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El poder de la geografía | Crítica
El poder de la geografía. Tim Marshall. Península. Traducción de Arnau Figueras y Àlex Guàrdia. 480 páginas. 21,90 euros
Decía Julio Camba que la guerra nos enseña geografía mientras la va destruyendo. De la guerra troyana a Ucrania es lo que hay. El periodista británico Tim Marshall nos suele mostrar cómo la geografía incide en ese gran caravasar geopolítico de países dominantes y dominados en función de intereses propios y a menudo espurios. Tras su anterior Prisioneros de la geografía, el autor nos habla ahora de los diez territorios que a su juicio fijarán el futuro. El poder de la geografía analiza el pormenor de ciertas naciones y territorios entre los que se halla España (el resto son Australia, Irán, Arabia Saudí, Etiopía, Reino Unido, Grecia, Turquía y el África del Sahel). No aparecen en la lista Estados Unidos, China y la Rusia putiniana porque, sencillamente, son entes casi ubicuos que figuran en la trastienda de la Guerra Congelada de este siglo XXI. Tampoco se olvida el autor de la geografía espacial y de los intereses que irá deparando la conquista interestelar.
¿Por qué aparece aquí Etiopía si la asocia uno a hambrunas, sequías y maratonianos voladores? Sencillamente porque es un territorio chino en la sombra (el 33 por ciento de sus importaciones y el ocho por ciento de las exportaciones están vinculadas con China). ¿Por qué se cita a España? Porque, a decir del autor, la geografía condiciona su historia secular y, entre otras cosas, una hipotética independencia de Cataluña fuera de la UE atraería a China y a Rusia en el flanco occidental del Mediterráneo. Por Oriente, el Irán chiita y el islam sunita de Arabia Saudí se repelen sobre sus propios dilemas internos y las oscilaciones del oro negro.
Australia, por su parte, seguirá siendo un continente de promisión en las Antípodas, mientras, en sentido opuesto, los sobrepoblados y fallidos países del Sahel (Mauritania, Chad, Níger, Mali, o Burkina Faso) seguirán inmersos en el bucle (recursos ilimitados, gobiernos febles y corruptos, multinacionales extractivas y células terroristas agazapadas para pánico, sobre todo, de Francia). Turquía y Grecia seguirán porfiando en el Mediterráneo por las gigantescas reservas de gas que habitan bajo el mar que surca el turismo de cruceros por el Egeo. Y el Reino Unido (es un decir) aún muestra su desnorte por las consecuencias del Brexit y por no saber gestionar el subconsciente de su relación de cercanía y distancia respecto a Europa.
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