103 minutos de genio cinematográfico

El vaquero Woody, uno de los protagonistas de la historia.
Carlos Colón

23 de julio 2010 - 05:00

Animación, EEUU, 2010, 103 minutos. Dirección: Lee Unkrich. Guión: Michael Arndt. Música: Randy Newman. Con las voces originales de: Tom Hanks, Tim Allen, Joan Cusack, Michael Keaton, Ned Beatty. Alkázar, Arcángel, Guadalquivir, El Tablero, Artesiete-Lucena.

El 22 de noviembre de 1995 el arte de la animación norteamericana vivió la quinta fecha más importante de su historia. La primera y la segunda fueron el 18 de noviembre de 1928 y el 21 de diciembre de 1937, fechas de los estrenos de Steamboat Willie -primer corto sonoro en color- y Blancanieves y los siete enanitos -primer largometraje animado y en color-, ambas de Disney. La tercera fue 1934, cuando Leon Schlesinger fundó en Sunset Boulevard su estudio de dibujos animados dependiente de Warner Bros., conocido como Termit Terrace, en el que reunió los excepcionales talentos de Fritz Freleng, Frank Tashlin, Tex Avery y el compositor Carl Stalling. La cuarta fue el 30 de septiembre de 1960, cuando el nuevo medio televisivo fue conquistado por Los Picapiedra de W. Hanna y J. Barbera, conociendo tal éxito que del horario infantil pasó al prime time. Y la quinta fue ese 22 de noviembre de 1995 en que los estudios Pixar estrenaron el primer largometraje totalmente animado por ordenador, Toy Story.

La unión de maestría técnica, inspiración creativa y talento para los guiones ha convertido a Pixar en estos 15 años en un coloso que atesora 24 nominaciones y siete premios Oscar, siete nominaciones y tres Globos de Oro y tres Emmy; en una máquina de hacer dinero tan productiva que se fusionó con Disney a través de un canje de acciones por valor de 7.400 millones de dólares y ostenta el récord de haber colocado el estreno de sus 11 películas en el primer lugar de recaudación: sólo en su primer fin de semana en Estados Unidos Toy Story 3 produjo 109 millones de dólares; y sobre todo -porque lo anterior es consecuencia de ello- la ha convertido en un taller creativo que alcanza la genialidad en la mayor parte de sus producciones, caso de las dos primeras Toy Story, Monsters Inc., Los increíbles, Wall-E o Up. En el cine actual estadounidense Pixar se ha convertido en el símbolo máximo de la unión entre creatividad y rentabilidad que hizo la gloria de los estudios de Hollywood.

Toy Story 3 sigue la milagrosa estela de sus inmediatas antecesoras Wall-E y Up, formando una trilogía sencillamente perfecta. El guión es una pieza maestra que maneja con habilidad motivos clásicos del cuento infantil -desde el drama del juguete desechado de El soldadito de plomo de Andersen al dolor por la pérdida de la propia infancia y la de los hijos del Peter Pan de Sir James Matthew Barrie- con elementos tomados de clásicos de la aventura como La gran evasión, del cine carcelario o de la moderna novelística de terror como It de Stephen King. Sin por ello renunciar, desde luego, a la creatividad de una historia divertida y emocionante, unos diálogos de gran comedia, unos nuevos personajes divertidísimos -el terrible Oso Amoroso y sus secuaces, el muñeco payaso amargado, el mono delator- y un desarrollo innovador de los ya conocidos, como la conversión de Buzz en un latin lover o el romance entre Barbie y Ken. La realización cinematográfica es tan perfecta que debería servir de ejemplo a los rutinarios directores pega-planos del actual cine comercial. La técnica, sobra decirlo, es, además de perfecta, innovadora.

La intensidad emocional lograda por las aventuras de los juguetes que ven con desesperación cómo su dueño se ha convertido en un joven que está a punto de entrar en la universidad -¿los guardará en recuerdo del cariño que les tuvo?, ¿los donará a una institución?, ¿los regalará a otros niños?, ¿los tirará a la basura?- alcanza cotas de grandísimo cine gracias a los talentos unidos del productor y animador John Lasseter (uno de los creadores de Pixar), el realizador Lee Unkrich (montador de Toy Story y realizador de Toy Story 2 o Buscando a Nemo) y el guionista Michael Arndt (autor de Pequeña Miss Sunshine). Unos talentos que logran producir, por ejemplo, un momento de extraordinaria emoción reviviendo el famoso efecto Kulechov (experimento de montaje que hacía expresar emociones diversas a un mismo plano de un rostro inexpresivo según los planos que le antecedieran y sucedieran) con un plano de Woody, convertido en un juguete inanimado de mirada fija e inexpresiva, convenientemente insertado entre dos planos de su dueño ahora convertido en un joven.

Porque lo formidable de estas películas es que logran, al final, tratar de emociones humanas -profundamente humanas- a través de muñecos que hacen olvidar que lo son sin dejar de asombrarnos y divertirnos por serlo. Al fin, como escribió Todorov, lo maravilloso, lo insólito o lo fantástico son diversas formas de expresar lo humano. No hace falta que se lo diga, como demuestran los datos de la taquilla internacional, pero no se la pierdan ni dejen que sus hijos, sobrinos o nietos lo hagan.

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