El poeta solitario
Antonio Gala es desde ayer Académico de Honor de la Real Academia de Córdoba
La Real Academia saldó ayer una vieja deuda pendiente con el escritor y vecino (por aquello de la cercanía de su fundación) Antonio Gala. Le nombró Académico de Honor en un acto en el que el autor de El manuscrito carmesí estuvo arropado por alrededor de 200 invitados (entre académicos, acompañantes y jóvenes creadores de su fundación) que le recibieron con un caluroso aplauso mientras que recorrió en pasillo nupcial –acompañado por Miguel Salcedo y Ana Padilla, los académicos más veterano y joven– que le separaba del estrado de orador. La imposición de la medalla de manos de Joaquín Criado, director de la Real Academia, simbolizó esa simbiosis “profunda y largamente fructífera”, que Criado deseó entre el autor y la institución.
Previa presentación del homenajeado por la propia Ana Padilla, Gala se mostró sereno y agradecido, tras una intensa semana en la que se ha convertido en involuntario protagonista de un magno congreso en torno a su figura. Ataviado con traje azul y una floreada corbata comenzó un prolongado discurso en el que no olvidó su papel de poeta, el significado de la creación, el amor, la felicidad o la validez de la palabra en, una conferencia titulada Literatura y comunicación.
Dio Gala en su discurso tal importancia a su papel de creador que aseguró que los seres humanos se dividen en dos grupos: los creadores y los no creadores. “Es importante crear y sentirse prolongado en la creación, no por sus resultados de éxito o fracaso sino por sí misma. Crear es la consecuencia de un proceso de búsqueda en la que el creador avanza a tientas ni del todo racionalmente ni emocionalmente del todo”, expuso. No obstante, el poeta, ensayista y dramaturgo no eludió referirse a las dificultades de este proceso creativo, que para él tiene como alma máter la poesía –“un líquido que adquiere la forma del recipiente en el que se vierte”–, especialmente en lo que se refiere a la soledad del creador.
Ante el silencio de los presentes, y la solemnidad del acto –tan sólo rota por los comentarios jocosos que el propio Gala pronunció al chocar su mano en varias ocasiones con el micrófono– esa “infinita soledad” se hizo presente también en muchos de los momentos de la predicación. “El escritor está en una selva hostil y tienen que llegar a un lugar donde nadie lo espera. El escritor es siempre un marginado porque no sabe dónde va ni qué busca. La literatura para él es como el aire, precisa respirarlo”, manifestó.
Lejos de aburrir con un manifiesto hipócrita, Gala reconoció que “el escritor tiene que hacer lo que le salga de las narices, como debemos hacerlo todos siempre que respetemos a los otros”, y criticó la comercialización de las artes que vive la sociedad actual en un cariñoso guiño que como padre dirigió a sus inexpertos hijos de la fundación. “No importa qué se ofrece, sino la eficacia de los vendedores. No hay más justificación de una obra de arte que la cantidad que por ella se pague. No hay más valor que el precio”, ratificó con rabia, e inmediatamente animó a sus pupilos a hacer un arte elitista, “no en un sentido antipopular, sino en el de que hay que convertir en elite a todos. Que todos nos igualemos en las estrellas, no en los charcos”. Gala acabó su comparecencia con un breve: “Perdón y muchas gracias”, que cuajó en un caluroso aplauso.
Tras el discurso, todo fueron saludos y felicitaciones al autor cordobés en un acto en el que no faltaron, entre otros muchos, la alcaldesa de Córdoba; Benito Valdés, presidente de la Real Academia sevillana, o Antonio León, gobernador militar del Campo de Gibraltar.
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