Jorge Fernández Díaz: “Hemos menospreciado la educación que nos daban los melodramas”

El periodista y narrador argentino recuerda a su padre, inmigrante asturiano, en ‘El secreto de Marcial’, la novela que ganó el Premio Nadal y un relato en el que el cine y la vida se entrecruzan.

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El escritor Jorge Fernández Díaz visitó España para promocionar ‘El secreto de Marcial’.
El escritor Jorge Fernández Díaz visitó España para promocionar ‘El secreto de Marcial’. / Mariscal / Efe
Braulio Ortiz

21 de marzo 2025 - 07:01

Tal vez para que se confiaran las cosas que nunca se dijeron, o para aplacar la añoranza y el dolor de la orfandad, el argentino Jorge Fernández Díaz quería evocar a su padre con la escritura, pero no terminaba de vislumbrar cómo sería el proyecto. “El momento en que empezó a formarse el libro, y comprendí que tenía que hacerlo desde la novela y no desde el periodismo, fue cuando pensé que lo que me unía a él era ese televisor en blanco y negro de la infancia”, asegura el autor, celebrado por la saga policial protagonizada por el agente Remil y que ya había retratado a su familia en la novela Mamá. “Mi padre, inmigrante asturiano y camarero, había sido poco instruido, no conocía el mundo, y estaba aprendiendo al mismo tiempo que yo de alguna manera, aunque él fuera un adulto y yo fuera un niño. Esas películas que veíamos los sábados nos enseñaban”. Por eso El secreto de Marcial, el retrato del padre con el que Fernández Díaz ha conquistado el Premio Nadal, desprende el encanto y la emoción del cine clásico. “Cuando volví a ver esas películas, estuve recordando cómo me sentía yo de niño, de adolescente, las pocas cosas que decía mi padre, y pensé que habíamos menospreciado esa educación sentimental, el modo en que nos moldeó la cabeza el melodrama de aquellos tiempos. Aquello nos formó más que el colegio. Tengo amigas que no han podido sustraerse de la idea de vivir un amor imposible. No hay nada más tóxico que una relación así, pero ¿quién se resiste a ser la heroína de una pasión arrebatada?”.

Pregunta.–Usted más bien, ya de joven, quiso vivir en una película de cine negro.

Respuesta.–Yo quería ser una especie de detective, sí. Hago diez años de reporterismo de sucesos en Buenos Aires y la Patagonia, y la realidad no es tan idílica como en las películas: te amenazan los narcos, te metes en problemas... A mí se me formó una coraza. Es duro decirlo cuando puede haber muertos en la escena del crimen, pero para mí todo eso era divertido. Yo vivía en una historia de Sam Spade o de Philip Marlowe, no hacía otra cosa que leer policiales. Me sentía parte de eso, yo jugaba a esa película. Pero mi padre me señaló oblicuamente El gran carnaval (Billy Wilder, 1951), que le había impactado porque estaba acostumbrado a que Kirk Douglas fuera el bueno y ahí interpretaba a un hombre sin escrúpulos, capaz de cualquier cosa por el periodismo. No quería que yo me convirtiera en eso.

P.–Porque su padre se comunicaba con usted mediante referencias a películas, no le abría su corazón directamente...

R.–Sí, toda situación encontraba su paralelismo en el cine. Cuando yo tenía 20 años, quería vivir el melodrama de la guerra y apuntarme a las Malvinas, donde murieron muchos compañeros de generación, algunos en tierra y después algunos suicidándose. A esa edad era un nacionalista imbécil y mi padre me citó en un café, y me preguntó si me acordaba de esa película en la que los personajes regresaban de la guerra, y uno de ellos volvía sin brazos y con unos ganchos en vez de manos. Se refería a Los mejores años de nuestra vida (William Wyler, 1946). Él no podía decirme cara a cara que no fuera, que la guerra tenía consecuencias. Ese asturiano sin instrucción encontró en el cine su modo de comunicarse.

Los inmigrantes españoles en Argentina iban a la tierra prometida y lo que se encontraron fue un país difícil”

P.–Su padre puede verse, tal vez, como una víctima de esa vieja educación que no capacitaba al hombre para expresar sus emociones.

R.–Él no fue como ese padre ejemplar al que interpretaba Gregory Peck en Matar a un ruiseñor, un personaje que a mi madre le encantaba. Mi padre siempre resultó enigmático, siempre estuvo fuera de mi radar. Yo ya no soy así, pero me dicen que ahora sigue habiendo padres a los que les cuesta transmitir las emociones a sus hijos. En nuestro caso la relación se complicó porque él no entendía que yo quisiera ser escritor, para él esa vocación era sinónimo de miseria. Habló con mi hermana, con mi madre, porque un inmigrante que había trabajado tanto quería un hijo que pudiese mantenerse a sí mismo. Me dio por perdido y se distanció porque no me quería ver chocar. Algo de razón tenía, porque nunca se ha podido comer de la literatura.

P.–El periodismo le permitió escribir y cobrar por ello...

R.–Yo tengo 64 años, y aquel periodismo era una bohemia, nadie se hacía rico ni famoso, cuando yo empecé. Pero en las redacciones había profesionales maravillosos: podían cubrir un asesinato y hablar con el criminal por la mañana, y al mediodía, mientras almorzaban contigo, te explicaban la Divina Comedia. Eran borrachos, eruditos, capaces de mentir y sobornar por una noticia, pero conocer a esos hombres fue toda una escuela de vida.

Yo no soy así, pero me dicen que sigue habiendo muchos padres que no saben expresar sus emociones”

P.El secreto de Marcial es un homenaje a los inmigrantes españoles que cruzaron el océano, “gente humilde que había salido adelante con esfuerzos homéricos, y que luego tuvo que atravesar las ocho plagas argentinas”.

R.–Fueron a la tierra prometida y acabaron en un pantano de aguas peligrosas, de arenas movedizas. En los años 30 y 40 Argentina era próspera y tenía lógica irse allá a hacer las Américas. No ocurrió como en EE UU, que siguió creciendo; desde 1974 más o menos nosotros venimos cayendo de manera abismal, lo hemos hecho todo mal. Los asturianos, gallegos, vascos que fueron allá, se encontraron cuando empezaron a levantar la cabeza con la inflación, las depresiones, las dictaduras, la guerra de Malvinas, la inseguridad ciudadana. Se volvió un país muy difícil, y muchos de esos inmigrantes han visto cómo sus hijos emigraban a otro sitio, por la misma razón por la que ellos dejaron sus raíces. Un drama terrible.

P.–Recurre a las leyendas de Asturias y al güercu, una suerte de doble de alguien que según la creencia popular se aparece para presagiar su muerte.

R.–No sé si esa figura se conoce en toda Asturias, pero mi madre siempre hablaba de eso, y lo mezclaba con las cintas de terror sobrenatural que veíamos. Esa mezcla estuvo siempre, con las referencias de la inmigración y las de las películas se armó nuestra vida. Yo en realidad me inventé todo esto para hablar un rato más con mi padre.

P.–Ese es el poder de la literatura: nos reúne con los que se fueron.

R.–Sí, en este caso con un muerto querido con el que me habría gustado pasar más tiempo.

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