Del juego político como farsa

La nueva editorial El Paseo recupera 'Noticias biográficas acerca del Excmo. Sr. Marqués del Mantillo' Su autor, Silverio Lanza, fue admirado por Baroja, Gómez de la Serna y Max Aub

Dibujo de Eduardo Sanz Hermúa que ilustra la portada del libro.
Dibujo de Eduardo Sanz Hermúa que ilustra la portada del libro.
Braulio Ortiz

27 de junio 2016 - 05:00

"Luchando heroicamente con mi pobreza, logré de ésta algunas pesetas con que costear la publicación de Cuentecitos sin importancia. El éxito ha sido superior a mis esperanzas. En ocho meses he vendido ocho ejemplares". La afirmación con la que Juan Bautista Amorós (Madrid, 1856 - Getafe, 1912) abre Noticias biográficas acerca del Excmo. Sr. Marqués del Mantillo, libro en el que consta como editor pero que realmente escribió tras el heterónimo de Silverio Lanza, revela ya a un autor con la saludable voluntad de divertirse. La audaz, extravagante, sátira que sigue, un retrato de la farsa en la que se acaba convirtiendo el juego político pero también de la mezquindad y el arribismo del ser humano, confirmará esa impresión inicial: Amorós es, no cabe duda, un provocador originalísimo y malévolo. El Paseo, el nuevo sello del editor David González Romero, que junto a este lanzamiento inicia su andadura con la publicación de Historias mágicas de Oz de L. Frank Baum y Un hombre-lobo en El Rocío, de Julio Rancio Muñoz Gijón, recupera a este narrador que, como dijo Pere Gimferrer, no pudo contar con mejores valedores pese a la triste, inexistente, repercusión que tuvo su obra: Baroja, Azorín, Gómez de la Serna y Max Aub manifestaron su admiración por él.

Silverio Lanza había irrumpido en el panorama literario español en 1883, con los relatos de El año triste y una novela que ya suponía un desafío para el momento, Mala cuna y mala fosa. Ni estas Noticias biográficas..., que vieron la luz en 1889, ni proyectos posteriores como los cuentos Ni en la vida ni en la muerte (1890) o la compleja ficción Artuña (1894), algunos de los títulos de una producción ciertamente prolífica, lograrían salvar del fracaso a un creador que ya en su tiempo fue definido como "leído por los literatos, no por todos, sin llegar al público". La escasa resonancia que encontró su trabajo fue quizás el precio que pagó por el atrevimiento y la libertad con la que concibió sus propuestas, en las que invocaba a un receptor inteligente que quisiera participar del reto que brindaba. "Yo procuro que mis libros aburran desde su tercera página a los lectores tontos, y así ellos y yo nos desengañamos mutuamente", apuntó Lanza en su prefacio a la semblanza del Marqués del Mantillo. Una semblanza en la que su artífice espera que el público saque sus propias conclusiones. Tal vez Nicasio Álvarez no posea sino la calaña moral de una rata, pero no es educado que su biógrafo subraye esta circunstancia: "Chaudrín decía a un posadero: Yo no te negaré que esto sea liebre, pero tú no me negarás que la cazaste en el desván. Esto es lo importante: lo demás se deduce (...) No ataco a Nicasio Álvarez ni a la sociedad en que vivió. Refiero. Lo demás se deduce".

Ambientada en una geografía alegórica, aunque Lanza arroja sus dardos a los vicios y costumbres de la política española, la obra parece situarse en un marco comprendido entre la revolución de septiembre de 1868 y la Restauración borbónica de 1874, un tiempo confuso en el que se mueve un protagonista de procedencia enigmática y sobrada astucia, que al inicio del relato se presenta como "un socialista vulgar (...), un holgazán que no quiso aplicar su imaginación y su inteligencia al estudio y desempeño de una profesión" pero que tomará en su carrera política un giro hacia los planteamientos más reaccionarios, entregándose "a la represión más ciega y arbitraria". Como se resume de él en el capítulo La revolución, lo que hizo Álvarez fue "primero ser un socialista híbrido; después arruinar la monarquía de Salvio V, produciendo diariamente en la oposición una crisis y un motín, y en el poder llegando a conservador y a reaccionario. Negar hoy lo que afirmó ayer. Hablar siempre con oratoria de club y con ademanes convulsivos". Hoy, casi 130 años después de la redacción de este libro, tras una campaña electoral en la que los candidatos no siempre lograron hilvanar un discurso coherente, resultan de una asombrosa vigencia las dislocadas e inconsistentes soflamas con que el político ideado por Lanza responde a las cuestiones que le hacen, como cuando le dan a elegir entre la monarquía o la libertad. "Cuando me duele el corazón, preferiría que me doliese el estómago, pero en ningún caso optaría por perderme una entraña. Lo que quiero es vivir. Vivir sano si es posible, y vivir enfermo si soy útil. Todo menos la muerte".

Lanza no sólo se anticipó en la denuncia de las flaquezas de nuestro sistema político, también en los recursos narrativos que adoptó, que hoy se revelan de una sorprendente modernidad. El autor dinamita las convenciones del formato novelístico y conforma un puzle compuesto por fragmentos de sesiones parlamentarias, intervenciones del protagonista -"varios trozos de sus discursos socialistas, que mezclo para dar unidad al conjunto y hacerlo más agradable", anuncia Lanza- e incluso una carta al Papa en la que Nicasio Álvarez expone una suerte de ideario, un conjunto en el que a menudo no es fácil distinguir la voz de quien está hablando y que supone una "anticipación totalmente abrupta del falso documental literario e incluye algunas características de la metaficción", señala el editor David González Romero en su prólogo. "No hay que acabar con lo existente, pero hay que modificarlo todo", aseguró Álvarez en uno de sus parlamentos, y en cierto modo eso hizo Amorós desde la literatura: renunciar a los cánones establecidos, conmocionar al lector desde una perspectiva tan lúcida como desafiante.

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