Un poeta permanente y arrebatado
El sello Bartleby ha reunido en dos volúmenes la poesía completa de Javier Egea, una empresa editorial que por fin hace justicia al gran poeta tan influyente como olvidado
En el prólogo al primer volumen de la Poesía completa de Javier Egea, Manuel Rico metió el dedo en una llaga aún sangrante, ¿cómo había sido posible ese silencio de años en torno a la obra del malogrado poeta granadino? A modo de ejemplo, Rico citaba el noveno volumen de la Historia y crítica de la literatura española dedicado a los autores que aparecieron o se consolidaron entre 1975 y 1990. En este período, Egea dio a la imprenta tres obras de enjundia: Paseo de los tristes (1982), Troppo mare (1984) y Raro de luna (1990), este último en una editorial de alcance nacional, y no obstante en el capítulo consagrado a la poesía en la susodicha Historia y crítica se citaban ampliamente a Luis García Montero y Álvaro Salvador, no así a él. El nombre de Javier Egea quedó reducido "a mera referencia bibliográfica" -señalaba Rico- en tanto firmante, junto a los dos últimos, del manifiesto La otra sentimentalidad.
Podría hablarse de olvido o quizás descuido; en este caso, sentenciaba Manuel Rico, "ha sido una injusticia literaria de proporciones incalculables que, además, habla de serias carencias en nuestro sistema crítico y académico, siempre condicionado por el peso de la actualidad reflejada en los medios de comunicación". Podría hablarse asimismo de ninguneo; Rico, que lo sospecha, se pregunta si hubo una "conspiración de silencio", y ciertos rumores afirman que así fue... Aquí y ahora, sin embargo, nos basta con lo que sabemos. Y lo que sabemos es que Egea no comulgaba con ese "haz el amor y no la guerra" de tantos bardos bienintencionados de hogaño; prefería un imperativo distinto -"haz el amor, haz la guerra"- que acabaron por convertirlo en un paria. No era pan al gusto de todos, sino hueso duro de roer, y a la larga esto se paga. A Egea difícilmente le habría ocurrido lo que le sucedió a García Montero en su día, que sus poemas fueran aplaudidos por alguien tan siniestro como José María Aznar. Egea militó en una oposición firme contra el sistema, coqueteando con los movimientos antifranquistas durante la dictadura y frecuentando, ya en democracia, los garitos contrarios al star-system oficial.
La "injusticia literaria de proporciones incalculables" que decía Rico se ha subsanado, tarde pero bien, con la edición de su poesía completa: dos espléndidos volúmenes a cargo de José Luis Alcántara y Juan Antonio Hernández García. El primero reúne toda la obra recogida previamente en libro -incluidos Los Sonetos del diente de oro, que aparecieron póstumamente-, un periplo admirable desde un radical compromiso poético a un no menos radical compromiso político (y poético). Egea empezó cultivando una poesía de regusto clásico, con una intensa (e inevitable) influencia de Federico García Lorca, para descubrir luego lo que la literatura tiene de "arma política", lo que tiene de "instrumento para la militancia", tal como escribió Jairo García Jaramillo en su fundamental La poesía de Javier Egea (Zumaya, 2011). Durante lo que llamaron Transición, en una Granada en fermento, él acometió una empresa temeraria, que lo condujo a una renovación continua, a "huir siempre de sí mismo y fundar territorios nuevos -afirma García Jaramillo en el citado ensayo-, en vez de reforzar los ya conquistados".
En Jairo García Jaramillo ha recaído precisamente la ardua tarea de prologar el segundo volumen de la Poesía completa, el dedicado a la obra dispersa e inédita; un volumen que confirma que Egea nunca dejó de escribir, que fue siempre aquel "poeta permanente y arrebatado" que dijera Rafael Alberti (Eso sí, seleccionó con sumo cuidado lo que iba dando a la luz). La variedad es la norma, pero no hablaría yo de "dispersión" en esta obra dispersa. Forzosamente, los temas son muchos, variados los registros, y numerosos los moldes, pero se impone una voluntad de estilo, una voz templada y un gusto contagioso por colocar la palabra justa donde le corresponde. Para Egea, no es que la poesía esté en todo, según el dictamen romántico, sino que todo puede pasar por el cedazo del poeta. En este sentido son especialmente ilustrativos las piezas reunidas bajo el epígrafe Poemas de circunstancias.
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