"Me gustan esos personajes con los que irías a tomarte una copa"
El autor recorre en 'La estación perdida' la España del último medio siglo a través de la historia de amor de un buscavidas y una mujer de fidelidad inquebrantable
Si hace dos años Use Lahoz dio la sorpresa con Los Baldrich, una novela que atravesaba el último medio siglo de la historia española a través de las peripecias de una boyante familia catalana, ahora el escritor regresa al mismo periodo, pero para brindar un homenaje a quienes pasaron muchas más fatigas para salir adelante.
Protagonizada por una pareja de "perdedores que ríen" y que experimentarán por encima de todas las penalidades el poder redentor de los afectos, La estación perdida es una "comedia humana de gente que va y que viene, de encuentros y desencuentros y de cambios sociales", una novela sobre "la infancia, la identidad, el amor, la muerte, el dinero y el viaje" donde se narra la historia de Santiago Lansac, un soñador incurable y atormentado por una noticia que truncará su sencilla felicidad en un pueblo tan pequeño que ni siquiera sale en los mapas, y lo empujará a buscarse la vida primero en Barcelona y más tarde en los muchos otros lugares donde su poca fortuna y su carácter incorregible lo van llevando.
Lahoz (Barcelona, 1976) reconoce como fundamental para la ambientación rural de la primera parte de su novela la influencia de El camino, de Miguel Delibles, una de las lecturas que ayudaron al autor a concebir esta obra que en cierto modo va a contrapelo. En un momento en que muchos escritores jóvenes defienden la experimentación formal, la narración dispersa como cristales rotos o (supuestos) nuevos paradigmas poéticos que cuestionan la emoción como motor literario, Lahoz va y se descuelga con una obra de arquitectura clásica, una novela de personajes y de sentimientos.
"Mi gran ambición es contar una buena historia y construir unos personajes que puedan quedar en la memoria del lector. A una novela le pides que transmita una experiencia de la vida, que te veas reflejado en ella. Reivindico ese tipo de novela. Me he educado con lecturas así. Yo me acuerdo de Madame Bovary, de Raskolnikov, de Pijoaparte... Me gustan esos personajes de los que no te puedes olvidar, a los que te apetecería conocer e ir a tomarte una copa con ellos", dice el autor, que también considera inexcusables en una novela elementos como "los conflictos y las sorpresas".
"No escribo para ser mejor que nadie. Yo trabajo para ser mejor que yo mismo y procurar hacerlo lo mejor posible en cada libro", dice a propósito de los alardes de estilo y modernidad que nunca ha pretendido ejecutar. "Escribo novelas por el placer de la ficción, que es adictivo. El gran placer de contar una historia", continúa Lahoz, que se define como un escritor "realista" y está convencido de que "la novela se define por unas leyes intrínsecas de verosimilitud". Con este afán recrea el éxodo rural a la gran ciudad que vivió la sociedad española, un proceso en el que los protagonistas de La estación perdida pierden su inocencia.
Y, sin embargo, nunca se dejan envenenar. El personaje de Santiago, de hecho, debe en parte su existencia a una frase que Lahoz leyó hace tiempo y dice llevar siempre dentro de sí: "El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento". La escribió Albert Camus, y Lahoz la quiso encarnar en su criatura ficticia. El tono de El apartamento, la película de Billy Wilder, y unos versos de Antonio Machado -"donde hay vino, beben vino; / donde no hay vino, agua fresca"- también inspiraron al autor para dar forma a Santiago y a la que será la mujer de su vida, Candela Paz.
"Es uno de los personajes de mi vida", dice sobre esta mujer-de-un-solo-hombre que "tiene algo", explica Lahoz, "de la Colometa", la protagonista de La plaza del diamante, de Mercè Rodoreda, que es la primera novela con la que el escritor lloró, "por algo que no era verdad, aunque era más verdad que otras cosas". Con este personaje, el escritor de La estación perdida quiso hacer un "homenaje a las madres solteras de los años 70, mujeres trabajadoras y llenas de dignidad que sacaron adelante a sus hijos en un momento en que no recibían ningún tipo de ayuda", personas que "dieron a sus hijos oportunidades que ellas no tuvieron nunca, y que en muchos casos hicieron buenos a sus maridos".
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