"La obligación de estar alerta no atañe sólo a los intelectuales"

El novelista granadino indaga en la figura de Ezra Pound, gran poeta del siglo XX, como posible agente doble en 'El espía', su última obra, publicada por Anagrama

Pablo Bujalance

22 de mayo 2011 - 05:00

Cada nueva novela de Justo Navarro (Granada, 1953), residente en Nerja desde hace décadas, es celebrada como un peldaño más en una de las trayectorias literarias más admirables, singulares e iluminadoras. Si el año pasado regresó a los cauces del verso con Mi vida social (Pre-Textos), ahora es El espía (Anagrama) la obra que lo consagra como maestro de la narrativa, género para el que ha escrito títulos emblemáticos como El alma del controlador aéreo, F. y Finalmusik. El protagonista es Ezra Pound, el gran poeta norteamericano que durante la Segunda Guerra Mundial apoyó sin reservas a Mussolini, llenó Europa de mensajes antisemitas y pudo haber actuado como agente doble: material suficiente para una deliciosa novela de aventuras.

-En El espía vuelve a darse una tónica muy presente en toda su obra: la referencia a una cierta alta literatura, personificada en este caso en Ezra Pound, a través de géneros populares como el policiaco. ¿Representa esta novela, en este sentido, la culminación de un proceso?

-Es cierto que El espía es un diálogo con la novela de aventuras y de evasión. También con la novela policiaca a través de la figura de Carlo Trenti, un autor de novelas de misterio que ya apareció en Finalmusik. Igualmente, hay un vínculo poderoso con las antiguas novelas de caballería en la traducción de un manuscrito encontrado, un recurso mítico que aparece en El Quijote, en La Celestina e incluso en los Evangelios. De manera que sí, ese diálogo existe, al igual que en otras novelas mías.

-¿Se decantó por Ezra Pound dadas las facilidades que ofrecía para mantener ese diálogo?

-No, mi decisión en cuanto a Ezra Pound se debe a mi estancia en Pisa. Yo viví en esta ciudad desde principios de junio de 2009 hasta diciembre de aquel mismo año, y descubrí que Pound había permanecido preso en Pisa exactamente durante ese periodo de tiempo, en 1945. Yo sabía que había sido detenido en Pisa, que fue juzgado después en Washington y que fue condenado a ingresar en un manicomio. Pero desconocía las circunstancias concretas que se dieron en la detención, los pasos que le llevaron a la jaula, así que emprendí una investigación que tuvo mucho de policiaca y también de filológica. Los filólogos son un poco policías.

-La lectura de su novela remite, por ejemplo, a La literatura nazi en América, de Roberto Bolaño. ¿Cree que existe una fascinación popular por las vidas erráticas y condenables de los escritores?

-Las cosas no son tan simples como cierta literatura popular nos quiere hacer creer. La gente no se divide entre buenos y malos. Lo extraño es que una persona como Pound no se diera cuenta de que su discurso antisemita tenía efectos asesinos. Se había perdido en un mundo de palabras sin darse cuenta de que esas palabras tienen consecuencias. Y resulta más extraño porque, según muchos testimonios, Pound era una buena persona, amable, con principios. La función de la literatura es esclarecer esa complejidad.

-¿Que no se diera cuenta le hizo menos culpable?

-De ningún modo. Al contrario. El problema moral es no darse cuenta. Tenemos la obligación moral de ser lúcidos. No serlo no es un justificante, sino un agravante de la responsabilidad.

-Pero, ¿comparte con Hannah Arendt la idea de que a no pocos intelectuales les cuesta identificar los totalitarismos precisamente porque su dedicación los mantiene alejados del mundo?

-Es que la obligación de estar alerta y de darse cuenta no corresponde únicamente a los intelectuales, es un deber moral y atañe a todos, sea cual sea su ocupación o su formación. La cuestión respecto a este problema es otra: que la realidad es anestesiante y la terminamos viendo con otros ojos, con una actitud menos vigilante. Pero insisto, no darse cuenta de la monstruosidad es un problema moral. No hay más que reparar en la actualidad y ver a toda la gente que se queda en paro, que pierde sus casas, que no puede hacer frente a lo que se le viene encima. Estamos acostumbrados ya a la explotación. Sin embargo, tampoco la costumbre nos exime de la responsabilidad.

-¿Ha cambiado su percepción de Ezra Pound después de haberlo convertido en personaje?

-La percepción que yo tenía de Pound era la de un gran poeta cuyo egoísmo le sumió en una gran confusión. Pero cuando descubrí en Pisa que pudo haber sido un espía doble, aquella imagen más bien plana se hizo mucho más dinámica.

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