Celosía: red y frontera
Museo Arqueológico de Córdoba: Encuentro de culturas
La celosía es un objeto que cobra sentido en el contexto de ese momento prodigioso -el siglo X- en el que se produce la eclosión del arte islámico. Esa rigidez geométrica en el diseño es un aspecto muy querido de éste
El Museo como recurso de investigación. Excavando en los almacenes
El palacio de los Páez de Castillejo
La celosía es un fragmento de una red infinita. El contundente marco rectangular que la delimita solo es un límite físico, pero no contiene el desarrollo del diseño, que se fuga hábilmente por todos lados. Nuestra mirada no se detiene en los márgenes, resigue los caminos quebrados de los baquetones intentando encontrar el final de su recorrido. Y así, nos extraviamos por una maraña de arcos y líneas rectas, de ángulos, sombras y extraños huecos incompletos. Solo las estrellas centrales son formas serenas y reconocibles, como varios omphalós estáticos generados por el aparente caos de los entrecruzamientos.
Las geometrías de desarrollo infinito son muy abundantes y comunes en la decoración arquitectónica andalusí. La cumbre del virtuosismo en su concepción y trazado está en la Alhambra, pero los diseños hunden sus raíces en tiempos muy anteriores, en el al-Andalus del Califato omeya. La celosía es un objeto que cobra sentido en el contexto de ese momento prodigioso -el siglo X- en el que se produce la eclosión del arte islámico -por más que esta expresión y lo que significa no guste a todos- en la Península Ibérica. Esa rigidez geométrica en el diseño es un aspecto muy querido del arte islámico. La tendencia al estatismo es una opción estética que está en la médula de la cultura visual del mundo islámico medieval; la naturaleza es sometida a un proceso de mineralización y las estructuras de ese mundo mineral, quieto e ilimitado, emergen como lacerías y entrecruzamientos que llenan los edificios o se rescatan como fragmentos en una celosía de mármol.
No sabemos con certeza para qué edificio concreto fue labrada esta pieza. Lo más probable es que se hiciera para la gran Mezquita que los soberanos de la dinastía omeya estuvieron construyendo en Córdoba durante 200 años y que se ha ido transformando permanentemente hasta convertirse en un icono de la convivencia de las grandes religiones monoteístas. La celosía participa así de una cualidad simbólica a la que hacen referencia directa algunas obras contemporáneas como L’Araignée de Zoulikha Bouabdellah, una artista francesa de origen argelino en cuyas obras juega con la fusión y la dualidad cultural, los desequilibrios que generan y la capacidad de transcender fronteras. En esa obra en concreto, arcos de herradura, conopiales, mixtilíneos, lobulados..., labrados por musulmanes y cristianos, se entrecruzan y se cortan, proyectan sus sombras mezcladas y generan caprichosas formas. Paganismo, Islam y Cristianismo conviven en ella sin estorbarse y se integran en una estructura ordenada sin perder su individualidad. Los arcos de esta obra y los baquetones de la celosía son frases de un lenguaje común. Percibimos cómo se entrecruzan; y ese entrecruzamiento es también inagotable, como el diseño de la celosía.
La celosía es también una frontera permeable, concebida para cubrir un hueco, pero sin rellenarlo por completo; el aire, la luz, la rodean y la penetran, juegan con el mármol y lo curvan, lo quiebran, lo entrelazan. Esta cualidad ambigua permite poner en comunicación lo interior, privado, oscuro, con lo exterior, deslumbrante, público, social. La preeminencia de lo privado en el mundo islámico, observable en todos los ámbitos de la vida, se amortigua y se ablanda. El espacio interior privado se mezcla y dialoga con el exterior público. Entre ambos está la celosía, un hermoso objeto que a la vez muestra y oculta.
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