen 100 años del fallecimiento del autor de 'Las aventuras de Tom Sawyer', un escritor de amplio universo literario del que. según Hemingway, surge toda la literatura estadounidense moderna
Samuel Langhorne Clemens, más conocido como Mark Twain, nació en Missouri en 1935 y murió en Connecticut en 1910, hace ahora 100 años, lo que equivale a decir que asistió a la configuración de los actuales Estados Unidos. Cuando nació, hacía sólo un par de décadas que España había cedido Florida y Oregon, vivió la guerra con México tras la que el gigante americano recibió Texas, Nuevo México y California. Son los años del desarrollo del ferrocarril y del telégrafo, de la colonización masiva del Oeste y la Fiebre del Oro, también de los enfrentamientos políticos, raciales y económicos entre Norte y Sur que acabaron en la Guerra de Secesión. Digamos que Twain es testigo del moderno desarrollo de su nación y que, de alguna manera, su literatura es también fundacional. Según Hemingway: "Toda la literatura estadounidense moderna surge de un libro escrito por Mark Twain titulado Huckleberry Finn".
Mark Twain tenía 12 años cuando murió su padre y hubo de ponerse a trabajar como aprendiz en la imprenta de su hermano Orion. Desde entonces, ocupó diversos oficios en el campo de la edición e impresión, pero no sólo eso, se hizo piloto de barco de vapor, periodista, buscó oro, plata, invirtió en tierras y en peligrosos negocios madereros hasta que se casó con Olivia Langdon y se asentó en Hartford, Connecticut, en la primera casa que el escritor dio a llamar "hogar". Allí fue donde creó sus títulos más exitosos: Las aventuras de Tom Sawyer (1876), El príncipe y el mendigo (1881), Vida en el Mississippi (1883), Las aventuras de Huckleberry Finn (1884) y Un yanqui en la corte del rey Arturo (1889).
En Hartford, su trabajo como escritor le retribuyó grandes cantidades de dinero, unos 100.000 dólares al año. Con esta suma, y alentado por su amor por la edición y su gusto por las empresas arriesgadas, estableció una casa editora propia. Derrochó su fortuna en maquinaria y artefactos editoriales y, cuando al fin le alcanzó la ruina, se vio forzado a abandonar su casa y se embarcó, junto con su familia, en un viaje por Europa. A sus 50 años, Twain se empleó en dar conferencias por diversos países hasta que logró recuperarse y saldar todas sus deudas.
El final de su vida estuvo envuelto en un halo de tristeza y desgracia. Su hija mayor, Susy, murió prematuramente; también fallecieron el hermano, la hermana y la esposa del escritor, Olivia, quien, luego de 37 años de matrimonio, lo dejó en un estado de soledad irreparable. Su literatura dejó entonces de ser tan luminosa y humorística para volverse más sarcástica, crítica y centrada en la denuncia: "Todas las posesiones territoriales de todos los establecimientos políticos de la tierra -incluyendo América, desde luego- son el resultado del despojo. No hay tribu, por insignificante que sea, ni nación, por poderosa que sea, que ocupe un pie de tierra que no haya sido robado."
El universo literario de Mark Twain es amplio, su faceta más conocida está repleta de parajes salpicados de bosques, de los olores de la tierra, de las praderas estivales que formaron parte de su niñez en la granja de su tío John Quarles en Missouri, de fabulosas aventuras y, por supuesto, del Mississippi. Las anécdotas que plagan Tom Sawyer son en gran medida recuerdos de la propia infancia del escritor. Pero este cosmos incluye también una faceta más desconocida, la del crítico que arremete contra el fracaso moral de la civilización, entendida ésta como oposición al paraíso original sucumbido bajo la industrialización y la destrucción. Twain llenó muchas páginas denunciando las injusticias que encontraba a su paso. Para muestra, un botón: "Hasta donde puedo ver, Italia, durante quince siglos, ha dedicado todas sus energías, todos sus recursos financieros y todo su ingenio a construir un vasto conjunto de iglesias magníficas mientras mataba de hambre a la mitad de sus ciudadanos con tal de lograrlo. Hoy es un vasto museo de magnificencia y miseria".
En estos días en lo que todo se mide por su valor económico, la casa de subastas Sotheby's ha puesto precio a la obra de Mark Twain. El manuscrito de 64 páginas dedicado a su hija Susy, A family sketch, descrito como un capítulo perdido de su autobiografía, se vendió el pasado 18 de junio por 242.500 dólares. Podríamos decir que cada página original de Twain se cotiza a unos 4.000 dólares. Pero su literatura está al alcance de cada uno de nosotros por mucho menos dinero.
Cuando hace unos años viajé hasta Hartford para ocupar mi puesto de asistente de español en Mount Holyoke College, nada sabía de Samuel Langhorne Clemens. Durante un año viví a media hora de camino de la Avenida Farmington 351 donde el matrimonio Twain tuvo a sus tres hijas. Ahora siento que de haber estado menos interesada en mi propio viaje interior, enmarcado en la belleza de las nieves del este, quizá habría podido descubrir y visitar aquella casa en la que vivieron durante quince años y que hoy día, ya restaurada, ha sido convertida en casa museo. Les animo a que la visiten virtualmente en http://www.marktwainhouse.org. Yo, por mi parte, prometo que la próxima vez que vuelva a Connecticut pasaré por la casa de Samuel Langhorne Clemens para dejar una flor.
MISSISSIPPI Y LIBERTAD
A sus 27 años, Samuel Langhorne Clemens bajaba el Mississippi en dirección a Nueva Orleans, donde quería embarcarse como periodista rumbo a Latinoamérica. Pero el azar hizo que cambiara de idea. El barco de ruedas en el que viajaba era pilotado por Horace Bixbi, y pronto ambos se hicieron amigos. La vida en el río sedujo tanto al escritor que decidió abandonar su viaje y permanecer junto al piloto como aprendiz. Dos años más tarde, Clemens consiguió su licencia de piloto de embarcaciones en el río Mississippi. Según escribió más tarde, allí fue donde descubrió la naturaleza del ser humano, y aquella época permanecería en su memoria como la más feliz de su vida: "Quise a mi profesión mucho más que otra cualquiera que haya seguido desde entonces, y estaba muy orgulloso de ella. La razón es simple, un piloto era, en aquellos tiempos, el único ser humano sin cadenas y enteramente independiente que viviera sobre la tierra".
No es de extrañar que Mark Twain, el seudónimo que acabaría usando en su carrera de escritor, tuviera que ver con la navegación en el río. Significa "dos brazas de profundidad", y era el grito que avisaba a las embarcaciones de la altura mínima necesaria para navegar. En Vida en el Mississippi, libro que repasa sus días como piloto y sus impresiones del río dos décadas más tarde, Twain nos habla de la elección de este peculiar seudónimo. Allí nos informa de que perteneció originalmente a un destacado capitán de barco, Isaiah Sellers, respetado por su larga experiencia y su fuerte carácter. A pesar de que el capitán carecía de capacidad literaria, solía enviar al periódico breves notas informativas acerca del río que firmaba como Mark Twain. En una ocasión una de esas notas cayó en manos de Clemens, y éste escribió unas líneas burlándose abiertamente del capitán. Al leerlas, sus compañeros pilotos se apresuraron a publicarlas en el periódico y desde entonces el capitán sintió un tremendo odio por Clemens y no volvió a publicar ni a usar el seudónimo nunca más. El futuro escritor se sintió avergonzado. Su artículo sólo había servido para herir el amor propio de alguien entregado en cuerpo y alma a una profesión que él mismo veneraba. La noticia de la muerte de Isaiah Sellers sorprendió a Clemens en California, donde se ejercitaba como periodista. Andaba buscando seudónimo, así que confiscó el descartado por el capitán y en adelante se esforzó por que su nueva firma, Mark Twain, conservase las cualidades del viejo marinero. En sus propias palabras, procuró que fuese "señal y símbolo y garantía de que aquello que lo acompaña es la pétrea verdad".
En sus dos obras más conocidas, Las aventuras de Tom Sawyer y su continuación Las aventuras de Huckleberry Finn, el río forma una parte fundamental de la trama. En la primera de ellas, Tom Sawyer y sus amigos, heridos y desplazados por la sociedad, se lanzan sin previo aviso a una aventura fluvial, decididos a dejar su antigua vida y convertirse en piratas. Esto da pie a uno de los pasajes más destacados de la novela: los familiares, incapaces de encontrar a los diablillos, los acaban dando por muertos y es así como los niños, a su regreso al pueblo, asisten a su propio funeral. Por su parte, el río es el hilo conductor de Huckleberry Finn. El protagonista finge su propia muerte para escapar de las palizas del padre alcohólico y huye por el Mississippi junto a Jim, un negro que a su vez escapa de su propia esclavitud. Y junto a las innumerables aventuras que les suceden a ambos, destaca en la novela la presencia del río como un símbolo y una promesa de la libertad social hacia la que viajan, libertad sin concesiones, más allá de cualquier regla.
Acabo de releer Las aventuras de Huckleberry Finn y se me ocurre que su lectura no es mala manera de pasar los últimos coletazos de este verano tórrido, atenuando así los rigores de la vuelta al trabajo o al estudio. Imagínense tumbados de espaldas sobre la balsa, viajando acariciados por la brisa nocturna, contemplando las estrellas o la luna en una noche clara, adormecidos por el rumor del río y el susurro de las orillas. Imaginen que dejan atrás, en la penumbra, bancos de arena y algodonales, que duermen de día bajo la choza en el sopor de las aguas, sin detenerse en pueblos ni con persona alguna, a no ser que haya que comprar café o algo de carne para asar y que, de este modo, se enteran casualmente de lo que sucede en el mundo. Que viajan con un compañero al que gastan bromas de vez en cuando y con el que pescan, comen sandía, se dan un chapuzón para refrescarse y charlan muy a menudo. Pero también viajan en silencio, porque muchas veces no hay necesidad de hablar o porque, en ocasiones, la solemnidad del Mississippi cala en el ánimo y uno tiende a bajar la voz o a callarse, aunque el espíritu esté alegre y tranquilo. Pues qué mejor vida hay que viajar sin destino en una balsa, dejándose llevar por la corriente en la brisa de la noche, tumbados de espaldas sobre el río.
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