La huida de la realidad

Owen Wilson y Rachel McAdams, en una escena del filme.
Carlos Colón

24 de mayo 2011 - 05:00

Comedia, EEUU, 2011, 100 minutos. Dirección y guión: Woody Allen. Intérpretes: Owen Wilson, Rachel McAdams, Marion Cotillard, Michael Sheen, Kathy Bates, Carla Bruni, Adrien Brody. Música: Varios. Fotografía: Darius Khondji. Guadalquivir, El Tablero.

Como le sucedió a su admirado Fellini, el escepticismo pesimista de Woody Allen no desemboca en la amargura y la desesperación, sino en la compasión y la inteligente sensualidad del carpe diem clásico. Por eso ambos hallan sentido a sus vidas en lo que Fellini llamó la dignità del fare (la dignidad del hacer) y ruedan incansablemente, convirtiendo su quehacer en el sentido de sus vidas. Fellini, italiano riminés romanizado, orientó su última etapa creativa -desde el sereno suicidio de los patricios en Satyricon hasta los envejecidos Anita y Marcello viendo la escena de Trevi en L' intervista- hacia el estoicismo latino. Allen, neoyorquino cinéfilo y judío, lo ha orientado hacia la melancolía sensual, la ironía que vela con pudor el sentimentalismo extremo, la risa como lúcida defensa contra las ofensas de la vida y el juego creativo -un punto nostálgico- con el cine, la literatura, la pintura o la música que ama.

Es importante, como aperitivo para abrir el apetito por Midnight in Paris sin desvelar sus sorpresas, conocer las ideas sobre el arte y el cine que subyacen tras ella. "Para mí -dijo Allen con motivo de su estreno en Cannes- el arte es un catolicismo intelectual. Los católicos piensan: hay una vida tras la muerte; el artista piensa: mi obra me sobrevivirá; el espectador piensa: esta obra es eterna. Pero todos mueren; ni las obras ni los seres son eternos. El único y modesto servicio que pueden prestar los artistas es la distracción. Vives en un mundo terrible, entras en un museo, un concierto, una ópera o un cine y por un instante, mientras contemplas un cuadro de Cézanne o escuchas a Mozart, olvidas lo que pasa en el exterior. Después sales a la vida verdadera y todo sigue siendo terrible; pero por lo menos durante dos horas te has sentido bien. Y esto ayuda un poco, como un vaso de agua fresca… Cuando era niño escapaba de la realidad a un lado de la cámara. En mi vida adulta me he escapado detrás de la cámara".

De esto trata, exactamente, esta película; de la huida de la realidad y el refugio en el arte y el cine. La realidad es la hipocondría, un escritor descontento ante los éxitos vacíos de su carrera literaria y el hartazgo de su novia pija, sus millonarios padres ultraconservadores y su amigo pedante. La huida tiene los rostros de Marion Cotillard y Léa Seydoux; los nombres de Scott Fitzgerald, Cole Porter, Buñuel, Hemingway, Gertrude Stein, Picasso, Lautrec, Rodin, Gaugin… Y sobre todo el de París, protagonista absoluto e idealizado de esta película que, a su vez, es el medio a través del que Allen burla a la realidad.

Se trata de una propuesta llena de trampas inteligentes. Pretende ser un canto al presente y una caricatura de la nostalgia -"un fantasma seductor que no lleva a ninguna parte", según Allen- que mitifica el pasado; pero que en realidad es una negación del presente y un nostálgico canto al París de entre 1900 y 1930. No se cita en el filme ningún nombre ni aparece ninguna calle parisina que tengan menos de 90 años.

Película de juegos mágicos que no desvelaremos, heredera de La rosa púrpura del Cairo, su mayor logro es convertir la trampa en magia y engañarnos seduciéndonos. Estamos ante un Allen tan seguro de sí mismo que se permite todas las libertades sin tomarse el trabajo de explicar nada; y tan maduro que narra con la serenidad, la fluidez y la elegancia de quien no tiene que demostrar nada.

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