'Gladiator 2': Prosigue el idilio romano entre Scott y su público
CRÍTICA
La ficha
*** 'Gladiator 2'. Acción. Estados Unidos, 2024, 148 min. Dirección: Ridley Scott. Guion: David Scarpa. Música: Harry Gregson-Williams. Fotografía: John Mathieson. Intérpretes: Paul Mescal, Pedro Pascal, Connie Nielsen, Denzel Washington, Joseph Quinn, Fred Hechinger, Lior Raz.
Gladiator, además de una película, fue un fenómeno. Y lo segundo fue mucho más importante que lo primero. Porque si la película era un hábil tuneo de la excelente La caída del imperio romano de Anthony Mann, y para muchos una gran obra, el fenómeno arrasó las taquillas, ganó unos cuantos Oscar y resucitó las películas de romanos que habían decaído hasta desaparecer en la primera mitad de los años 60 -justo tras las cumbres clásica y moderna del género con Ben-Hur (Wyler, 1959) y Espartaco (Kubrick, 1960)- a causa de la decadencia del sistema de los estudios, cambios en las preferencias de un nuevo público mayoritario tendente a la anti épica y los costosísimos (e injustos) fracasos de la Cleopatra de Mankiewicz y de la ya citada película de Mann, sumándose a ello en Europa la sustitución del peplum por el espagueti western y el giallo como nuevos géneros populares. Aunque más que una resurrección, lo que Gladiator supuso fue un retorno zombi del género que no ha producido ninguna obra de interés y sí un buen número de mamarrachos testosterónicos tipo 300, La última legión, La legión del águila o el vergonzoso remake de Ben-Hur.
Gladiator 2 llega a las pantallas otra vez con más interés como fenómeno que como película. Prolonga la línea insustancialmente hueca del cine histórico de Scott que inició 1492: la conquista del paraíso (1992) y prolongaron Gladiator (2000, la única interesante pese a sus deficiencias), El reino de los cielos (2005), Robin Hood (2010), Exodus: dioses y reyes (2014), El último duelo (2021) y Napoleón (2023), todas, menos la del gladiador, absolutamente olvidables; como, por otra parte, lo es casi toda la filmografía de este director salvo Los duelistas, Alien y Blade Runner… ¡Y de eso hace ya casi medio siglo!
Como sucedió con la primera, esta segunda entrega gladiadora es mejor que todos los adefesios históricos que entre una y otra ha rodado Scott, aunque también inferior a la que interpretó Russell Crowe, sobre todo por la ausencia del actor, cuyo hueco no logra llenar un soso Paul Mescal. Aunque, eso sí, es mucho más visualmente ruidosa y apabullantemente espectacular. La Roma decadente de esos hermanos malasombra que fueron Caracalla y Geta es el marco. La necesidad revolucionaria de reencontrar el pasado esplendor militar y ético imperial representado por Marco Aurelio y empezado a desmoronarse con su hijo Commodo (entrega anterior), tras cuyo asesinato vino el caos del año de los cinco emperadores y el ascenso de la dinastía Severa, es el motor de la acción sembrada de conspiraciones palaciegas, asesinatos y luchas dentro y fuera de la arena. La espectacularidad (con un claro y no siempre bien resuelto técnicamente abuso digital) es la razón de ser de todo lo anterior.
Hay que reconocer que la espectacularidad ha sido siempre la razón de ser de las películas de romanos. Pero también que se hacía con mejores maneras cinematográficas y venciendo artesanalmente costosos desafíos técnicos y de medios. En cuanto a espectacularidad recuérdese las entradas en Roma (analógicas, por sí decir, no de muñequitos y decorados digitales) de Quinto Arrio y de Cleopatra en las películas de Wyler y Mankiewicz o las batallas de Espartaco. La aparición de los efectos digitales, facilitando las cosas, permiten alardes de grosera espectacularidad cuando están en manos tan poco creativamente refinadas como las de Ridley Scott. En lo que a espectáculos circenses se refiere ni en la primera ni en la segunda entrega gladiadora se supera la carrera de cuadrigas del Ben-Hur de 1959, y ni tan siquiera la del de Fred Niblo de 1925, ni la reconstrucción de las luchas de gladiadores del Barrabás de Fleischer (1961). Hay que subrayar un uso sorprendentemente torpe -en una producción de este calibre- de algunos efectos, caso, por ejemplo, de los simios luchadores. Pero también hay que agradecer que lo digital haya permitido, por fin, que gocemos de una naumaquia, los combates navales que se reproducían primero en lagos artificiales y después en los propios coliseos que se inundaban para recrear -y en esto la película es fiel a la historia- combates navales famosos.
El guión de Davis Scarpa conserva los elementos de intriga, pasión y melodrama del que escribió David Franzoni para Gladiator -inspirado a partes iguales en el libro Los que van a morir de David P. Mannix y en el guión de Philip Yordan para La caída del imperio romano- dando especial importancia a lo conspirativo y lo melodramático. Se repite la historia de la venganza del humillado y ofendido -el hijo repitiendo la historia de su padre- que ha perdido estatus y familia para acabar luchando en la arena y se le añade la de las conspiraciones para derrocar a los hermanos imperiales cuyas representaciones rozan lo ridículo gracias a las esperpénticas interpretaciones de Fred Hechinger y Joseph Quinn que hacen parecer sobria la que Phoenix hizo de Commodo. Aliñando una y otra línea argumental con detalles melodramáticos basados sobre todo en guiños a la primera entrega.
Interpretativamente -soso Paul Mescal, correctos Pedro Pascal y Connie Nielsen- el valor mayor de la película (y no solo en lo que a las interpretaciones se refiere: para los no Gladiator fans es lo mejor que ofrece) es Denzel Washington interpretando un personaje retorcido, arribista y snob hasta lo divertido sin incurrir nunca en el ridículo. Harry Gregson-Williams, como buen discípulo de Hans Zimmer, le pone la apropiada música hortera que va de lo espectacular y exótico, y de lo electrónico a lo orquestal, a la cursilería de las inevitables voces étnicas. Eso sí, la película da lo que promete a quien le pide más de lo mismo. Se entienden bien Scott y su público. Aunque sin Crowe no es lo mismo.
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