Una obra maestra

Una obra maestra
Carlos Colón

02 de agosto 2009 - 05:00

Animación, 2009, EEUU. Dirección: Pete Docter, Bob Peterson. Guión: Bob Peterson. Música: Michael Giacchino. Productora: Pixar Animation Studios / Walt Disney Pictures. Cines: Multicines Alkázar, Multicines Arcángel, Guadalquivir (sala convencional y 3D), El Tablero (en sala convencional y 3D), Puente Genil y Artesiete-Lucena.

Que los diálogos no sean redundantes con respecto a las imágenes, utilizando (lo menos posible) los primeros como fuente de información sometida además a una síntesis radical (decir lo máximo con el mínimo de palabras); y las imágenes para crear emociones contemplativas estáticas (la impresión producida por un plano) o dinámicas (la impresión creada por la sucesión de planos significados por el montaje) en las que la narratividad del cine se ha hecho puramente visual: música para los ojos. Que el corte del montaje sea capaz de sustraer lo dramática o humanamente irrelevante para actuar como golpes miguelangelescos de cincel sobre el mármol, quitando lo superfluo para que emerja la forma en su plenitud (ese sentido del montaje al que el realizador Andrei Tarkovski llamó esculpir en el tiempo). Que unos pocos planos sean capaces, por alusión, de contar una historia compleja y de transmitir sentimientos profundos. Que la simplicidad sea una conquista de la inteligencia. Estos requisitos, que marcan la obra de algunos de los maestros del cine narrativo más puro -Ford, Ozu-, se dan cada vez con una intensidad más deslumbrante en las producciones de Pixar.

Up, tras la asombrosa Wall-E, es otro paso adelante que, en varios momentos de su arranque, alcanza la maestría de la síntesis emocional fordiana. Es imposible no evocar en dos momentos de Up la forma en que Ford pone en imágenes la muerte del bebé de John Wayne y Maureen O'Hara en Escrito bajo el sol o el fallecimiento de la anciana Maureen O'Hara en Cuna de héroes. Y no crean que exagero. Se sale de Up entusiasmado y emocionado, pero estas comparaciones no son fruto de ese entusiasmo o de esa emoción. También demuestran los realizadores esa capacidad cien por cien cinematográfica de contar una larga vida en unos pocos planos, en la tradición de la secuencia del desayuno de Ciudadano Kane. Nombrar a Ford, Ozu o Welles con relación a una película de animación no es desproporción. Otras veces he escrito aquí que la inteligencia del guión y la inteligencia y la pureza del lenguaje cinematográfico parecen haber hallado refugio en la animación. Estos ejercicios de Gran Cine abren la película como si se tratara de un homenaje al puro arte de suscitar emociones a través de las imágenes. Lo que le sigue renuncia, sin grave pérdida, a ese ejercicio de estilo para dirigirse también al público infantil deslizándose a los terrenos de la aventura fantástica.

Que Disney esté asociada a Pixar inserta esta película, y las anteriores producidas por esta división, en la historia del cine. Disney hizo historia con los primeros cortometrajes animados sonoros (Steamboat Willie, 1928, y las Sinfonías tontas desde 1929) y con el primer largometraje animado (Blancanieves y los siete enanitos, 1934-1937). 60 años más tarde Disney y Pixar volvieron a cambiar la historia del cine de animación con el primer largometraje totalmente animado por computadora (Toy Story, 1995), iniciando un camino de depuración y superación que a través de Bichos (1998), Toy Story 2 (1998), Monsters Inc. (2001), Buscando a Nemo (2003), Los increíbles (2004), Cars (2006), Ratatouille (2007), Wall-E (2008) y este Up ha ido alcanzando la perfección cómica, dramática y fílmica. Es, realmente, una historia asombrosa.

Amigos del riesgo, en Up abordan una historia de desamor, soledad y ancianidad -temas poco apropiados para las audiencias actuales y para la animación- tratada con una ternura que logra arrancar alguna lágrima en la primera parte; y con un sentido del humor en la segunda que hará la delicia de los niños. Hay ternura sin ternurismo, poetización sin cursilería, fantasía sin renuncia a lo humano. El personaje principal, el anciano vendedor de globos, parece construido sobre los tipos interpretados por Spencer Tracy y por el juez Priest de John Ford que encarnó Will Rogers. Gruñones de buen corazón y hombres que lo comprenden todo porque lo han vivido todo; pero inflexibles frente a los abusos y decididos, aunque parezca demasiado tarde, a dar su última batalla.

Tras la muerte de su mujer el anciano se empeña en cumplir el sueño de su querida compañera, lo que le empujará a un viaje fantástico que-como si Pixar hiciera un guiño a su compañía asociada- tiene ecos de los mejores momentos de Disney (especialmente del "si acaso quieres volar piensa en algo encantador como aquella Navidad en que viste al despertar juguetes de cristal"). La clave del vuelo no está aquí en los poderes de Peter Pan, sino en la fuerza de un amor que, si no montañas, al menos es capaz de mover casas. Soberbia, y esencial en una película tan sabiamente parca en diálogos, es la emotiva banda sonora de Michael Giacchino.

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