La "islita verde" de Juan Ramón

La Fundación José Manuel Lara edita para Planeta 'Isla destinada', con textos del Nobel sobre Puerto Rico Prosas líricas, autobiográficas, críticas y satíricas dibujan su visión de este destino

1. Última foto del poeta en activo, cuando fue visitado por un grupo de niños de un colegio. Le regalaron un burrito. 2. Mapa de la isla realizado en su infancia. 3. El escritor, en la vivienda que compartía con el doctor García Madrid. 4. Juan Ramón Jiménez con niños en un centro escolar. 5. Con Pau Casals y Jaime Benítez. 6. El escritor y Zenobia en 1936, a su llegada a Puerto Rico para ofrecer conferencias a mujeres.
Elena Llompart

15 de mayo 2016 - 05:00

Aunque pase desapercibido, en la Casa-Museo Zenobia-Juan Ramón Jiménez, en Moguer, hay un dibujo premonitorio. Lo hizo el poeta en la escuela cuando aún era un niño: un mapa de Puerto Rico, entonces colonia española. Aunque el Nobel no lo recordara, su familia lo guardó y ahora, a color, ilustra la portada de Isla Destinada, una edición no venal realizada por la Fundación José Manuel Lara para el Grupo Planeta, con motivo de la celebración del VII Congreso Internacional de la Lengua Española en San Juan de Puerto Rico entre el 15 y el 18 del pasado marzo.

"Yo sé que estoy unido a un destino de Puerto Rico, a un destino ineludible y verdadero. Yo he venido aquí sin duda porque presiento que esta isla es la isla destinada", escribió el poeta más de 60 años después de aprender en la escuela que Puerto Rico todavía era una colonia española. Aún no podía saber que allí pasaría los últimos siete años de su vida. Pero el moguereño sintió el vínculo con la "islita verde", como se referiría más tarde a Puerto Rico, ya en su adolescencia, cuando se enamoró de Rosalina, hija del puertorriqueño Salvador Brau.

Entonces Juan Ramón tenía 15 años y estudiaba en Sevilla, donde el periodista, poeta e historiador pasó casi un año inmerso en el Archivo de Indias. Lo cuenta en el prólogo del libro la responsable de la edición, Soledad González Ródenas, que también apunta al origen puertorriqueño de la familia materna de Zenobia Camprubí.

Junto a ella llegó el poeta a San Juan por vez primera el 29 de septiembre de 1936, en plena Guerra Civil española, y estuvo un par de meses. Veintiséis años después regresarían para quedarse hasta el final de sus días. Según explica González Ródenas, Isla destinada recoge estrictamente todos los textos en los que el escritor expresa su relación con Puerto Rico ordenados cronológicamente. Algunos ya figuraban en Isla de la Simpatía y De Ríos que se van, libro de poemas dedicado a Zenobia.

La primera estancia se plasma en Isla destinada bajo el título Descubrimiento, 1936. Este apartado incluye las prosas líricas redactadas entonces, las que le inspiró el viaje hacia Cuba (conjunto que tituló Trópico jeneral), los textos que escribió con motivo de su visita a los niños ciegos de Ríos Piedras, el prólogo para Verso y prosa para niños, la presentación que realizó en la Fiesta por la poesía y el niño de Puerto Rico y las reflexiones escritas entre 1941 y 1943 en las que menciona la isla y abunda sobre algunas vivencias.

La segunda estancia queda recopilada en el epígrafe titulado Segundo viaje 1951-1953, que arranca con el Prólogo muy particular compuesto para Isla de Simpatía, documentos autobiográficos, reflexiones líricas, textos en los que plantea cuestiones de carácter sociolingüístico que afectan a la isla y se mantienen agrupadas las series Intermedio jocoso (hasta ahora sólo se habían publicado en esta serie los textos Nombres, preposiciones y títulos y Gallinas y gallos, de modo que ahora se añaden La Empleomanía y otras repompolinancias descuajaringantes, y Desde mi fosa común de Río Piedras, inédito que, aunque no tiene esta indicación, por su estilo y algunas de sus expresiones casa con el resto), así como Imajinaciones puertorriqueñas.

González agrupa en un apéndice, además, borradores inéditos facilitados por los herederos del autor. No obstante, otros inéditos están integrados en el texto. "Según el estado en que los he encontrado figuran como borradores inéditos al final del libro y en el cuerpo, siendo estos últimos los que estaban prácticamente terminados, mecanografiados incluso", señala la autora de la edición.

González Ródenas, que realizó una edición anterior, Guerra de España, con textos que ya estaban incluidos en una pequeña parte, apunta que las impresiones del poeta sobre Puerto Rico son muy distintas en ambas estancias, por lo que la cronología de la edición da buena cuenta de cómo cambiaron sus percepciones sobre la isla caribeña a lo largo de su vida.

"El propio Juan Ramón indica, sobre todo en los últimos años de su vida, las fechas en las que compone los textos, y también se puede conocer la fecha por el estado de los textos. Porque fue cambiando de caligrafía a lo largo de su vida y se nota mucho qué es lo que escribe al final por el tipo de letra, especialmente dificultosa", señala la profesora de Lengua y Literatura Castellana en el Institut Narcís Oller de Valls (Tarragona). En este sentido, la complejidad de la edición ha estado en "entender lo que pone, ya que no escribía jamás apoyado en una mesa, sino con un soporte cruzado en las piernas y, además, con el paso del tiempo se amarillean los folios, y la caligrafía suya de por sí es complicada y en los últimos años de su vida más".

Otra aportación que hace esta edición, a juicio de su autora, es que se han "corregido muchas de las transcripciones que hasta ahora se habían hecho mal porque no se veían bien los textos". Así, la digitalización ha ayudado a precisar mejor, al poderse agrandar y editar el papel. Hasta hace muy pocos años se trabajaba con fotocopias en blanco y negro.

La primera impresión que Puerto Rico causó a Juan Ramón fue de sorpresa y positiva, sobre todo cuando fue a San Juan, a la capital de la isla, que le recordó a Cádiz. Soledad explica que le impactó la naturaleza, el color del cielo y del mar y el ambiente caribeño, aunque cuando llevaba allí unos días le molesta "por su excesiva exuberancia y dice que con España ya tenía bastante". Y es que, al mismo tiempo, sentía una enorme añoranza de su tierra: "Acababa de salir, había una guerra civil, estaba preocupadísimo y no sabía si podrían volver". El matrimonio atravesaba entonces una situación muy precaria en todos los sentidos y la isla por un lado le dio sorpresa y por otro agobio, ya que sentía que en ese clima no podría vivir".

Muy distinta sería la segunda visita. Llegó muy enfermo desde su exilio en Washington. El dolor por la patria perdida y la añoranza de su lengua española lo sumieron en una profunda depresión. "Para él la isla fue entonces como un bálsamo. Empezó de nuevo a hablar con los amigos que había conocido antes y entonces, cuando ya tenía otra calma, y cuando pensaba que ya no estaba allí de paso, sino que se iba a tener que quedar, se lo tomó con más resignación y empezó a disfrutar de la isla y del paisaje. Sin angustia existencial, porque pensaba que Puerto Rico sería el lugar en el que se iba a quedar, donde iba a morir", señala Soledad.

Según valora Carmen Hernández-Pinzón, representante de la Comunidad de Herederos del poeta, la vinculación de Juan Ramón con Puerto Rico es la mayor que haya podido tener ningún poeta exiliado allí, siendo el único en dedicar un libro exclusivamente a Puerto Rico. Los lazos académicos eran tan fuertes que fue el rector de la Universidad de Puerto Rico, Jaime Benítez, quien recogió en 1956 el Nobel en Estocolmo en nombre del poeta, tres días después de fallecer Zenobia.

La sobrina nieta del poeta señala que la isla tuvo "un efecto resucitatorio" para él. Necesitaba volver a España y Zenobia, al ver que Juan Ramón se estaba muriendo de pena y de nostalgia, pensó que Puerto Rico era el destino más idóneo "porque era lo más parecido a nuestra tierra". Y eso tuvo un efecto incuestionable en el poeta, que escribió Isla de la simpatía, De Ríos que se van y volvió a su actividad, dio clases en la universidad, ayudó a revistas literarias, las dirigía, colaboraba. Luego ya ocurrió lo de Zenobia y él se volvió a hundir en el pozo porque ella era su todo. Así, Puerto Rico es presentado como un destino inmanente que dio a Juan Ramón Jiménez la oportunidad de renacer, de volver a tener la ilusión del niño que fue, que recupera la luz perdida (él aventuraba que ya para siempre) de Moguer. Es "la nueva luz", "la isla destinada", "la infancia última", "la parada permanente" y, cómo no, "la isla de la simpatía".

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