La memoria de un viejo teatro

El antiguo Cine Góngora, que se reabre la próxima semana, es uno de los espacios culturales de Córdoba que guarda más recuerdos e historias

José Antonio Figuerola, delante del Teatro Góngora.
José Antonio Figuerola, delante del Teatro Góngora.

De la exótica aventura que Marlene Dietrich vivía en la película El expreso de Shanghai a los acordes que la Orquesta de Córdoba interpretará el próximo jueves en la reapertura del Teatro Góngora habrán pasado 79 años. Casi ocho décadas de luces y sombras de un espacio escénico que en sus inicios fue uno de los más importantes de España.

Por sus tablas pasaron Adolfo Marsillach, Silvia Marsó, Vicente Parra o Paco Morán, entre otros, y ya en la gran pantalla el público pudo disfrutar del desparpajo de Vivien Leigh en el papel de Escarlata O'Hara en Lo que el viento se llevó, la actitud crítica de Charlot en El gran dictador o la historia de lucha por la libertad de La cabaña del Tío Tom.

Pero la comedia, el drama, la tragedia y la música volverán a partir de esta semana al Teatro Góngora, un edificio que guarda parte de la historia de la ciudad, del que todo cordobés de 30 años en adelante guarda un recuerdo y que ha permanecido cerrado desde 1997.

Fue construido entre 1929 y 1932 sobre el solar del antiguo convento de Jesús y María y diseñado por el afamado arquitecto Luis Gutiérrez Soto (Madrid, 1890-1977), que lo concibió bajo las influencias del racionalismo arquitectónico. En él consiguió mezclar una apariencia mediterránea en su fachada, con pérgolas y arcos de medio punto, con un interior modernista y sobrio.

El 24 de septiembre de 1932 se inauguró el entonces llamado Cine Góngora con la proyección de la película El expreso de Shanghai, la "grandiosa superproducción Paramount" interpretada "por la estrella de fama mundial" Marlene Dietrich, como rezaba en el cartel anunciador de este "salón de espectáculos". Por aquel entonces la empresa gestora era la Sociedad Anónima General de Espectáculos (SAGE) y el precio de un asiento en el patio de butacas era de 2,50 pesetas.

El Góngora fue durante décadas un lugar de encuentro, aunque sólo la burguesía podía acceder a él por los altos precios de las entradas. A finales de los años 50 la butaca costaba 18 pesetas, un precio que sólo algunos, "los señoritos, los pudientes", podían pagar por divertirse en una España franquista cuya economía se encontraba en estado crítico y que estaba a la espera de la llegada del desarrollismo gracias al Plan de Estabilización de 1959. Así lo recuerda José Antonio Figuerola, jefe técnico del Cine Góngora entre 1973 y 1986, cuando lo gestionaba la empresa Sánchez Ramade.

No sólo el cine y el teatro ocuparon el Góngora a lo largo de sus 65 años de apertura (1932-1997). También fue escenario de sonados mítines, como el que ofreció José María Gil Robles el 12 de enero de 1936, según recogió Matilde Cabello en la sección El calendario de Córdoba, publicada en El Día en enero de 2007. El presidente de Acción Popular y figura principal de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) hizo un tour por los teatros cordobeses (Gran Teatro, Duque de Rivas, Góngora y Alcázar), a los que acudieron más de 10.000 personas.

Figuerola recuerda que también Manuel Fraga pasó por el escenario del Góngora durante la Transición como líder de Alianza Popular.

En sus inicios la mayor actividad de este equipamiento se centraba en las proyecciones cinematográficas y más tarde se intensificó la actividad teatral, sobre todo "con motivo de las ferias de septiembre y mayo", apunta Figuerola. "Las mejores películas se estrenaron allí" y se pudieron visionar tanto en invierno como en verano, cuando la azotea del edificio se convertía en una sala de proyecciones al aire libre con un ambiente más que elitista: las tradicionales sillas de enea de otros cines aquí se sustituían por cómodas butacas o hamacas. Además la empresa Ramos, otra de las gestoras de este equipamiento, instaló paneles de trillaje sobre los que treparon jazmines y damas de noche para evitar las luces publicitarias de los edificios de Las Tendillas.

Otro de los rincones que trae a la memoria Figuerola es una sala de pruebas situada en la parte superior del edificio y que desde los años 70 se utilizó para visionar las películas "que se podían o no echar en el cine Séneca y el Osio, que eran del Obispado".

José Antonio Figuerola desarrolló su trabajo en el Góngora en plena Transición democrática, una etapa que se notó en este "salón de espectáculos" por los aires de libertad que empezaban a asomar tanto en los filmes como en las obras teatrales que llegaban. Como apunta el ex jefe técnico, quizás lo más significativo fue el estreno en 1976 de El gran dictador, de Charles Chaplin, "que estuvo mucho tiempo en cartel y con gran éxito de público". La película en la que el cómico estadounidense realiza una sátira del fascismo y en particular de Hitler y su nacionalsocialismo, realizada en 1940, estuvo censurada en España hasta 1975.

Otros de los espectáculos que pasaron por el Góngora en los años en los que Figuerola desarrolló allí su trabajo fueron el musical El diluvio que viene -"uno de los espectáculos más impresionantes que se hicieron en este espacio", manifiesta-, El Tartufo adaptado por Marsillach, Juicio al padre, de Kafka; El salto de cama, con Paco Morán y Marisol Ayuso; Los peces rojos, con Jesús Puente; o la adaptación de Equus.

Las obras de Antonio Gala tuvieron un lugar privilegiado en el Cine Góngora, donde llegaron Las cítaras colgadas de los árboles, con Vicente Parra y Olga Peyró; Petra Regalada o Anillos para una dama, con la que se celebró el 50 aniversario del teatro.

Los chicos de la banda, Enseñar a un sinvergüenza, Alicia en el País de la Maravillas, con María Luisa Merlo y Rafaela Aparicio; la compañía de revista de Juanito Navarro, el guitarrista clásico Narciso Yepes, o Lola Herrera con Cinco horas con Mario también pasaron por este escenario, al que también llegaron las zarzuelas La revoltosa, Un manojo de rosas y La rosa del azafrán.

"El problema del Góngora era que no podía acoger espectáculos grandes" y cada vez que se programaba uno "costaba una eternidad montarlo", como pasó con El diluvio que viene. "Era un teatro muy bien preparado, con muy buena visión en el entresuelo" y con cada espectáculo "se conseguía llenar la sala", manifiesta Figuerola.

El Cine Góngora se cerró en 1997 tras una inspección técnica en la que se detectó deficiencias que afectaban a la instalación eléctrica, al sistema de calefacción y refrigeración, a la protección contra incendios y a las condiciones de evacuación del local. Tras unos años abandonado, el Ayuntamiento lo adquirió y le encomendó su restauración a Rafael de la Hoz, que ha tratado de preservar al máximo el original, como los colores de la fachada o de las paredes interiores. El principal cambio que ha introducido es la transformación de la azotea que se usaba como cine de verano por un espacio cerrado, una sala polivalente pensada especialmente para montajes de teatro contemporáneo.

La sala principal "se ha quedado exactamente igual que cuando se hizo la reforma que yo conocí en 1983", expone Figuerola, que cree que se ha hecho "un gran trabajo sobre todo en la azotea".

Ahora queda llenar el Góngora de programación de calidad para conseguir que recobre la importancia y significado que tuvo en otra época, cuando fue uno de los espacios escénicos más destacados de España, y despertar así la memoria dormida de este viejo teatro.

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