Una, grande y cautiva
El cómic realiza un retrato de la condición humana y una gran crónica de la II República, la II Guerra Mundial y el franquismo
Puestos a hablar de El arte de volar (Edicions de Ponent, 2009), la impresionante y multipremiada novela gráfica escrita por Antonio Altarriba y dibujada por Kim, lo primero que me viene a la cabeza es la siguiente cita de Albert Camus, extraída de su libro Moral y política: "El siglo XVII fue el siglo de las Matemáticas, el XVIII el de las Ciencias Físicas y el XIX el de la Biología. Nuestro siglo XX es el siglo del miedo. Se me dirá que el miedo no es una ciencia. (…) No hay duda de que es, sin embargo, una técnica".
Viene la cita a cuento del terror histórico descrito por los autores a lo largo de las casi doscientas páginas de este extraordinario tour de force, y que, salvando las distancias, me ha producido sensaciones similares a las que sentí leyendo, por ejemplo, El vértigo, de Eugenia Ginzburg. Ambos textos comparten la voluntad testimonial -el de Ginzburg de primera mano, el otro mediante la evocación o, mejor dicho, la recreación de experiencias familiares- y el pasmo ante el imparable advenimiento de la catástrofe. Catástrofe que en la rusa, atrapada en el sinsentido del gulag estalinista, es primero intelectual y luego vivencial. Nace de su ceguera política, del prolongado rechazo a admitir la inocencia de los condenados a los campos de castigo y desemboca en la terrible culpa de descubrirse a sí misma como una más de la legión de injustamente encarcelados por el régimen totalitario.
El protagonista de El arte de volar, por su parte, personifica la inocencia, la sencillez de espíritu del hombre común que vive ajeno a los dictados y proclamas del statu quo, pero los padece. Su primera lucha es vivir una vida decente, su siguiente objetivo, ya que estalla la Guerra Civil española, es sencillamente sobrevivir. Finalmente, Antonio, padre y máscara del guionista, acaba recorriendo la misma dirección que Ginzburg, aunque en sentido inverso: va de lo vivencial a lo intelectual pues, más allá de los mapas sociales esbozados en El arte de volar, el auténtico territorio de la novela gráfica es el del aprendizaje político del individuo, el del alzamiento de la conciencia y su posterior caída, que toma aquí tintes de tragedia de nuevo sencilla, silenciosa, pero no por ello menos punzante.
El rapto de los ideales libertarios, que es tanto como decir el rapto de la propia humanidad, el cautiverio de la nación contradictoria y descosida que llamamos España, se funde con el aliento vital en esta pequeña obra maestra embellecida por un Kim en estado de gracia -tampoco les voy a descubrir ahora las bondades de uno de nuestros mejores artistas-. Y en este sentido, El arte de volar es una lección de historia contemporánea narrada por los que no tienen voz, los que nada significan, los meros figurantes. O, dicho de otro modo, el retrato de uno cualquiera de nosotros, una simple gota, que lleva en su interior la memoria del océano.
l crashcomics.blogspot.com
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