El poeta en excedencia
Un relato incluido en 'Escritores', la nueva obra de Gutiérrez Solís
HAY nombres -de poetas, seudocríticos, novelistas existenciales, conferenciantes todoterrenos, estudiosos del romanticismo más barroco, charlatanes varios y literatos multidisciplinares- que suelen ser frecuentes en los jurados de los premios literarios de cierto nivel -jurados remunerados con más de trescientos euros, seiscientos en algunos casos, muy contados los casos estos-. En poesía, los premios más importantes, cuentan entre sus jurados con nombres muy relevantes, que, tradicionalmente, han sido ganadores de esos premios tan importantes en anteriores ediciones. Nombres ilustres de poetas que son -o fueron- ilustres poetas -muchos de ellos en su primera juventud-. En narrativa, sin embargo, los premios más importantes cuentan entre sus jurados con nombres escasamente relevantes, que, tradicionalmente, no han sido ganadores de esos premios tan importantes en anteriores ediciones. Nombres menores -e irrelevantes- para proclamar a narradores ilustres -y acaudalados a partir de ganar algunos de estos premios, según.
Durante los últimos años corre el rumor de que un poeta retirado -en excedencia para ser más exacto-, tras ganar buena parte de los premios más prestigiosos del panorama poético nacional durante la primera y segunda juventud -ya han pasado unos años-, paga la hipoteca, y la pensión de su segunda mujer -la primera, afortunadamente para su economía, se casó con un notario de provincias-, siendo jurado en buena parte de los premios más prestigiosos -o no- del panorama poético nacional.
No sólo eso, cuentan que el poeta en excedencia es habilidoso con los tiempos, con las miradas y con las intenciones -a modo de tahúr literario- y consigue que ganen estos prestigiosos premios algunos de sus amigos o conocidos, algunos de los cuales le ofrecen una parte del dinero obtenido, a modo de gratificación o salario -o retribución monetaria, nunca en especie-, porque lo del poeta en excedencia hay que entenderlo como un auténtico trabajo -y el poeta en excedencia es un auténtico profesional en esta disciplina sin casilla en la Declaración de la Renta.
Según el tamaño del premio, tamaño que guarda directa relación con la cuantía que recibe el ganador, el poeta en excedencia despliega una u otra táctica. Tácticas que ha ideado y perfeccionado a lo largo de los años, y que le procuran unos altísimos porcentajes de éxito.
Experiencia no le falta.
El poeta en excedencia, tras ser nombrado miembro del jurado en cuestión -si no lo nombran difunde todo tipos de rumores en los foros y mentideros literarios-, solicita a los organizadores del premio -premios de tamaño medio- que le envíen todos los poemarios presentados -ya sean doscientos o más, no le importa: luego vende los tochos a un cartonero vecino del segundo derecha.
-Yo soy un profesional, y no me fío de los comités de lectura, que suelen dejarse llevar por las modas -suele argumentar a los organizadores.
Si le dejan, que alguna vez sucede, sobre todo en esos premios menores donde el poeta en excedencia se convierte en una especie de autoridad literaria -rodeado de profesores de instituto que se iniciaron en la Literatura con El Perfume y de concejales de cultura sin presupuesto municipal salvo para la ofrenda floral a la patrona de turno-, acompaña el libro del amigo -o del que le va a pagar- de cuatro o cinco poemarios patéticos, de ripios floridos y espantosos, con faltas de ortografía si es posible, incluso tachones -si es también posible.
En estos premios -menores- el poeta en excedencia disfruta de lo lindo, se vanagloria de su trayectoria, de sus conocidos, de anécdotas que todos ríen por simple educación -y que a casi nadie interesan-. Y, luego, en la comida, el poeta en excedencia elogia y piropea los monumentos y restos arqueológicos de la localidad -que nunca suelen faltar-, mientras se zampa todo lo que ponen por delante previo edulcorado halago a la cocina y caldos locales, así como a los organizadores por la iniciativa literaria -si esto lo hicieran en todos sitios España sería un país culto, suele decir.
-Pocas veces he comido como aquí -repite sonriente (y un poco borrachuzo), mientras reparte vino entre todos los comensales.
Después, en la despedida, al poeta en excedencia los organizadores del certamen, tras rellenar la factura por los servicios prestados, le regalan la edición especial de las crónicas de la localidad -la llaman edición especial porque contiene unos dibujos espantosos que ha pintado el primo del alcalde- y la antología completa de la gloría poética local -y que da nombre al concurso de marras, así como a una plazoleta muy fea con bancos de granito negro-, editada por la Diputación de turno.
El poeta en excedencia cobra el cheque en el primer banco que no le pide comisión y tira los libros regalados en la primera papelera que se encuentra. A continuación llama al poeta ganador y le recuerda lo pactado.
-Espero tu libro -le dice: es una especie de contraseña.
No siempre lo tiene tan fácil el poeta en excedencia. En los premios mayores, en los que sólo es uno más y sus anécdotas no interesan a nadie, no puede exigir que le envíen todos los poemarios y colar al del amigo o contratante como si tal cosa, y así se lo hace saber -previamente- a quienes requieren de sus servicios.
-Sólo te puedo ayudar si llegas a la final; eso lo tienes que lograr tú solo -le advirtió al poeta de Valladolid -pero afincado en Salamanca.
-De eso me encargo yo -dijo el poeta de Valladolid afincado en Salamanca.
-Yo te recomendaría un par de citas de Ángel González, y tal vez alguna de Rodríguez; a Montero ni lo nombres -le recomendó al poeta de Valladolid afincado en Salamanca tras conocer la composición del jurado en cuestión.
Por suerte no llegó a la final el poeta de Valladolid afincado en Salamanca. Ni empleando sus mejores y más recurrentes artimañas habría podido el poeta en excedencia conseguir el premio para el poeta de Valladolid afincado en Salamanca. Un poemario espantoso, mal ordenado, sin guiños a la postmodernidad, muy clásico, bien escrito -y qué-, mediocre en las citas -sin arriesgar-, demasiado sobrio en cualquier caso -y por encima de todo-. Un libro con esas características no puede ganar hoy un premio de cierto nivel y prestigio.
Si el libro en cuestión alcanza la final, entonces el poeta en excedencia despliega buena parte de sus habilidades, todas sólo en casos extremos y muy bien remunerados -que ciertos movimientos desgastan, y de qué manera-. En los cafés previos, porque siempre hay cafés previos, el poeta en excedencia rastrea en los otros jurados las posibilidades del defendido y ya comienza a tratar de derrocar un libro que pudiera ser favorito con la complicidad de otro jurado, si fuera posible. Por las citas y por el estilo empleado le basta al poeta en excedencia para descubrir el posible aliado. Esta primera fase se desarrolla en un ambiente distendido y jocoso -habitualmente-, donde aún caben las bromas y los guiños de complicidad.
Una vez sentados a la mesa, el poeta en excedencia sí plantea a las claras su poemario favorito -que jamás coincide con el que realmente desea que gane-, así como una posible alternativa, que coincide con el poemario pactado.
-Mi libro es este, no me cabe duda… si tuviera que contemplar otra posibilidad, que no lo tengo nada claro, creo que probablemente me decantaría por este otro… aunque sigo insistiendo que mi favorito es este por… -argumenta el poeta en excedencia.
La estrategia del poeta en excedencia consiste en tratar de mantener durante el mayor tiempo posible al poemario pactado en la zona templada de la discusión, ni excesivamente alabado ni excesivamente denostado. Por experiencia, mucha experiencia, el poeta en excedencia sabe que los jurados de los premios poéticos de postín sólo se ponen de acuerdo en los minutos vitales -o finales-, y que las personalidades, arrogancias, de los miembros del jurado son absolutamente fundamentales a la hora de escoger al ganador.
En este sentido, el poeta en excedencia -como su propio nombre indica- siempre cuenta con ventaja: los otros componentes del jurado nunca lo contemplan como un peligro, no representa ninguna corriente estética, no es un peso pesado -no es un contrincante que temer-. Por eso sí le interesa, y mucho, que el jurado cuente con dos o tres figuras de prestigio nacional, poetas célebres, porque en el momento de mayor tensión -a punto de escupirse los primeros insultos-, el poeta en excedencia se muestra más conciliador que nunca, expone su discurso formal y empalagoso -que tan buenos resultados le ha procurado-, y propone una salida pacífica, una salida consensuada por todos los miembros del jurado.
-Espero tu libro -siempre dice el poeta en excedencia al poeta ganador del certamen de turno cuando lo llama para comunicarle la buena nueva: es la señal.
-¿Y por qué ya haya ganado otro premio con este mismo libro no pasa nada? -le preguntó no hace mucho un poeta que había precisado de sus servicios.
-Esa pregunta me hace mucha gracia… -le respondió el poeta en excedencia.
-¿Por qué?
-Ponte guapo para la foto y me mandas un ejemplar dedicado cuando salga publicado el libro… Como dicta la tradición, varios días después, el poeta en excedencia abre el buzón y encuentra un pequeño librito de poemas -Alianza a cien-, que guarda entre sus páginas un cheque con la cifra acordada.
No hace tanto, apenas una semana, tras conseguir un nuevo premio para otro poeta -un chico joven con ojos de sapo y poética destartalada y de saldo-, el poeta en excedencia analizó en lo que se había convertido su vida. Un análisis habitual -y nada agradable-. Se preguntó por qué no volvía a ser un poeta en activo, por qué, conociendo todos los trucos y manejos, no escribía un buen libro, con las citas adecuadas, bien ordenado, seguro ganador en un premio de postín.
El pensamiento apenas duró un minuto. El poeta en excedencia buscó en la estantería de su pequeño estudio el último libro que publicó -ya han pasado doce años-, producto de ganar un premio de cierto nivel y prestigio. Volvió a leer las citas, dos o tres poemas, los agradecimientos.
La luz tal vez despertó a su tercera esposa, que le habló desde el dormitorio:
-¿Qué haces?
-Nada, mirando unos libros.
-No se te olvide dejarlo todo luego como estaba, que me he pasado el día ordenando la casa.
-No te preocupes, que no voy a cambiar nada de sitio.
El poeta en excedencia se enfundó su pijama celeste, se cepilló los dientes mientras escuchaba el programa deportivo de la radio, y se alegró de que el Manchester United hubiera ganado la Copa de Europa.
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